Jungla
Valencia parece últimamente la jungla. Una jungla muy particular, desde luego. Aceras y calles levantadas, zanjas y vallas por todas partes, suciedad, polvo -del barro nos hemos librado hasta ahora gracias a que no ha llovido-, ruidos y otras incomodidades se han juntado en los últimos meses para hacer de esta ciudad un lugar inhabitable tanto para peatones como para automovilistas. Coches aparcados en doble y triple fila, carriles bus y bici ocupados y salidas taponadas completan el panorama de esta peculiar selva. En estas condiciones, pasear por las aceras de Valencia se ha convertido en una odisea en la que hay que sortear toda clase de obstáculos, y circular a bordo de un vehículo, incluso de una moto, en una aventura de final imprevisible. Es la historia de nunca acabar. De forma sistemática, calles y aceras en las que recientemente se han realizado obras y que habían vuelto a su estado normal son levantadas de nuevo al poco tiempo. A este paso acabará por suceder que el estado normal de nuestras calles y plazas será el del caos que traen consigo estas intervenciones. Parece que nunca hay bastante. Ayer mismo el Ayuntamiento dio luz verde a otra empresa de cableado. Vuelta a empezar. Hagan ustedes la prueba de intentar un paseo por la ciudad conduciendo un carrito de niño. Hay veces en que cruzar una calle es literalmente imposible. Coches aparcados en los pasos de peatones, en las esquinas, en el carril bici y hasta en los vados se convierten en obstáculos insalvables, en una condena a dar vueltas a la misma manzana. Pero tampoco crean que es fácil cumplir esa condena, porque la proliferación de zanjas, vallas, pavimentos levantados y otros impedimentos en las aceras complican la cosa. Pues bien, a pesar de todo, hay encuestas según las cuales la gestión de la alcaldesa Rita Barberá cuenta con la aprobación de casi un 70% de la población. Increíble. Una de dos, o esos sondeos están amañados o verdaderamente vivimos en una ciudad de masocas.
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