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El espacio interdigital

Juan José Millás

Sonó el teléfono y era la chica de las encuestas. Llama todos los jueves, después de comer, porque conoce perfectamente mis costumbres y sabe a las horas que estoy y a las que salgo. Me preguntó cuántas veces me cambiaba de calcetines a la semana y si los prefería de algodón o de fibra. Reconozco su voz enseguida. Otras veces quiere saber a quién voy a votar y si prefiero los grandes almacenes a las tiendas pequeñas. Prácticamente, le he dicho todo acerca de mí: qué programas de televisión veo, cuántos metros cuadrados tiene mi casa, qué colonia me gusta más y si soy partidario del flúor en la pasta de dientes. Encuesta a encuesta, he ido contándole mi vida sin que yo supiera nada de la suya. No digo que en alguna ocasión no la haya mentido para aparentar más de lo que soy, pero básicamente tiene mi perfil. Lo de los calcetines me pareció demasiado.-Cada vez me preguntas cosas más íntimas -le dije.

-Yo no hago los cuestionarios -respondió-, pero vivo de ellos, compréndeme.

-No, si te comprendo, pero a mí también me gustaría conocer algún detalle de tu ropa interior.

-Pues nada, pregunta lo que quieras.

Averigüé tres o cuatro cosas un poco avergonzado, y no seguí investigando porque me pareció que ella no ponía ninguna pasión en sus contestaciones. Respondía de un modo frío, informal, como si hablara de otra, lo que me produjo un malestar indefinido. Al final, le dije que me cambiaba de calcetines dos veces al día para parecer más limpio de lo que soy, pero ella interpretó que sudaba mucho y me recomendó unos polvos que hay que ponerse en los espacios interdigitales. Eso dijo, "interdigitales", y me excité, vete a saber por qué. De todos modos, no me gustó dar esa imagen de persona sofocada: creo que sudo lo normal, ni poco ni mucho. Respecto a si prefería el algodón o la fibra, no lo sabía a ciencia cierta, así que dije que la fibra, que la anuncian mucho ahora, aunque creo que más para digestión que para los pies.

La chica me dio las gracias, como siempre, y luego pasó mucho tiempo sin que me llamara. Empecé a preocuparme, no sé por qué, y al día siguiente, como si me hubiera leído el pensamiento, sonó el teléfono después de comer y era ella. Esta vez no quería hacerme ninguna encuesta: la habían despedido o no le habían renovado el contrato basura y estaba en la calle la pobre. Por lo visto, no tenía a nadie en Madrid, y me preguntó si podía quedarse en mi casa unos días.

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-Después de todo -añadió-, vives solo y tienes una casa grande, con dos baños.

Es cierto que vivía solo, pero en lo otro le había mentido. La verdad es que tengo un apartamento con un dormitorio y un salón, sin cocina independiente. Y un solo baño, desde luego. Me daba vergüenza confesárselo, pero me pareció más prudente.

-Además, no tengo microondas -añadí- ni lavavajillas.

Ella dijo que ya lo había supuesto (nadie decía la verdad en las encuestas telefónicas), pero no le importaba. Podía dormir en el sofá y no me estorbaría.

Me pareció absurdo decirle que sí, pero era tal la intimidad que se había establecido entre nosotros a través de las encuestas telefónicas que era como negarle el cobijo a un familiar que pasa por Madrid de camino a otro sitio. Sin embargo, una relación con una voz no es lo mismo que una amistad con un cuerpo entero. La voz es lo más inmaterial que poseemos, lo más tenue, quizá lo menos nuestro. A mí me gustaba su voz, pero no podía decirle que dejara la voz y se fuera con el resto de sí a otro sitio, de manera que le di la dirección y me senté a esperar.

Al rato sonó el timbre de la puerta y entró una chica muy menuda, muy joven. No me la había imaginado así, pero me gustó más que en mis fantasías: una rareza, porque suele suceder al contrario. La invité a tomar asiento y, como tenía en la cabeza la descripción de su ropa interior, traté de imaginarla casi desnuda, pero ella se dio cuenta y dijo que también ella me había mentido respecto a eso: normalmente llevaba bragas de algodón porque era alérgica a los tejidos sintéticos. Luego sacó los libros y se puso a estudiar. De esto hace un año y todavía no se ha ido. Lo malo es que ha empezado a llamar una chica de otra agencia de encuestas y he vuelto a decir que vivo solo y que tengo dos baños. Lo de los dos baños es mentira, pero lo otro, pese a la presencia de la estudiante, continúa siendo verdad. No tengo remedio.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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