Los turistas cruzan el 'telón de bambú'
Por primera vez desde 1953, los surcoreanos pueden hacer turismo en la vecina Corea del Norte
A Corea del Norte hacía más de 50 años que no arribaba un crucero turístico procedente de su vecina del sur. Pero el pasado miércoles, por primera vez desde el fin de la guerra en 1953, el Hyundai Kumgang enfiló proa rumbo al puerto norcoreano de Chanjon con más de 800 turistas a bordo.Tras 13 horas de travesía por la última frontera de la guerra fría, el sueño de estos afortunados visitantes fue finalmente realizado. "Cuando abandoné mi casa tenía 20 años", relataba emocionado Song Pyon-Shik, un octogenario que cumplía así su "deseo de viajar al norte después de todos esos años". Más de 10 millones de coreanos permanecen desde 1953 separados de sus familiares por el telón de bambú debido a la prohibición formal de todo contacto entre ambas Coreas.
Frente a un frío glacial que llegó a alcanzar los 15 grados bajo cero, el grupo de turistas -que viajó acompañado por unos 200 periodistas- visitó en su primer día en Corea del Norte el monte Kumgang (monte del Diamante). Bajo una estrecha vigilancia que evitó en todo momento cualquier tipo de encuentro fortuito con los habitantes autóctonos, los turistas marcharon a través de un camino especialmente diseñado para la ocasión. A lo largo de los 15 kilómetros que tiene la ruta de acceso desde el barco hasta el monte del Diamante se levantaron sendas alambradas de espino que impidieron que los ricos visitantes del sur tuvieran contacto con la empobrecida y mísera población norteña, que desde hace años sufre una terrible hambruna.
El secretismo en el que ha vivido inmerso este país desde que la península coreana fuera dividida entre el norte comunista y el sur capitalista, se hizo notar una vez más en esta ocasión. Las autoridades norcoreanas no permitieron tomar fotografías ni que los periodistas enviasen ningún reportaje durante el tiempo que duró el viaje. Pyongyang prohibió terminantemente hablar de cualquier otro asunto que no fuera el monte del Diamante. También prohibió expresamente mantener conversaciones sobre el dirigente norcoreano Kim Jong-Il o su fallecido predecesor, Kim il Sung.
En todo momento, los turistas tuvieron que llevar consigo una bolsa de plástico para depositar su basura y se les prohibió fumar por miedo a provocar incendios forestales. Si alguien se saltaba las reglas las multas eran tajantes: cerca de 3.500 pesetas por tirar basura y más de 13.000 si se dañaba "la belleza natural" del entorno. Cinco de los periodistas que subieron a bordo del lujoso Hyundai Kumgang no fueron autorizados a desembarcar en territorio norcoreano bajo el pretexto de que sus órganos de prensa eran "anticomunistas".
La mayor parte de los pasajeros, jubilados o próximos al retiro, nacieron en lo que hoy es Corea del Norte. Sus familias quedaron desechas a ambos lados de la frontera ideológica en una herida que aún hoy mantienen abierta. "Espero que este viaje dé un impulso a una reunificación pacífica entre las dos Coreas antes de que se cierren para siempre mis ojos ", rogaba la anciana Lee Jong Sung.
"Estoy muy feliz de que nos hallemos en una senda de reunificación entre Corea del Norte y Corea del Sur", afirmó orgulloso Chung Ju-Yung, fundador del grupo Hyundai y promotor de esta iniciativa turística. Además del dueño de Hyundai, entre el pasaje de tan histórico viaje estaban dos de sus hijos, un gran número de novelistas y actores y un hombre de 97 años y un niño de 6. El grupo Hyundai obtuvo el permiso para organizar este viaje después de que su octogenario fundador -nacido en Corea del Norte- mantuviese un extraño encuentro con el líder norcoreano, Kim Jong-il, a principios de este mes, informa Reuters. Hyundai espera poder realizar, al menos, dos cruceros al monte del Diamante cada semana con cerca de 1.000 turistas en cada ocasión, que pagarán entre 142.000 y 360.000 pesetas cada uno.
Los turistas estaban de vuelta en casa el pasado sábado, tras cinco días de reencuentro con la tierra que los vio nacer. "Soy tan feliz que estoy temblando", aseguraba emocionada Seo San-ok, una mujer de 63 años a la que la guerra expulsó de su hogar en el norte cuando sólo contaba ocho.
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