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Tribuna
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El secuestro aéreo

Juan José Millás

Antes de que el avión hubiera alcanzado la altura de crucero, el joven loco se levantó sosteniendo en la mano derecha un aparato del que afirmó a gritos que estaba conectado a una bomba que llevaba pegada al muslo con cinta adhesiva.-Aquí se va a hacer a partir de ahora lo que yo diga -añadió, con el labio superior y la frente barnizados de sudor.

Las azafatas y el pasaje se dieron cuenta de que se trataba del mando a distancia de un televisor, pero nadie hizo nada por frenar al muchacho.

Eran las ocho de la mañana y acababan de dejar detrás un Madrid lluvioso, caótico, agresivo. La Barcelona que les esperaba al otro lado del puente aéreo no estaba, según la radio, en mejores condiciones. Muchos viajeros agradecieron íntimamente que se les sacara de la rutina habitual con un falso secuestro.

El joven apuntó a una azafata con el mando exigiéndole que le condujera a la cabina del piloto.

-¿Qué pasa? -preguntó el comandante al percibir el perfume de la azafata tras de sí.

-Esto es un secuestro -gritó el muchacho apuntando a todo lo que se movía.

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-Dice que lleva una bomba pegada al muslo -informó la azafata con neutralidad.

El comandante observó el mando a distancia con una mirada estimativa y preguntó a la tripulación:

-¿Queréis que salgamos en el telediario o preferís que le dé una torta y lo devuelva a su asiento?

Hubo unos instantes de vacilación que resolvió el copiloto con cinismo:

-Yo prefiero salir en el telediario.

El comandante empezó a sobrevolar Madrid e informó a la torre de control de que estaban secuestrados por un individuo que amenazaba con hacer explotar una bomba que llevaba pegada al muslo si no se seguían sus instrucciones.

Desde la torre preguntaron enseguida qué quería.

-¿Qué quieres? -dijo el comandante al chico.

-No sé -respondió sudando a chorros por la frente-, el caso es que tengo de todo.

-¿Cómo que tienes de todo?

-Que tengo de todo, eso dicen mis profesores.

-¿No hay de verdad nada que desees, incluso aunque no sea directamente para ti, sino para darle una alegría a alguien?

La azafata se acercó al muchacho y le quitó el sudor de la frente, como una enfermera a un cirujano. Entretanto, el comandante se dirigió por la megafonía al pasaje y anunció que, aunque el avión se encontraba secuestrado, las negociaciones con el terrorista progresaban razonablemente bien.

-Espero darles buenas noticias en poco tiempo -añadió-. No pierdan la calma, y si desean un zumo o un café, pónganse en contacto con nuestro personal auxiliar.

Pasaron unos minutos de incertidumbre.

El muchacho loco parecía decepcionado y asustado a la vez por la actitud general. Quizá no había esperado tanta comprensión.

El copiloto sacó un peine de alguna parte y se lo pasó por la cabeza, quizá pensando en las fotografías. El comandante encendió un cigarrillo con gesto de paciencia.

-¿No quieres que vayamos a Cuba? Es lo normal.

-No -dijo el muchacho saliendo de su estupor-. Lo que a mis padres les gustaría es que me dieran el Premio Nobel de Química, porque tienen una droguería en Fuencarral.

El comandante se puso en contacto con las autoridades, que a la vez hablaron con la Academia Sueca, y, tras unas deliberaciones no exentas de tensión, transmitieron al comandante que tratándose de un terrorista sólo le podían dar el Nobel de la Paz.

-El de la Paz está bien -dijo el muchacho tras unos minutos de duda-. Aterriza, que me voy a entregar.

El comandante inició la maniobra de aproximación al aeropuerto de Barajas, mientras los pasajeros empezaban a encender los móviles para ponerse en contacto con las emisoras de radio y contar su versión de lo sucedido.

Cuando se abrieron las puertas del avión, la policía gritó que saliera el secuestrador con las manos en alto. El muchacho abandonó el aparato con el mando a distancia en la mano derecha, descendió por las escalerillas y, cuando estaba a un metro de los geos, a punto de que éstos se abalanzaran sobre él, apretó un botón y cambió de canal.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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