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El laurel de oro de la política serbia

A menudo se dice que Kosovo es sagrado a los ojos de los serbios, que para ellos es lo mismo que Jerusalén para los judíos. Es exacto o, al menos, así fue para los soberanos serbios y los jefes de los diferentes regímenes, así como para los "activistas nacionales" que gravitaban a su alrededor. Hace ya dos siglos que la élite política serbia utiliza diversos elementos históricos, literarios y folclóricos que vinculan Kosovo al Estado serbio de la Edad Media para elaborar valores nacionales sagrados, es decir, mitos y cultos políticos. La historia de estos mitos y de estos cultos es parte integrante de la historia cultural y política de Serbia pese a que aún esté por ser estudiada y escrita. Tal vez es una de las razones de que los símbolos, los ritos, los cultos y los mitos nacionales -y más especialmente los relacionados con Kosovo- representen en la Serbia actual uno de los principales instrumentos del poder cuyo ejercicio se reduce la mayoría de las veces a una hábil manipulación de estos valores sagrados.En el discurso de los actuales dirigentes serbios, así como en el de sus principales rivales, Kosovo es algo intangible, místico, inviolable, es la tierra santa en la que la Serbia medieval mostró su poder y su gloria, donde se desarrolló la funesta batalla del 28 de junio de 1389; debido a su falta de entendimiento y a una traición, los serbios perdieron en ella su reino y se encontraron bajo el yugo otomano. Como dijo en 1989 el poeta Matlja Beckovic, uno de los sumos sacerdotes de la religión de la nación, Kosovo "es la palabra serbia que más caro costó". "Fue comprada con sangre", escribió entonces Beckovic, pensando en la sangre de los guerreros serbios derramada durante la batalla. Y añadió: "No podremos venderla sin que la sangre sea derramada de nuevo" (1). Ya entonces, estas palabras, poco después del acceso al poder de Slobodan Milosevic, tenían un sentido político, como lo siguen teniendo ahora.

Sobre el altar de la nación. Desde el primer momento, Milosevic aprovechó la posibilidad que se le presentaba de situar su reinado bajo el signo de Kosovo, a pesar de haber sido propulsado hasta el poder porque salió vencedor de un ajuste de cuentas entre los comunistas serbios. Convirtió a Beckovic en su Cyrano y lo mismo ocurrió con otros bardos del mito kosovar, más o menos dotados, depositarios de las palabras serbias más apreciadas. Él mismo, adoptando una pose favorecedora, se postró bajo el balcón de Serbia que aguardaba un nuevo guía. En otras palabras, eligió el 600º aniversario de la batalla de Kosovo, en junio de 1989, y el lugar donde se desarrolló -Gazimescan, donde hoy se levanta un monumento a los héroes serbios- para presentarse ante los serbios de forma espectacular, aparecer como un salvador, unificador y vengador. Recordó el funesto destino que los perseguía: "La falta de entendimiento provocó nuestra derrota hace seis siglos en Kosovo. Esta falta de entendimiento y la traición nos han perseguido como un maleficio a lo largo de toda nuestra historia". Y añadió, retomando las palabras que le soplaba su Cyrano: "Seis siglos más tarde, tenemos que combatir de nuevo. Las batallas que debemos librar no serán enfrentamientos entre ejércitos, a pesar de que no haya que excluirlos" (2).

Kosovo, mito sagrado de la nación, sigue siendo, aún hoy, el laurel de oro de la política serbia. Aquel que se apodere de él, aunque sea mediante las palabras, se convierte en el sumo sacerdote del santuario kosovar y el poder le pertenece. Para intentar derrocar al régimen de Milosevic, la mayor parte de la oposición serbia escogió como estrategia contestar su papel de depositario de los valores sagrados -y sobre todo de los de Kosovo- haciéndose ellos mismos con su control. Así, en 1992, la Oposición Democrática Unificada de Serbia intentó arrancarle el laurel de oro del mito kosovar durante el gran mitin que ésta organizó en Belgrado el 28 de junio, día del aniversario de la batalla, y que llamó "reunión de san Vid" (desde finales del siglo XIX, la Iglesia ortodoxa serbia tomó la costumbre de celebrar bajo este nombre el aniversario de la batalla).

