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Profundizar en la democracia

Uno de los temas que sin duda preocupa a los políticos serios, responsables e inquietos es la carencia de cauces de comunicación concretos, estables y fiables con los ciudadanos. Las elecciones son un momento decisivo para el ciudadano consciente de sus derechos y de sus deberes cívico-políticos. Según los calendarios electorales cada equis tiempo se le llama a elegir a los que en su nombre van a legislar y gobernar el país, la comunidad o el pueblo. Una vez proclamados los resultados, el político que ha ganado se siente ya legitimado para llevar adelante un programa y sus interpretaciones. Se siente investido por millones de hombres y mujeres anónimos, que le han encumbrado hasta los bancos del poder. Sin embargo, algunos, a lo largo de la legislatura o mandato, sienten el vértigo de preguntarse más de una vez, si están o no respondiendo a las aspiraciones y expectativas de aquellos que han depositado su confianza en ellos. ¿La democracia es sólo delegación y representación? Esta inquietud debería ser real en todos los que dependen del voto de los ciudadanos. No solamente por temor a perderlo, sino por honestidad y coherencia hacia su uso. Pero, al pueblo le da la impresión que una vez terminada la feria electoral, se crea un abismo entre el ciudadano y el político. La gente nota que hipoteca su voluntad y pierde totalmente el control de su voto. De ahí que los ciudadanos se sienten defraudados, ya que les parece que las decisiones que se toman o las interpretaciones que se hacen no se corresponden con lo prometido. Muchos políticos creen que su tarea es pensar y decidir en nombre de los votantes. La mayoría, ni consciente ni inconscientemente, se cuestionan este postulado. Esta incomunicación es un abismo tan peligroso, que conlleva el aislamiento de los Parlamentos con respecto al pueblo, al que legítimamente sin duda representan. Hay que reconocer que existe mucho alejamiento y escepticismo de los ciudadanos ante lo político. Pero los políticos tienen la responsabilidad de que el teatro y la liturgia parlamentarias reflejen la vida real y desemboquen en ella. El voto no es un cheque en blanco, porque en un programa electoral no está dicho todo, ni se pueden contemplar todas las alternativas posibles de la multiforme y cambiante realidad. Aparte el carácter intrínsecamente mercantilista de los programas electorales, absolutamente diseñados para captar el voto. Por eso a la gente cada vez le interesa menos lo que se cuece en los Parlamentos, les parece casi surrealista. Esta falta de simetría entre el Parlamento y la calle conlleva pasotismo y desprestigio de la clase política. Lo que está claro es que los ciudadanos no tienen cauces rápidos y reales para emitir su opinión sobre temas importantes antes de que se tomen decisiones que les afectan. Y esto naturalmente contrasta con el tipo de sociedad en el que vivimos. Un mundo con una gran dinamicidad y rapidez. Estamos asistiendo a una época decisiva en la información y comunicación. Por eso resulta incomprensible la falta de iniciativas concretas en esta línea con el fin de colmar un vacío evidente. Es una laguna que necesariamente hay que plantearse si no queremos continuar en una especie de esquizofrenia social. Hay que encontrar una fórmula que combine una estructura de delegación con una participación mayor en ejecución de las políticas cotidianas. Las leyes y las actuaciones, si no quieren quedarse obsoletas, deben evolucionar al compás de la realidad. Por ejemplo, los medios de comunicación son un ejemplo de evolución constante. El que se identifica con la sociedad, por supuesto desde su perspectiva, engancha; el que no, se queda atrás. Es posible que muchos políticos crean que no es necesaria ninguna iniciativa en este campo, que lo que existe ya es suficiente. Por supuesto para los que se encuentran satisfechos y creen que tienen bastante información con los dossieres de sus entornos todo esto es innecesario. Sin embargo, esto puede importarles, a los que se inquietan por conocer si su acción de gobierno está en la línea real de lo que desean los ciudadanos o simplemente quieren acercar cada vez más a la gente al ágora parlamentaria. Desde mi punto de vista, es necesario imaginar creativamente, en esta era de las comunicación rápidas, la forma de articular un diálogo constante y fluido entre la sociedad y la clase política (gobierno y oposición). ¿Cómo establecer cauces estables, seguros, rápidos y fluidos de participación de los ciudadanos en las decisiones de los políticos (Gobiernos y Parlamentos)? En una sociedad como la nuestra con tantas posibilidades de comunicación rápida: ¿no se pueden encontrar medios para que esta intereacción pueda ser más efectiva y real? ¿No es la clase política la más interesada en adelantarse a los tiempos para que la siguiente noche electoral no sea de tristeza y desánimo? Una cosa son los sondeos privados o públicos, y otra es que la sociedad, realmente, sea interlocutora directa de los políticos. Esto es profundizar en la democracia. Es importante ahondar las posibilidades reales para lograr una mayor conexión ciudadano-político. Nuestra sociedad hoy tiene medios suficientes para que una auténtica democracia participativa no sea una quimera. Por supuesto que nuevo dinamismo puede llevar a replantear muchos aspectos (leyes electorales, primarias en los partidos políticos para la lista completa, listas abiertas, representación mas territorializada... etc). Los tiempos en que los ciudadanos se conformaban solamente con ir a votar tocan a su fin. La madurez supone un ansia de participación mayor. Los ciudadanos saben que no deben inhibirse de la res publica. El compromiso ético-cívico llama a su puerta. Nosotros deberíamos empujar a nuestros políticos para que agudizen su capacidad de innovación y de creatividad. La búsqueda de iniciativas y acciones concretas para encontrar las fórmulas más adecuadas de consulta directa y dinámica a la ciudadanía es una apuesta de futuro.

José Luis Ferrando Lada es profesor de Filosofía y Teología.

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