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TENIS MASTERS DE HANNOVER

Corretja se corona en el Masters

Àlex derrotó a Moyà en un vibrante partido que agotó las cinco mangas

El mejor momento de Àlex Corretja llegó justo cuando la temporada tenística estaba tocando a su fin. Quedaban alrededor de dos horas y media para que el Masters concluyera cuando Àlex despertó. Su situación era ya realmente caótica. Perdía dos sets a cero y tenía enfrente a un jugador tan peligroso como Carles Moyà cuando está eufórico. Las perspectivas que empezaban a vislumbrarse eran las propias de una final a tres sets. Sin embargo, en aquel momento algo cambió. Àlex logró por fin liberarse de todos sus fantasmas y su juego fue regresando a su brazo y trasladándose a través de su raqueta a la pista. Fue una reacción fulgurante, que pesó también en su rival. Moyà perdió algo de solidez, la suficiente para que Corretja acabara ganando en cinco mangas tras cuatro horas de emociones.Lo que estaba en juego no era nada banal. Corretja y Moyà dirimían quien era el mejor maestro. Durante la semana habían luchado con los ocho mejores tenistas del año y se habían incrustado en la final de forma absolutamente inesperada. Y una vez allí, realizaron un partido memorable, lucharon hasta la extenuación, se entregaron en cada bola, en cada punto, y acabaron abrazados. Ganó Corretja. Y esta vez el abrazo no tuvo el sentimiento, ni la fuerza que adquirió en París, donde Àlex saltó la red para encontrarse con el mallorquín que ganó allí su primer Grand Slam. A Moyà le cuesta más exteriorizar sus sentimientos.

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Cansancio físico y mental

La alegría de Àlex fue tanta por ganar el Masters que acabó arrodillado en el suelo, mirando al público y buscando el reconocimiento al esfuerzo que había realizado. Toda su carrera es un canto al trabajo, al tesón, a la disciplina, a la constancia. Desde que perdió aquel encuentro de cuartos de final del Open de Estados Unidos frente a Pete Sampras en 1996, tras tener al número uno del mundo en pelota de partido, Àlex cambió sus esquemas mentales y comenzó a creer que su carrera podía ir por los derroteros de los grandes campeones. Y su respuesta a esta premisa fue trabajar el doble que antes.

Se entregó a fondo y soportó lo mejor que pudo el hecho de comprobar que algunos de sus compañeros de quinta triunfaban antes que él. Pareció en algún momento que podía quedar relegado a un segundo plano, cuando Carles Moyà llegó a la final del Open de Australia en 1997, cuando el mallorquín alcanzó las semifinales del Masters el año pasado y cuando en París le ganó en la final del torneo de Roland Garros. Pero todo eso le sirvió a Corretja como revulsivo. No le hundió. "Aún debo trabajar más. Me falta un poquito más", se dijo.

Y, al final, encontró también su tiempo. "Todo el año he estado luchando para que llegara mi momento. Y al final lo he conseguido. Es un momento tan especial: estar aquí y haber ganado el Masters". Lo dijo a pie de pista, y el público le hizo callar con sus aplausos cuando Àlex tuvo palabras para su rival: "Lo siento, Carlos. Eres un gran campeón". Después salió de la pista y se abrazó a su novia, Marta, a su entrenador, Javier Duarte, a su madre y a su padre, Luisa y Luis. Y regresó a la pista a recoger un reconocimiento que hasta ayer le había sido negado. "Eres el mejor maestro", se escuchó por los altavoces de pista, mientras recibía un talón de 200 millones de pesetas -Orantes ganó unos seis millones en la final ganada de 1976- y se le anunciaba que el lunes será tercero en la clasificación mundial.

En su silla, sentado con expresión recogida y con cierta rabia contenida, estaba Carles Moyà. Era la otra cara de la moneda, la imagen de la derrota. Tenía un sentimiento encontrado, porque no podía revelarse contra Corretja ya que era su amigo, pero tampoco podía estar de acuerdo consigo mismo, puesto que había dejado escapar demasiadas oportunidades. Por su cabeza pasaban en aquellos momentos algunos fotogramas del partido, en los que podía ver cómo había controlado sin grandes problemas las dos primeras mangas (6-3, 6-3) y cómo se le había escapado la tercera, en aquellos dos break-points de que dispuso para colocarse con 6-5. En lugar de aquello, se encontró con una rotura en el siguiente juego, y forzado a disputar otra manga.

Y luego pasó por su mente la sensación de que algo había cambiado de golpe, porque Àlex comenzaba a jugar con más soltura, buscando más los ángulos, atacándole más en la red, con mucha más solidez. El cuarto set le voló casi sin darse cuenta. Y en el quinto volvió a coger la alternativa, con una rotura en el cuarto juego que le colocó con 3-1 y saque. Allí dejó que Àlex entrara de nuevo en el partido y aquello fue definitivo. Corretja ya estaba lanzado y él, el campeón de Roland Garros, no encontraba armas para frenarle.

"La diferencia entre lo de aquí y lo que ocurrió en Roland Garros es que en esta final nunca me ví perdedor", confesó Corretja. "Allí, de verdad, lo único que quería tras perder los dos primeros sets era saltar la red y abrazarle. Hoy, no. Hoy quería salir de la pista como ganador. Y lo conseguí". Ayer fue el momento de Àlex. Y Moyà intentó encajarlo lo mejor posible.

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