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El teólogo ortodoxo Bozidar Mijac explicó en qué es sagrado Kosovo: "No es un territorio únicamente físico, sino también metafísico". De ello se deriva que los serbios, sea cual sea el número que antaño vivió allí o que siga viviendo allí, pueden hacer valer en esta región una especie de derecho moral. Como dijo Beckovic, "Kosovo seguirá siendo serbio aunque no haya más que un solo serbio". Que haya serbios viviendo o no en esta provincia, Serbia resulta impensable sin su cuna mítica, su tierra sagrada. Durante la asamblea constituyente del Partido Demócrata en 1990, el poeta Gojko Djogo evocó la necesidad para los serbios de seguir sacrificando su sangre: "Desde el siglo XIV, los serbios nunca tuvieron nada más sagrado que Kosovo. Están ligados a esta tierra mediante un juramento y, 600 años más tarde, están dispuestos a hacer por ella el mayor de los sacrificios, el de su sangre. Ignoro por cuánto tiempo será así, pero sé que debo hacer este sacrificio. Porque Serbia sin Kosovo sería como un serbio con un agujero en el pecho".

El mito de Kosovo excluye esa eventualidad o, más bien, dentro del mito, los acontecimientos no pueden tomar ese cariz; y para ello, se ampliará el concepto de Kosovo, valor sagrado, más allá de sus fronteras geográficas e históricas reales. El nombre de Kosovo se aplica ya a todos los lugares donde murieron serbios, sacrificando su vida por sus hogares y su fe, "de Kosovo hasta Jadovno", como afirmó el obispo Anastasije Jevtle, definiendo el espacio, marcado por tumbas y fosas comunes, del martirio de los serbios. "Desde hace tiempo, Kosovo se extiende hasta Jadovno y es extraño que no se haya dado ese nombre a todas las tierras serbias". Toda la historia serbia merecería llevarlo, ya que Kosovo es para el pueblo serbio, según el etnólogo Mile Nedeljkovic, "la clave que le permite comprender las enseñanzas de su historia".

La unión mística entre sí. Kosovo, que en la religión encarna tanto el yo sagrado como el culto a los muertos y el misterio de la muerte y de la resurrección de la nación, es en realidad lo que sacraliza el poder mismo. Es la palabra santa que le permite darse un nombre y legitimarse como la depositaria de los valores nacionales, lo que trae consigo privilegios y obligaciones. El poder tiene todo el interés en que se olvide el origen histórico, geográfico y lingüístico. El poder no es sincero cuando se presenta como el defensor del patrimonio cultural e histórico. Le será muy fácil -mientras esté organizado como una unión mística, consagrada por el misterio del sacrificio y de la resurrección, entre un soberano condescendiente y una élite patriótica- servirse de él si la gente no recuerda a qué remite realmente.

Cuando los políticos serbios declaran que el problema de Kosovo sólo concierne a Serbia y que conviene no internacionalizarlo, esto no tiene que ver únicamente con la soberanía política del país o con la administración de la provincia. También tiene un sentido nacional-religioso. Se sublevan contra la posibilidad de que el discurso sobre Kosovo sea profanado por personas que profesen otra religión. Valor sagrado de la nación, santo nombre del poder, Kosovo debe seguir siendo un asunto interno de Serbia; es tabú, es un secreto inaccesible para los no iniciados. Por tanto, no es deseable, aceptable, que no sólo unos extranjeros, sino también los albaneses de Kosovo o cualquier otra población no serbia se inmiscuyan en esta historia.

Del discurso sobre Kosovo también son excluidos los serbios que, a pesar de su apego al patrimonio cultural y a la historia política de Serbia ligados a Kosovo, no lo tratan como un valor sagrado. No tienen sitio aquí. Si por ventura estos ateos políticos, de los que forma parte el autor de estas líneas, se atreven de todas formas a proferir, a su modo laico, una consideración sobre Kosovo o sobre cualquier otro valor sagrado de la nación, es algo que tiene todas las papeletas de ser considerado como un peligroso sacrilegio por la mayoría de sus compatriotas.

1. Kosovo, la palabra serbia que más caro costó, de Matlja Beckovic, Belgrado, 1990. En la nota de advertencia de esta edición se precisa que se trata del texto de una conferencia y que fue leído en varias ocasiones, en 1989, en Australia, Europa y Serbia con motivo del 600º aniversario de la batalla de Kosovo. 2. Politika, 29 de junio de 1989. No hay ninguna duda de que la última frase del discurso de Milosevic retoma, cambiándolas un poco, las palabras de Beckovic en la conferencia antes mencionada. "Aún hoy, 600 años después de la batalla de san Vid, no hay nada más decisivo para el pueblo serbio que el combate que se lleva a cabo en Kosovo y por Kosovo". Ivan Colovic es ensayista. Vive y trabaja en Belgrado, donde es investigador del Instituto de Etnografía y editor. Colabora con varias revistas europeas, en especial con Transeuropéennes.

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