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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

50 años sin Franco

La democracia española no solo tiene el derecho sino la obligación de explicar a los jóvenes qué fue el franquismo

Ediciones especiales de los periódicos con la noticia de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975.
Ediciones especiales de los periódicos con la noticia de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975.Getty Images
El País

Este miércoles el Gobierno pone en marcha el programa de actos destinado a conmemorar los 50 años de la muerte de Francisco Franco en noviembre de 1975 y el reestreno de las libertades en nuestro país. Acertarán los organizadores si las actividades conmemorativas ponen en valor la trascendencia de nuestra democracia y la desgraciada condición histórica previa: la desaparición de un general del Ejército que ejerció el poder dictatorial hasta el final, incluidas cinco penas de muerte firmadas dos meses antes de morir. Errarán si los actos del aniversario se utilizan para la lucha partidista o para acrecentar la polarización.

Desde la victoria en la Guerra Civil, en 1939, Franco mantuvo bajo sus manos la dirección del poder ejecutivo, legislativo y judicial ajeno a cualquier forma de control político o democrático de las instituciones del Estado: una dictadura unipersonal con la existencia de un único partido tolerado, el de los vencedores de la guerra: primero Falange, después renombrado como Movimiento Nacional. Esa fue toda la libertad política de la que disfrutaron los españoles durante las cuatro décadas del franquismo. Un régimen que aprendió a adaptarse a las circunstancias históricas cambiantes y apenas se vio dañado por las actividades clandestinas de los distintos grupos de la oposición política y el exilio, pese a la perseverancia en la lucha de muchos de ellos a lo largo de décadas, sin rendirse ante la persecución sufrida con el ensañamiento propio de dictaduras militares y con una prensa literalmente amordazada.

Recordar medio siglo después de la muerte del dictador cosas tan obvias no es una redundancia ni debería provocar división alguna entre los españoles, que son hoy, muy mayoritaria y felizmente, conscientes de su ciudadanía democrática. Recordarlo constituye un deber democrático en particular hacia aquellas generaciones que ni conocieron ni tienen por qué conocer el origen complejísimo de la democracia que hoy habitan. Los inquietantes datos de las últimas encuestas, tanto del CIS como la de 40dB., muestran una creciente tolerancia de los jóvenes a regímenes autoritarios —como lo fue la dictadura aquí— y una cierta banalización de lo que significó el franquismo.

Entre los jóvenes, más del 20% tiene como opción preferible a Vox, un partido político que definió en las Cortes al franquismo como una etapa de progreso y reconciliación. El régimen que impuso Franco a partir 1939 y hasta su muerte en 1975 extinguió la libertad de prensa y la libertad de expresión —prohibidas por ley—, situó a la mujer en un lugar subsidiario en la sociedad, asfixió cultural y lingüísticamente a las comunidades con una lengua distinta del español, persiguió con ferocidad cualquier alternativa a la heterosexualidad, canceló la vida civil y profesional de los derrotados que sobrevivieron a la victoria franquista en el interior y mantuvo en el exilio a decenas de miles de españoles bajo la acusación de ser antiespañoles, mientras la enseñanza estuvo monopolizada por el catolicismo más preilustrado de la Europa contemporánea.

Ante la corriente autoritaria que vuelve a recorrer el mundo occidental usando las reglas de la democracia para dinamitarla desde dentro, es una obligación propiamente democrática la explicación veraz de las condiciones de existencia bajo la dictadura franquista. La añoranza que expresan los líderes de Vox o el blanqueamiento tentativo que otras derechas operan sobre el franquismo constituye una carcoma civil que desdibuja a un régimen que puso por encima de cualquier cosa su perpetuación a través de la persecución, el encarcelamiento y el asesinato de quienes aspiraban a restituir en España unas libertades homologables con la Europa que surgió de la posguerra mundial y como las que hoy disfrutamos.

Las críticas iracundas a una conmemoración tan redonda en cifra, y tan desgraciadamente necesaria dado el contexto global, son puro oportunismo partidista. Recordar el franquismo les viene mal ahora a los aspirantes a La Moncloa y a sus sherpas mediáticos porque los resultados electorales y todas las encuestas anticipan que el PP necesitará de Vox para gobernar, y Vox no condena el franquismo.

Que 50 años después de la muerte del dictador sea imposible una conmemoración conjunta de todos los demócratas españoles denota una miopía profunda sobre la gravedad de la amenaza regresiva que los autoritarismos constituyen en las sociedades de hoy. La derecha, presa de su ansiedad, parece empeñada en no acertar nunca en los momentos históricos decisivos. Precisamente hoy, cuando algunos se atreven a reivindicar aquel régimen despótico, es más necesario que nunca recordar con claridad y precisión qué pagó en su conjunto la sociedad española por el desarrollo económico de los años sesenta y las lacerantes desigualdades que hicieron de ella un sistema profundamente injusto: eso es lo que la democracia tuvo que empezar a revertir hace medio siglo, tras la muerte de Franco, con tanto éxito que hoy podemos permitirnos mirar hacia atrás sin ira para seguir encarando el futuro. Esa obra pertenece a todos, es un fracaso que no podamos celebrarlo juntos.

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