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Reportaje:PLAZA MENOR:PARACUELLOS DEL JARAMA

Mirador del aire, pista del cielo

Un frío viento del Norte persigue a la niebla que comienza a replegarse en la llanura, y los tres jubilados de Paracuellos, inclinados sobre la barandilla del mirador, aciertan por fin a distinguir los reflejos plateados de los aviones que acceden a la nueva y polémica pista del aeropuerto de Barajas, que mide exactamente 4 kilómetros y 800 metros, según los datos de los que dispone esta peña de observadores aéreos voluntarios y entusiastas, que aseguran no sentirse afectados por la contaminación acústica que padecen y denuncian los vecinos de algunas localidades cercanas. La nueva y aerodinámica torre de control se difumina sobre un telón de acero que, poco a poco, al deshacerse la bruma, va desvelando un horizonte amplísimo, una vasta planicie en la que incluso la escarpada silueta de la vecina capital queda reducida a mero accidente prescindible. Los tres veteranos tienen buena vista y gozan de una mejor desde esta privilegiada atalaya, en la cumbre del modesto collado en el que se asienta Paracuellos del Jarama.El mirador forma una balconada sobre el declive natural de la colina y se prolonga en un parque lineal, casi un pasillo, que bordea el talud y que hoy se ve mustio y desolado, abandonado a la incuria y a los rigores del clima.

Uno de los miembros de este selecto club de ojeadores aeronáuticos lamenta haberse perdido, por cuestiones de horario, el despegue "del mayor avión de carga que existe en el mundo, con una capacidad de 100 toneladas", un auténtico monstruo volador que la noche anterior cruzó la flamante y controvertida pista con un cargamento de ayuda humanitaria para Centroamérica.

Ojo avizor, oteando entre la niebla, los centinelas observan y llevan cuenta del tráfico aéreo, comentan sus incidencias y ponen nota a los pilotos que despegan, valorando la elegancia y eficacia de sus maniobras. Los vigilantes de Paracuellos miran al frente, ignorando el pasado que les cae a mano derecha y que tiene forma de cruz, una enorme cruz blanca pintada en la ladera de un cerrillo que recuerda un sangriento episodio de nuestra última guerra fratricida cien veces rememorado, exhumado y manipulado por el bando vencedor durante su largo y ominoso mandato. Ésta fue la cruz que cargaron sobre los hombros de Santiago Carrillo sus enemigos políticos, que le adjudicaron en rigurosa exclusiva la responsabilidad de los fusilamientos masivos de presos de la Cárcel Modelo de Madrid realizados en Paracuellos durante los momentos más enconados del asedio faccioso a la capital.

Los observadores aéreos tampoco miran hacia atrás, donde el longilíneo parque se confunde con un descampado en el que alguien se dejó olvidadas varias piezas de maquinaria agrícola que empiezan a ser colonizadas por las malas hierbas en tardía pero inexorable venganza sobre sus inermes depredadores mecánicos. Quizá dentro de unos años, con más herrumbre y más hierbajos, estos restos adquieran apariencia de antigüedades, o al menos de esculturas de vanguardia.

Ninguna pretensión artística exhiben las pintadas que embadurnan los muros ruinosos de un edificio abandonado que contribuye poderosamente a la desolación de estos solares. Son inscripciones apresuradas y reivindicativas en las que no caben ni florituras ni arabescos. Las más visibles rezan: "Maldición, alta tensión" y "AENA, vaya faena", queja más que protesta ante las ampliaciones del aeropuerto que sirven de pasatiempo a nuestros jubilados.

Escribe Javier Dotú en su libro Origen y significado de los nombres de los pueblos de la Comunidad de Madrid, que Paracuellos del Jarama se llamó, hasta el año 1500 o así, Paracuellos del Mal Sobaco, infame nomenclatura debida a la proximidad de un castillo desaparecido, acreedor, no se sabe muy bien por qué razones, de tan extraño apodo. El nombre de Paracuellos, eso sí parece estar claro, vendría del latín collum, cuello, pero, por extensión, también desfiladero. Por Paracuellos pasaron los romanos, que dejaron como recuerdo algunas sepulturas, y también los visigodos y los sarracenos, hasta que se convirtió en tierra de cristianos.

Con 5.293 vecinos en el censo de 1996 y a poco más de 20 kilómetros de la capital, Paracuellos del Jarama, edificado sobre un nido de águilas, según un folleto municipal, no ha sido aún engullido por la gran urbe que extiende sus prolongaciones de forma muy visible sobre las llanuras colindantes. En su casco antiguo, igualadas más por la altura que por la estética, las antiguas casas rústicas comparten espacio con nuevos bloques despersonalizados que a las afueras se transforman en modestos chalés adosados. La ciclópea iglesia de San Vicente Mártir, varias veces reconstruida desde su fábrica original del siglo XVI, y el coqueto y pintoresco edificio del Ayuntamiento dan a la plaza Mayor una apacible e intemporal imagen pueblerina en su más noble acepción de la palabra, tranquilidad que desmienten las ruidosas obras de pavimentación emprendidas por el Ayuntamiento, del PP, y que denuncian como puramente electoralistas en los pasquines pegados en los muros los seguidores de IU, infatigables empapeladores que recuerdan públicamente las promesas incumplidas del primer edil.

Muy cerca de la plaza, el hostal-restaurante del Pela alberga un abigarrado y original museo taurino. Inmutables y poderosas cabezas de toro supervisan la manduca de los comensales que prueban los sabrosos guisos de una cocinera octogenaria a la que algunos clientes obligan a saludar desde el tendido para felicitarla por sus lentejas. Las habitaciones del hostal llevan nombres de otras tantas plazas taurinas y es difícil atravesar sus pasillos sin engancharse en la cornamenta de las figuras de bronce, entre los trofeos y recuerdos de este singular aficionado.

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