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Malos aires

"¿Qué hay en el aire que no sea yo?" (Fernando Pessoa).Nos obligan a insistir. Somos porque respiramos y porque el aire trabaja en lo más alto, amparándonos de lo letal que envía el cosmos y reteniendo lo vivificante que se esconde en el seno de la luz. Somos porque el aire viaja casi siempre empapado de calor y agua como para que, a cada instante, pueda ser fundada o mantenida la vida en todos los rincones. Somos porque animado, animal y alma son eslabones de una misma cadena que se inicia en el anemos griego, es decir, en el aire. Si hasta las palabras son por el aire, y no menos todas y cada unas de nuestras obras, desde la más abstracta a la más prosaica.

Era fácil, en cualquier caso, olvidarse. Hoy carece de importancia lo básico, ya que la tiene lo superfluo. Pasa lo mismo con el acto de respirar, o con los latidos del corazón que siempre cobran presencia cuando ya nos faltan. Sin embargo, hay quien nos está recordando que los aires ya no son ilimitados, ni tan terapéuticos, ni tan anchos, ni tan aliviadores.

Los científicos de la atmósfera coinciden en el diagnóstico. El aire no puede seguir siendo el gran vertedero de nuestra bulímica orgía consumista. Tiene demasiado lastre en sus entrañas y se queja.

Porque el aire, como todo lo vivo, respira. Y ahora a sus pulmones acude mucha más basura que transparencia. Ésa que los bosques y los mares fabrican gratis para todos los aires y para todos los vivos. Hemos condenado a la atmósfera a ser fumador pasivo de todos nuestros tubos de escape, chimeneas y artefactos para la comodidad y la aceleración.

Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha descubierto que incluso los humanos del Primer Mundo, debido a la ansiedad que promueve una vida acelerada y casi descerebrada por la competitividad, estamos respirando ahora el doble que hace unos decenios. Por todo lo mencionado la atmósfera anda febril.

De ahí que haya consenso en la urgencia de aliviar a lo que alivia y protege y vivifica. Consenso, pero sin compromiso y sin prisa, cuando hace ya tiempo que es tarde. La inicial propuesta de reducción se sitúa en un 5% y su inicio se aplaza diez años, ya veremos si no más, cuando la posología que los expertos han recomendado es el 50% menos y para antes de ayer.

Al mismo tiempo, se agranda el periodo de irresponsabilidad, al arrojarse los gobiernos ricos en la ciénaga de temer al pobre y no a sí mismos. No hubo, pues, contagio, ni sintonía con el nombre de la ciudad que albergaba la cuarta Cumbre sobre el Clima. Nos han dado un nuevo zarpazo en la piel de todos, que no es otra que el aire.

Cuando se acuerda no avanzar en el camino de la sensatez se está contaminando esa otra atmósfera, todavía más grande, que es la ilusión por recuperar la transparencia. Con un agravante, el de la desfachatez, que siempre ha sido cualidad de los sobrados y dominantes. Que quienes contaminan en un 30%, siendo el 5% de los humanos, no quieran reducir su cuota, y que aduzcan que deben ahorrar también los que siendo más del 80% de nuestra especie sólo contaminan el 20%, es otra de las mezquindades que han rebrotado en Buenos Aires.

Que los gobiernos de las 15 primeras potencias, responsables del 80% de las emisiones peligrosas a la atmósfera, no sean capaces de avanzar en la imprescindible reducción, confirma lo ya sabido: nos gobiernan otros intereses que los reconocidos.

No nos engañe el que algunos hayan firmado el protocolo. La ratificación es lo que importa. Sirva de ejemplo, para corroborar el interés por la salud común de los países industrializados, lo que viene sucediendo con las cláusulas del protocolo para la protección del Mediterráneo acordadas en Barcelona en 1995. A cuatro años de la firma por parte de todos los gobiernos de la región, sólo han sido ratificadas por dos países de la cuenca, Mónaco y Túnez .

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