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Entrevista:DESVÁN DE OFICIOS: CARBONERO

"El gas nos ha dado la puntilla en este oficio"

Avelino García Garrido, que ve cómo se extinguen los usuarios del brasero de cisco, defiende las ventajas del carbón

Un mundo negro, pero lleno de matices: no es lo mismo la galletilla que la almendrilla. Y si de cisco se trata, lo hay de picón y de erraj. Todos son carbones, un bien cuya menguante demanda afecta incluso a los Reyes Magos; una fuente de calor en la que Avelino García Garrido ha cocinado buena parte de su vida.Este carbonero de 75 años y boina calada lleva más de medio siglo rodeado de antracita y astillas en Chamberí. Ahora, cuando la centuria se acaba y las cocinas de carbón son más museísticas que domésticas, don Avelino aguanta el tipo en la calle de Viriato, 42. Y eso, gracias a haber diversificado su negocio con el mantenimiento de calefacciones, porque el menudeo está en horas bajas: la balanza romana rara vez se descuelga del muro ennegrecido.

"Vieja que se muere, cliente que perdemos, porque en este barrio sólo quedan cuatro que tengan cocina de carbón y brasero de cisco", sentencia el comerciante. Unos parroquianos se van con las esquelas y otros llegan con la moda, como los propietarios de chalé con barbacoa. No hacen pedidos muy fuertes, pero sí frecuentes. "Es que en la sierra no hay carbonerías prácticamente", justifica don Avelino.

A los gastrónomos de fin de semana se suman los restaurantes especializados en carne a la parrilla, otra clientela importante del establecimiento chamberilero. "¡Dónde va a parar el sabor de un guiso preparado con carbón de encina!", elogia García Garrido. Él sabe, además, lo que es pasar hambre, "vaya que sí". Llegó a Madrid en 1947, en plena posguerra, desde su pueblo del concejo asturiano de Valdés. "Los paisanos que estaban aquí eran carboneros, y por eso entré en el oficio", recuerda.

Durante algunos años, don Avelino se pluriempleó como sereno suplente, otro oficio propio de asturianos, como el de minero, que nunca practicó. A costa de no dormir más que a cabezadas, ahorró el dinero necesario para establecerse por su cuenta. Luego apareció el enemigo despiadado, primero en forma de bombona, luego de tubería.

"El gas nos ha dado la puntilla", reconoce García Garrido. El butano acabó con las cocinas de carbón, y el gas natural cerca las calefacciones que aún tiran con antracita. "Dicen que subvencionan el cambio, pero yo sospecho que después no pagan la ayuda, o lo hacen con mucho retraso. Supongo que cuando todo el mundo esté apuntado al gas, subirá mucho su precio. Además, el carbón da más calor".

-Pero contamina.

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-Qué va. Lo que contamina son los coches, no las calefacciones de carbón. Antes todo el mundo cocinaba o se calentaba con él y no había polución en Madrid.

-¿A cómo se vende el kilo?

-Depende de la cantidad. No le puedo decir con exactitud.

Don Avelino es un negociante avezado que nunca fue a la escuela -"por eso no he suspendido nunca", bromea-. Defiende su producto por encima de todo y al margen de las lluvias ácidas o del calentamiento del planeta: los científicos culpan en parte a los combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo, de la defoliación de los bosques y del aumento de la temperatura en la Tierra.

García Garrido recuerda con nostalgia cuando, décadas atrás, la ciudad amanecía cuajada de braseros de cisco sobre las aceras. Tiempos aquellos en los que menudeaban los carboneros que, saco al hombro, subían el pedido a cada piso. Ahora, como mucho, se puede observar la descarga de piedras negras en la trampilla de algún portal.

"También partíamos las astillas, que ahora vienen hechas de fábrica. También vendíamos leña de encina, que, por cierto, cada vez tiene menos salida", enumera el veterano comerciante.

Don Avelino, enamorado de su oficio, lamenta que se extinga. "Entiendo que nadie abra una carbonería, y que las que aún quedan vayan desapareciendo". En la era del botón, ¿quién va a echar paladas de galletilla al depósito?

A pesar de su edad, este carbonero no piensa en la jubilación inmediata. "Pienso durar hasta los 99 años y trabajar hasta los 95. Luego, me tomaré cuatro años para descansar", dice entre bromas y veras.

A la espera de tan redondo cumpleaños, don Avelino abre a diario la tienda, repleta de sacos negruzcos y de carbones variados. El hombre se distrae con la rutina del trabajo y, de paso, echa una mano a su hijo en la gestión de calefacciones ajenas. Ahora empieza su temporada alta, en la que cuenta con la ayuda de un empleado durante seis meses. El frío es el mejor aliado de las ventas, aunque las barbacoas sean para el verano.

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