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Caricaturiza, que algo quedaJOAN B. CULLA I CLARÀ

Aunque formulada con cierta rudeza, quisiera recoger la invitación al diálogo que me dirigió, el pasado 28 de octubre, el señor Javier Cercas en su artículo Sobre el nacionalismo (más o menos). Lamentablemente, no podré hacerlo desde la condición que me atribuye de "catedrático de historia", un distinguido estamento al que no tengo el honor de pertenecer; confío en que ello no decepcione demasiado al señor Cercas, al parecer tan preocupado por encasillar a los demás dentro del escalafón funcionarial. Mi interlocutor asume, como pretexto para entrar en materia, una desganada y vergonzante defensa de Mario Vargas Llosa. Y bien, comprendo que a Javier Cercas, como a muchos otros, las opiniones políticas del escritor hispano-peruano le provoquen reacciones encontradas: de rechazo cuando el autor de Los cuadernos de don Rigoberto sermonea neoliberalismo, cuando ridiculiza la cultura marxista, cuando equipara a Pinochet con Fidel Castro y reclama que se procese también al líder cubano; de simpatía, en cambio, cuando el multipremiado académico, en fecunda colaboración con su amigo Vidal-Quadras, arremete contra el nacionalismo. Siempre contra el nacionalismo catalán o el vasco, por supuesto; no fuera a ocurrir que, metiéndose con el nacionalismo francés o el español, se enajenara apoyos realmente importantes o perdiese mercados editoriales de veras jugosos. En estas condiciones, entiendo la ambigüedad y la displicencia con que Cercas le echa un capote a Vargas Llosa. Sin embargo, su argumento central para rebatir mis críticas al novelista andino resulta tan grotesco como peregrino: que me he basado "en unas supuestas declaraciones recogidas por el bolígrafo azaroso de un gacetillero". Pues bien, sí, debo confesarlo: al objeto de conocer el contenido de una conferencia pronunciada a 600 kilómetros de mi casa, recurrí a la lectura de diversas reseñas periodísticas del acto. Creo que es un método bastante común, que explica en gran parte el consumo de prensa diaria; pero si el señor Cercas conoce alguna alternativa mejor, tendré mucho gusto en considerarla. ¿Debí haber reclamado un acta notarial del evento? ¿O esperar, tal vez, a la publicación del texto de la conferencia, dentro de un año o dos? ¡Ah, si por lo menos la Generalitat poseyera su propio Cesid! Pero dejemos ya al ex futuro presidente del Perú y vayamos al fondo de la cuestión para constatar que, como mínimo en un punto, a don Javier Cercas le sobra la razón. En efecto, yo no soy nacionalista, al menos en los términos en los que él define ese concepto. El problema es que lo suyo no constituye una definición sino, por mucho que invoque el nombre de sir Isaiah Berlin, una grosera caricatura que mezcla la obviedad con la manipulación. ¡Claro que el nacionalismo es una ideología inventada en el Ochocientos! Como todos los ismos contemporáneos. ¿O acaso conoce alguna ideología que sea producto de la naturaleza, al modo de los garbanzos y las cabras? Sin embargo, ¿cuáles y cuántos nacionalistas de hoy y de aquí se reconocen en esa monserga del "alma del pueblo, inmutable y eterna" o comulgan con la idea de una Cataluña intemporal y ahistórica? ¿No será el señor Cercas quien tiene del nacionalismo un concepto intemporal y ahistórico, anclado en el romanticismo alemán de hace dos siglos? ¿No se le alcanza que si los nacionalistas creyeran de veras lo que él les atribuye -que "los pueblos son y serán siempre, se quiera o no"- quedarían sin argumentos ni legitimidad para reclamar más poder político, para proteger con leyes la lengua propia, etcétera? ¿Para qué, si de todos modos la nación es eterna? Es justamente el carácter perecedero, circunstancial, cambiante, histórico de la nación lo que da sentido a los nacionalismos, al menos en su variante defensiva, como es el caso catalán. No, tampoco yo creo en una identidad colectiva "inmutable y eterna" -el señor Cercas tiene una querencia por estas dos palabras-, casi creada por Dios e impuesta a los individuos. De hecho, me pregunto si hay alguien que crea en ella en un país que, habiendo recibido en un siglo más inmigración -proporcionalmente- que Argentina o Estados Unidos, ha hecho de la frase "es catalán todo el que vive y trabaja en Cataluña" un axioma político. Otra cosa bien distinta es participar de una adscripción identitaria ni coercitiva ni excluyente, adquirida por herencia o por elección pero nunca dictada por los genes, sino por la libre voluntad de cada uno y que, en Cataluña como en cualquier otra parte, constituye un factor nada desdeñable de cohesión social. En cuanto al maniqueo y socorrido tópico del nacionalismo como dominio de los sentimientos irracionales frente a la política como reino de la razón pura, me permitirá Javier Cercas que le diga que eso no se tiene en pie. Cuando Tony Blair convoca a sus conciudadanos a la "compasión", cuando Bill Clinton invoca el "orgullo patriótico" de los suyos, cuando el PSOE reúne a sus gentes junto a la prisión de Guadalajara en nombre de la "solidaridad", no hacen otra cosa que rendir tributo a la evidencia: no hay política de masas posible sin apelar a los sentimientos. Naturalmente que ello puede ponerse al servicio de las causas más nobles o de las peores canalladas, pero ¿acaso no sucede lo mismo con la racionalidad y el cientifismo? ¿Es preciso recordar a qué condujeron, en manos de Stalin, el socialismo científico y los planes quinquenales? Por último, el señor Cercas reclama el cese de las "flatulencias patrióticas" y de las tediosas discusiones esencialistas -no puedo estar más de acuerdo- y pide que alguien le explique de una vez qué ventajas concretas obtendríamos en una Cataluña independiente, o autodeterminada, o federada asimétricamente... Tratándose de una cuestión de proyectos políticos, no me siento autorizado a responderle, pero sí le daré alguna pista. Este diario informaba el pasado domingo de que Cataluña paga al Estado cada año 750.000 millones más de los que recibe, y añadía que, según expertos nada sospechosos de nacionalismo, ese balance excede entre 250.000 y 450.000 millones lo que sería equitativo de acuerdo con parámetros europeos. Juzgue usted mismo si, con este dinero todos los años, podrían mejorarse o no los colegios, las bibliotecas y las carreteras. Aunque, antes de juzgar, me temo que tendrá que escoger entre hacerlo desde la perspectiva catalana o desde la extremeña.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la UAB.

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