El Madrid se deja sorprender al final

Puestos a mantener su duelo hasta el final, Hierro y Munitis protagonizaron el desenlace de un partido con mucha miga. Hierro marcó con un excelente tiro libre, pero Munitis respondió con una jugada de gran calibre (y con la inestimable ayuda de Jaime) que se cerró con el tanto de Bestchasnykh en el último minuto. El Madrid, que se sacudió las telarañas en la segunda parte, se encontró con un empate irremediable, sin tiempo para reaccionar, después de un duelo interesante.El encuentro tuvo un corte italiano, en el mejor sentido del término. Se jugó de manera esforzada, sin espacios para meter el pase, con abundantes cortocircuitos, la clase de encuentro que admite muy pocas ocasiones de gol y que premia el aprovechamiento. El predominio de lo táctico se hizo evidente, y en este aspecto sacó ventaja el Racing, que venía con los deberes hechos. Es cierto que actuó con una mentalidad defensiva, pero también es verdad que no interpretó un papel mezquino. Si algo le afectó de manera negativa fue la ventaja que cobró tras el gol de Merino. Con la línea de defensiva bien lejos de su área, el Racing creó un problema considerable al Madrid, que se encontró con una malla de jugadores en apenas 20 metros. Esa red tuvo dos efectos inmediatos: alejó a los delanteros madridistas del área de Ceballos y complicó cada pase en el centro del campo. Así ocurrió desde el primer minuto. De esta manera, el Madrid se vio obligado a un ejercicio de paciencia para el que no estaba preparado.

Entre las cualidades del Racing hay que elogiar su firmeza. Su trabajo táctico funcionó porque todos los jugadores actuaron como soldados. Nadie aflojó: la defensa se pegó a los centrocampistas, a considerable distancia de Ceballos, que pasó una tarde bastante tranquila. Aunque el Madrid dispuso del balón en proporciones abundantes, le sirvió de muy poco. No hubo enganche entre centrocampistas y delanteros porque faltó precisión y habilidad.

Durante el primer tiempo, los delanteros madridistas quedaron inéditos. Las pocas veces que recibieron el balón, lo hicieron en circunstancias extremas: de espaldas a la portería, a gran distancia de ella y con los centrales apretándoles los tornillos. La novedad fue el regreso de Seedorf a la banda derecha, porque el Madrid utilizó el viejo rombo. Jaime actuó como medio centro, Jarni recorrió el ala izquierda y Raúl se situó en la media punta. Los cuatro encontraron dificultades para tocar la misma partitura. No hubo sintonía: Jaime dirigía con corrección, pero sin atrevimiento; Seedorf sólo desbordó una vez (una llegada que resolvió Ceballos con una buena intervención); Raúl terminó aislado en el magma de defensores del Racing; y Jarni confirmó que es un centrador espectacular pero que tiene pocas condiciones para elaborar en el centro del campo.

La suma de factores negativos fue excesiva para el Madrid en el primer tiempo. El Racing hizo lo suyo con precisión de cirujano, y logró su primer gol en el último minuto de la primera parte.

La impetuosa salida del Madrid en el segundo tiempo (dos tiros cruzados de Mijatovic y Savio se escaparon por un palmo) cambió el signo del encuentro. El partido entró en una fase de asedio madridista que se concretó en el penalti a Mijatovic y el gol de Hierro. En ese momento se produjo una destacable decisión táctica de Hiddink. Retiró a Karembeu, colocó a Jaime como lateral derecho y trasladó a Seedorf al eje del medio campo. Los cambios no afectaron demasiado al curso del partido, que para entonces pintaba descaradamente madridista. Para el Madrid sólo quedaba pendiente una cuestión: el gol. Y para eso estaba Hierro, un futbolista a quien nunca le ha abandonado su instinto para hacer goles. Su segundo tanto fue maravilloso. Un tiro libre perfecto por potencia y precisión, con una curva certera que llevó la pelota a la escuadra.

El gol pareció dar garrotillo al partido. Pero el Racing también encontró a su hombre. Munitis confirmó su habilidad en una jugada espléndida. Un gran control, un regate exquisito a Hierro, otro a Jaime y el pase atrás, el de toda la vida. Por allí llegó Bestchasnic, que estuvo a la altura de su reputación como delantero panzer. Marcó con un remate violentísimo, inalcanzable para Illgner. Un gol sorprendente para un partido con mucha historia.