Paseo por el continente bribiático
Éstas son las Américas del Rastro, el nuevo mundo de las cosas viejas, al sur del sur, en lo más bajo de lo que antaño se llamaron los barrios bajos, referencia topográfica que con el tiempo adquiriría matices peyorativos y clasistas. El Campillo del Mundo Nuevo es el trastero del que se exhuman los trastos del Rastro, caótico bazar en el que renacen a una nueva vida los objetos desahuciados.A espaldas de la Puerta de Toledo, el Campillo sigue pareciendo descampado, salvo los domingos, que es poblado y campamento de buhoneros nómadas en la desembocadura del vertiginoso caudal del Rastro que se remansa en esta orilla a la que van a parar los restos de los restos de todos los naufragios, mercancías que se despeñaron desde la cabecera de Cascorro por la Ribera de Curtidores y la calle de Carlos Arniches, su principal afluente.
Esta calle consagrada al autor alicantino, académico de la prosopopéyica lengua madrileña, se llamó antaño del Peñón por una roca de gran tamaño que obstruía su paso y que al ser destruida por fin para darle salida dejó al descubierto una gran extensión de terreno llano que los vecinos de la zona, a fuer de castizos buenos cultivadores de la hipérbole, comparaban con un nuevo continente; el Mundo Nuevo era la réplica madrileña del Nuevo Mundo que por entonces andaba recién descubierto.
El cronista Pedro de Répide considera un tanto pueril la tradición del origen de este nombre, pero no se le pueden pedir peras al olmo frondoso de las leyendas populares que se multiplican en el nomenclátor de Lavapiés, el barrio de la antigua aljama hebrea que tiene aquí su frontera. El Campillo es el Far West de Lavapiés, un espacio que al poco tiempo de ser liberado del pedrusco fue colonizado por tahúres y valentones. Contagiado por los efluvios del lugar, a Pedro de Répide se le dispara la vena retórica y quevedesca cuando define el Campillo en tono de adivinanza conceptista: "Este anchuroso espacio, solana tradicional de los desocupados del barrio y amplio salón donde la mocedad bribiática lucía su destreza en el manejo del desencuadernado". El desencuadernado es el libro de las cuarenta hojas, el naipe, la biblia bribiática de las gentes que viven de la briba, un término procedente de la novela picaresca que doña María Moliner define precisamente como corrupción de la palabra biblia con el sentido de sabiduría astuta propia del hampa vagabunda. Los naipes son libro de adivinación oracular, pero también señalan el destino de los tahúres que hacen de su vida un envite con las cartas marcadas.
La fama del Campillo como garito de monipodio ha permanecido incólume hasta nuestros días. Los autores de una guía de Madrid editada por la Compañía Metropolitana, más parcos que Répide, lo definen como: "Espacio libre en el que hasta hace pocos años se jugaba al cané y al toro". No especifica la guía a qué se juega hoy en el Campillo, pero sí sabemos por su diccionario que doña María Moliner considera el cané como "un juego de baraja parecido al monte, usado por gente vulgar". El cané es la versión popular del monte, un juego español que estuvo de moda en los casinos patrios antes de que se impusieran la baraja francesa y el black-jack.
La plaza del Campillo del Mundo Nuevo tiene como edificio más significativo la opresiva mole gris de un inmueble del Ministerio de Hacienda, un mazacote de aire carcelario que nunca ha amilanado a los parroquianos de la zona, compradores, vendedores, revendedores, tratantes o tahúres que se reúnen en este espacio libre de impuestos. Pero el celo recaudatorio del municipio es insaciable y no pararán hasta conseguir que hasta el vendedor ocasional que extiende una toalla en el suelo con su misérrima mercancía expida facturas con IVA por la venta de un interruptor de perilla, un despertador con una sola aguja, un grifo o una caja de galletas.
Zafios brochazos amarillos ensucian el maltratado pavimento de Carlos Arniches. Los domingos, el despoblado del Campillo se puebla con los toldos y los tenderetes de la compraventa, cachivaches arrumbados más viejos que antiguos y útiles nuevos en oferta.
El culto a la biblia desencuadernada debió de perder vigencia cuando el Mercado de la Puerta de Toledo dio paso al nuevo y ya envejecido y desahuciado mercado de antigüedades. Los grandes anticuarios de la Ribera de Curtidores siguen en su sitio y los clientes del Rastro dominical no tienen presupuesto para tapices o consolas con pedigrí. Al Campillo del Mundo Nuevo bajan en las mañanas de los domingos los paseantes que empiezan su recorrido en las alturas de Cascorro y que tal vez gastan allí sus últimas monedas. Al Campillo fueron a parar los viejos nuevos libros que se deprecian enseguida, los vídeos, las revistas y los tebeos de vida efímera, sobre todo las publicaciones y las cintas porno que aquí se exhiben, se miran y se manosean sin tapujos. Un pequeño y atiborrado comercio que abre sus puertas a diario alberga una extensísima videoteca de ocasión y cambio, todo lo que usted quería saber sobre la gimnasia erótica pero no se atrevía a mirar. La penumbra del local se traga a solitarios varones de mediana edad y aire furtivo, pues entre semana el desolado Campillo no ofrece la complicidad de las masas.
Al pasar por el Campillo, el cronista ha sentido la tentación de pegar la oreja en los corrillos que suelen formarse de vez en cuando en diversos puntos de la plaza, tentación que ha sabido evitar a tiempo por obvias razones de seguridad. Pero los contertulios de estos misteriosos cenáculos no parecen ser de esa clase de tipos que acogen con una franca sonrisa presentaciones del tipo "Hola, soy periodista, pasaba por aquí y me gustaría saber qué es lo que os traéis entre manos".
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