En vía muerta
LA HUELGA de 24 horas en los ferrocarriles de seis países europeos (España, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Grecia y Portugal), más el añadido de los paros y manifestaciones convocados en Austria y Alemania, reafirma la existencia de una línea de acción económica y laboral europea que, por más que se intente, ya no puede entenderse sólo en clave de intereses nacionales. Los sindicatos europeos han convocado esta huelga, que causó molestias y retrasos a varios millones de usuarios europeos del ferrocarril -sobre todo en Francia, Bélgica y Luxemburgo, los países donde se registraron los incidentes más graves-, para protestar por la política de liberalización del transporte por ferrocarril que patrocina el comisario europeo Neil Kinnock.No está claro que las propuestas de Kinnock merezcan una respuesta radical de los sindicatos, salvo si se quiere demostrar que éstos también son capaces de organizar su propia respuesta regional. El comisario de Transportes ha planteado objetivos modestos, como el de liberalizar el 5% del servicio de ferrocarriles de forma inmediata y el 25% en 10 años. La liberalización de Kinnock consiste en permitir que compañías privadas gestionen los servicios de transporte a través de la vía férrea; porque la red, es decir, el tendido de la línea férrea, seguirá perteneciendo a los Estados.
Los sindicatos protestan por la pérdida eventual de empleos si las empresas privadas se ocupan de la gestión de parte del servicio, pero no mencionan las cuantiosas pérdidas de puestos de trabajo que se han producido bajo la gestión pública. En manos del Estado o en manos de la iniciativa privada, el ferrocarril sólo será un medio de transporte rentable si adapta su competitividad a las nuevas necesidades impuestas por el cambio tecnológico. Las "consecuencias nefastas para los trabajadores" que las organizaciones sindicales atribuyen a la participación del sector privado nacen en realidad de la falta de rentabilidad enfermiza del tren como negocio. La resistencia de los sindicatos sólo puede interpretarse por el efecto de demostración política en Europa y por el hecho de que el poder sindical es muy elevado en las empresas públicas ferroviarias europeas y quizá lo sería menos en las privadas.
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