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Tribuna
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Amarga victoria

Antonio Elorza

En la noche electoral del pasado 25, la sede electoral del PNV ofrecía dos rostros bien diferentes. Uno, sonriente y abierto, el del nuevo lehendakari Ibarretxe, satisfecho por las posibilidades que se abren para su partido y su política al mantener con claridad la condición de minoría más votada en Euskadi; otro, el de Xabier Arzalluz, hosco e irritado, soltando acusaciones contra una supuesta campaña sucia en que los partidos estatalistas y sus secuaces agitaron espantajos como la independencia o la persecución de los no nacionalistas, alentando de esta guisa un voto del miedo.Ambas posiciones se encuentran justificadas, y en particular la segunda, dado el énfasis que había puesto Arzalluz en una jugada a tres bandas -paz dentro del pacto de Lizarra con HB, apoyo a Aznar, avance en votos del PNV para consolidar su liderazgo-, muy alambicada y que claramente no alcanzó los resultados pretendidos. El PNV se ve, para su propia sorpresa, con casi dos puntos de pérdida en porcentajes y un diputado menos. Al haber bajado aún de forma más acusada EA, su socio en el gobierno, resulta algo elemental: la radicalización del nacionalismo democrático, confirmada por su adhesión al pacto de Lizarra, provoca un retroceso electoral, en tanto que los beneficiarios del acuerdo, como por lo demás era lógico, son quienes mediante él afirmaron su hegemonía e impusieron sus objetivos. Desde los tiempos de Aguirre y de Gudari, en los años 30, la idea del frente nacional constituye una trampa para el nacionalismo moderado y un sueño para los radicales, supuesto que se hace, entonces y ahora, en el terreno de una ortodoxia cuya última meta no es otra que la independencia. Debieran saberlo en un lugar que se llama precisamente Sabin Etxea.

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Por lo demás, si en el terreno de la construcción nacional, de los grandes objetivos para el futuro político de la sociedad vasca, PNV y HB (ETA) coinciden, y firman un pacto en ese sentido, tampoco debe extrañar que quienes no desean o no pueden formar parte de ese "pueblo vasco", versión Arzalluz y Otegi, hayan mirado con estupor tal convergencia. Y reaccionen como en la deriva de los continentes, abriendo distancias con el voto a lo más español, al PP. Una fractura que tiene asimismo lugar entre las provincias, con el predominio radical en Guipúzcoa y el hispanófilo de Álava. Queda el bizkaitarrismo como en tiempos de Sabino, pero de hacer nación, poco.

La táctica de Arzalluz tiende de este modo a reforzar el españolismo en las capitales vascas, reproduciendo la vieja confrontación con el carlismo autóctono rural, e impulsa al PP como un gran partido en Euskadi, mientras el PNV se queda estancado. Y es que no basta hablar de integración en dos semanas de campaña si detrás hay varios años de creciente confrontación con lo vasco-español, desde los programas de Euskal Telebista a las mochilas con piedras o al vandalismo intimidatorio de la kale borroka, cuidadosamente olvidada en aras de la fraternidad nacional. Ojalá sea cierto, como sugiere Solé Tura evocando su diálogo con Anasagasti en torno al Gernika, que el PNV no se toma en serio los objetivos por los que clama, pero mientras se comprueba este extremo, la desconfianza es de rigor. Es más, de acuerdo con la trayectoria reciente, al desautorizar a la Constitución y al Estatuto en nombre del "soberanismo", el PNV ha tomado un camino en que toda concesión que reciba aparece como inútil para estabilizar la relación política con el Estado español, pues la meta se sitúa siempre en un más allá.

Así que por un lado se fomenta el espíritu de enfrentamiento con los demócratas no nacionalistas y por otro los aliados políticos de ETA reciben del PNV un aval que les permite competir cual si fueran ángeles de la paz. ¿Quién puede extrañarse de que progresen a costa del nacionalismo democrático y de esos curiosos partidarios de la autodeterminación generalizada y de la España federal que son Madrazo y Anguita? Cierto que a EH o HB o ETA política, como quiera llamarse, le faltan aún cuadros y cierta mesura. El pelo de la dehesa está ahí. Ahora bien, si saben superar los vicios de origen y el PNV legitima de vez en cuando la independencia a corto plazo, su progreso puede seguir. No serán el PSOE y el PP quienes lo paguen. En particular si Arzalluz sostiene el rumbo marcado en Lizarra y reserva a HB el papel de tutor de un gobierno precario PNV-EA.

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