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Tolerancia cero, intolerancia inútil

Resulta bastante peligroso simplificar los planteamientos cuando se intentan solucionar los problemas sociales, principalmente cuando esos problemas repercuten en la seguridad, en los derechos y en la vida cotidiana de los ciudadanos. Por eso no resulta nada recomendable reducir la delincuencia urbana a un planteamiento de tolerancia cero, de persecución implacable de los pequeños delincuentes, con la esperanza de disuadir a todo tipo de delincuencia. No es suficiente que alguien afirme que esto proporciona buenos resultados en Nueva York, para nos veamos obligados a imitar mecánicamente un modelo discutible y socialmente sospechoso. Otra cosa es defender la aproximación de la policía al ciudadano, la policía de barrio o cualquier otro esfuerzo para facilitar la vida diaria en las grandes ciudades, experiencias ya realizadas en Valencia y siempre dignas de valoración. No es nada fácil demostrar que exista una disminución de la delincuencia general en Nueva York en los últimos años y muchos menos que, si existe, se deba a una política policial de intolerancia con las pequeñas infracciones. Las razones son múltiples, pero es suficiente con mencionar que las grandes ciudades, y especialmente Nueva York, ha sufrido en los últimos tiempos cambios muy importantes en los patrones de actuación de la delincuencia, en su distribución espacial urbana, en el reparto social de los delitos, en su impacto social, en la distribución de la edad de los delincuentes y hasta en la organización de la actividad criminal, por mencionar sólo lo más conocido. Y eso, sin tener en cuenta los cambios realizados recientemente por la policía en la forma de registrar y clasificar los incidentes delictivos, algo que complica todavía más la valoración general. Con este panorama, afirmar que descendió la delincuencia y que lo hizo por la persecución de los pequeños delitos, resulta absolutamente ingenuo. Creerse el planteamiento ya no puede ser ingenuo, tiene que ser interesado. Sin llegar a negar que resulta preocupante la delincuencia y la violencia que existe en las calles de las ciudades, es bien conocido por los especialistas que el miedo a ser víctima de esa violencia tiene más de construcción social que de experiencia directa. Se tiene miedo a los delitos más espectaculares, mientras se desconocen los delitos más cotidianos; las estadísticas indican que la mayoría de los delitos no son violentos, pero tenemos tendencia a creer lo contrario. Los riesgos de padecer un delito no se reparten por igual entre los ciudadanos, pero tenemos un miedo generalizado. Las drogas producen muchos delitos violentos, pero casi siempre dentro de su propio ambiente. La ansiedad pública hacia el delito y la inseguridad se fundamenta en experiencias indirectas, en los medios de comunicación, en el desplazamiento de otros miedos hacia el delito. Al margen de un sentimentalismo fácil, resulta conveniente reconocer que los delincuentes constituyen un objetivo muy adecuado para la ansiedad producida por la vida urbana. De esta forma, se refuerza la represión y el castigo a costa de otros planteamientos, a expensas de las medidas preventivas. La política de tolerancia cero sustituye perversamente la lucha contra el delito por la persecución del delincuente. Y por supuesto que hay que perseguir al delincuente, pero no a cambio de desviar la atención pública de las auténticas políticas sociales de prevención. Al individualizar las causas de la delincuencia, se desvanecen las relaciones que tiene con otros factores sociales más amplios, se impide profundizar en otras perspectivas y se desvía el temor de los ciudadanos hacia objetivos fraudulentos. Valencia, al igual que otras ciudades, no necesita importar modelos construidos en otros lugares y en otros momentos. Necesita facilitar el trabajo de buenos profesionales y especialistas, que existen en su propio ambiente, para adaptar de forma continua y dinámica las estrategias de prevención y persecución de la delincuencia, en contacto con las experiencias que se produzcan en cualquier otro sitio. El ambiente de las ciudades cambia rápidamente y la simplificación de procedimientos o la planificación cerrada carece de sentido. En los momentos de crecimiento económico, aumenta el gasto, la abundancia de bienes y el consumo, lo que produce más tiempo libre y mayores relaciones personales, con la tendencia al incremento de los delitos contra las personas y la disminución de los relacionados contra la propiedad. Pero las tendencias cambian con facilidad, y cualquier giro económico o de costumbres refuerza de nuevo los delitos contra la propiedad y la persecución de bienes de consumo. En consecuencia, no se pueden establecer planes fijos, pensando que los delincuentes son siempre los mismos y que responden a patrones determinados o a defectos biológicos que les inclinan a la violencia, como ocurría en épocas afortunadamente ya pasadas. No. Definitivamente no es un problema de tolerancia cero, es un problema de paciencia infinita para estudiar nuevas perspectivas, aplicar políticas sociales de prevención y de diseño de lugares seguros, y potenciar el desarrollo en los espacios marginados, junto con la dosis adecuada de respuesta policial. El resto pertenece al espectáculo legítimo de los periodos electorales. Legítimo, pero siempre que se haga con cierta delicadeza.

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