Adaptación monetaria
El comportamiento de los precios al consumo en Europa, en particular del área euro, no dejan lugar a dudas de su carácter favorable. Francia y Alemania, representativos en conjunto del 50% del PIB de la zona, mantienen tasas interanuales del 0,4% y 0,7%, respectivamente, expresivas para la mayoría de los analistas de manifiesta estabilidad y para otros de una preocupante debilidad de la demanda, precursora de males peores.La de España, por su parte, aunque claramente diferenciada de esas economías de referencia (el último dato del IPC ha vuelto a situar la inflación interanual en el 1,7%) disfruta de registros inflacionistas históricamente reducidos que legitiman esos recientes descensos en los tipos de interés decididos por el Banco de España. Su objetivo para el conjunto del año, el 2%, quedará sobradamente cumplido, en la medida en que es altamente probable que esa tasa interanual a final de diciembre quede en el entorno actual, y la media para el conjunto de 1998 también por debajo del 2%.
Un contexto bien distinto al que hace apenas seis meses se presumía podía presidir el lanzamiento de la moneda única y las primeras actuaciones del Banco Central Europeo (BCE). La credibilidad de éste ya no podrá ampararse en las elevaciones de tipos de interés que se preveían para sus primeras subastas, y bueno será que en las tensiones recientemente surgidas entre el nuevo ministro de Hacienda alemán y su banco central no sea la intransigencia de este último la que se imponga demorando decisiones relajadoras.
Facilitar el rodaje del BCE puede significar hoy adaptarse a lo que la ausencia de inflación aconseja: flexibilizar antes de enero la política monetaria, como acaba de recomendar el Fondo Monetario Internacional para Francia.
En el debate de la autonomía de los bancos centrales, incluida la del BCE, no ha de jugarse con ese riesgo de que Europa quede infectada por los temores deflacionistas.
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