El negocio de Milosevic se llama Serbia
El presidente yugoslavo, su entorno y su familia controlan los grandes negocios en su país
Slobodan Milosevic ha transformado Serbia en propiedad de unos pocos, pero especialmente de la familia gobernante: él, su esposa, Mirjana Markovic, profesora de marxismo y la mujer más influyente del país, y sus hijos, Marko y Maria. Tras 50 años de Gobierno comunista ininterrumpido, rebautizado como socialista en 1990 por los signos de los tiempos, los métodos y la actitud de la nomenklatura permanecen intactos. Se centran especialmente en torno a la sagrada familia, aunque no sólo alrededor de ella. Los ministros son a la vez jefes de las empresas más importantes, caso sin equivalente ya en ningún otro país ex comunista europeo; quizá porque en Serbia el muro de Berlín sigue intacto, porque siguen mandando los herederos políticos de quienes lo hacían hace 50 años. (Mirko Marjanovic, que dirige el monopolio Progres, de importación de petróleo y minerales, es en su tiempo libre primer ministro. El jefe del Parlamento serbio, Dragan Tomic, manda en Jugopetrol, el distribuidor estatal de gasolina. El virrey de Slobo en Kosovo no estaba nunca en Pristina, en llamas, porque le reclamaba en Belgrado la presidencia del monopolio de las comunicaciones). Los que mandan se suelen trasladar al exclusivo barrio de Senjak, en Belgrado, junto a sus protectores. Sin demasiados aspavientos, a lo largo de diez años de absoluto poder conyugal, Slobo y Mira (la dominante mujer vestida de negro, con flores de plástico en el pelo) han conseguido modelar un país y una opinión en la línea de lo que Orwell anticipara en 1984. La relación de la pareja, junta desde los 16 años, es básica para seguir el desarrollo de los acontecimientos políticos en Serbia y su zona de influencia.
Escuchando a sus súbditos es palmario hasta qué punto los Milosevic son los personajes más odiados y temidos del país. En Pozarevac, el lugar al sur de Belgrado donde Mira y Slobo sellaron su suerte sentimental, es corriente escuchar estos días que mientras Marko, 24 años, entre y salga de su club nocturno no hay peligro de ataque aéreo de la OTAN. Lo mismo dicen los belgradenses cuando ven al hijo del presidente, siempre una Magnum en la sobaquera, junto a los más conocidos hampones de la Serbia que su padre maneja como una marioneta.
Milosevic, encerrado en su palacio blanco de Belgrado, es un gobernante virtualmente clandestino, salvo para las fotos con el gerifalte de turno. Mira, su consejera y psiquiatra, una ardiente comunista tan diminuta como poderosa, es utilizada como perro de presa contra los escasos oponentes públicos de la dictadura. Su partido, JUL, Izquierda Unida, aliado en el Parlamento con los ex comunistas de su marido y los fascistas de Vojislav Seselj, lo forman un grupo de todavía jóvenes halcones que han descubierto a tiempo las ventajas de simultanear a Lenin con el estraperlo.
En este paisaje, descrito como "idiocia moral" por Zarko Korac, profesor de psicología en la Universidad de Belgrado, el líder serbio es para casi todos poco más que un jefe mafioso que ha condenado a una generación a su poder autoritario. Y cuya desaparición nadie espera pacífica. Lo anticipa quizá el goteo de asesinatos de personajes próximos a la pareja gobernante. El último, hace un año, el de Zoran Todorovic, alias Culata, embarcado en negocios sucios con Rusia, secretario general del partido de la Markovic, íntimo amigo de Milosevic y director de la segunda compañía petrolífera serbia, Beopetrol. Acribillado cuando iba a entrar en su empresa.
El "Principito"
El caso del hijo varón de la pareja, el Principito, al que se asocia con el contrabando a gran escala de tabaco y automóviles, no tiene desperdicio. Nada ilustra mejor su posición que un incidente ocurrido en la ciudad norteña de Kostolac el 4 de noviembre del año pasado. Ese día Marko, pelo amarillo decolorado, chupa negra, metralleta Heckler, que nunca hizo el servicio militar, puso contra la pared de la discoteca Rock a un joven que le miraba con insistencia a través de un ojo defectuoso. Después, le perdonó la vida. Marko tiene en Pozarevac, el pueblo de su padre, un club nocturno de nombre Madonna. Pozarevac, 50.000 habitantes, ha sido bendecida desde que coparon el poder Slobo y Mira -él, hijo de un cura ortodoxo de Montenegro, ella nacida en un bosque serbio de una partisana posteriormente ejecutada por el régimen pronazi yugoslavo-. Las amistades juveniles de la pareja son ahora ministros, jefes militares, parlamentarios, jueces. O, simplemente, ricos.
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