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Tribuna
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El síndrome

Sostiene mi amigo Silveira, hombre moderado y ecuánime, que los perseverantes y recurrentes desmanes perpetrados por el alcalde de Madrid y sus animosas huestes han ido creando, día a día, por sedimentación, un peligroso y alterado estado de ánimo en amplios sectores de la opinión pública ciudadana.Los más afectados, según mi amigo, por esta acumulación de bilis y malos humores somos los cronistas, corresponsales, reporteros y redactores de información local, obligados por gajes del oficio a un seguimiento más o menos puntual de la actividad municipal.

Según Silveira, el "síndrome del Manzano", en sus fases más agudas, afecta gravemente al cerebro, nubla el entendimiento y anula hasta el último rasgo de objetividad o ecuanimidad a la hora de tratar cualquier tema relacionado con el alcalde o la alcaldía. En algunos casos extremos, los enfermos han llegado a desarrollar síntomas alérgicos: prurito insaciable, eczema virulento, congestión nasal y dificultades respiratorias, síntomas que aparecen de forma leve cuando el afectado escucha el nombre del alcalde, ve su foto en la prensa o se tropieza con unas declaraciones suyas. Si se trata de una aparición televisiva, la situación se agrava, y se sospecha que una aproximación excesiva o un contacto físico por breve que fuese podría provocar un shock de consecuencias irreparables. Y digo se sospecha porque aún no se ha experimentado con seres humanos y las pruebas con cobayas y ratones blancos realizados hasta la fecha no ofrecen datos concluyentes, aunque sí muy divertidos.

No es para tomárselo a risa, mantine Silveira, que ve en mis bromas la confirmación de sus temores; según él, yo soy un caso evidente y avanzado del síndrome. Para fundamentar su diagnóstico, mi amigo me puso como ejemplo el artículo que yo pensaba escribir para esta página, cuyo argumento le había comentado unos minutos antes:

- Vamos a ver: si me aclaro, dices que vas a escribir contra las mamparas que ha puesto el Ayuntamiento en el Viaducto para que no se suicide la gente. Tú piensas que son antiestéticas y eso te basta para cargártelas: una postura frívola y superficial que sitúa la estética por encima de la ética, porque el objetivo de esas mamparas no es otro que el de salvar vidas humanas, una noble medida humanitaria tomada por un alcalde que, como buen cristiano, es ante todo un gran defensor de la vida, antes del parto, en el parto y después del parto...

Aprovechando una breve pausa en el discuso de Silveira traté de hilvanar algunos argumentos a favor de mi postura.

- No creo que sirvan para disuadir a nadie, no me imagino a un aspirante a suicida diciendo algo así como: "Qué rabia, hombre, con la ilusión que me hacía, pues o me tiro por el Viaducto o no me tiro por ningún sitio, y desde luego, ya no pensaba votar a nadie, pero en las próximas voto a Morán, que tiene más sentido de la estética y seguro que las quita"... Si no puede tirarse por el Viaducto y lo que quiere es llamar la atención, se tirará desde otro sitio... no sé... las torres de KIO... torre Picasso... y no van a andar poniendo mamparas por todas partes...

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Pero cuando Silveira sostiene algo lo sostiene hasta el final, así que no me quedó más remedio que escuchar el resto de su alegato en el que resaltó que los suicidios en el Viaducto suelen ser contagiosos, y quizá suprimiendo una opción tan emblemática y tradicional, que incluso tiene su aura romántica, podrían evitarse algunas muertes...

Aún traté de defenderme débilmente:

- Para eso no hace falta poner mamparas; antes ponían guardias, tampoco es que fueran muy estéticos, pero al fin y al cabo eran puestos de trabajo...

Futil defensa, miserable salida por la tangente. Al final, Silveira se salió con la suya y yo no escribí el artículo. Pero creo que tengo el síndrome, porque mientras redactaba estas líneas ha empezado a picarme la cabeza y a gotearme la nariz, no respiro bien y no me gustan nada esas manchitas rojas que me han salido en los antebrazos y el dorso de las manos.

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