_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El AVE y 1714 FRANCESC ARROYO

La decisión de aplazar la construcción del AVE hasta Francia es un duro golpe para Cataluña. Por lo menos, para un proyecto de Cataluña: el que la contempla como eje central del Mediterráneo. Eje comercial y de servicios que despega del complejo proyectado en torno a la desembocadura del Llobregat. Recuérdese el conjunto de obras previstas: el desvío del río, la ampliación portuaria y aeroportuaria, la conexión con una vía de ancho europeo con el resto de Europa, la conversión de El Prat en el aeropuerto de una extensa zona que va desde Valencia a Montpellier, desde Zaragoza a Toulouse. Es una vieja aspiración de Barcelona abrirse hacia el norte. Hace unos días, el Institut d"Estudis Catalans organizó unas sesiones sobre la historia del urbanismo en Cataluña. Uno de los ponentes explicó lo que había significado para Barcelona la construcción, en 1714, de la Ciutadella: el bloqueo del crecimiento de la ciudad hacia el norte. Las playas que quedaron detrás permanecieron perdidas para la ciudad hasta 1992. Barcelona creció hacia el sureste y quedó abortada su expansión hacia el norte. La ciudad de 1992, el llamado modelo Barcelona, permitió superar, por primera vez y parecía que de modo definitivo, el trauma de la Guerra de Sucesión. Y ahí está el AVE, el proyecto del AVE anunciado esta semana por Fomento, como reedición del Decreto de Nueva Planta que deja en nada la voluntad de crecimiento hacia el norte, de enlace comercial con el resto de Europa. Como ha explicado el alcalde de Barcelona, el AVE con entrada en Sants y sin enlace garantizado con Francia convierte a Barcelona en un apéndice de Madrid. La une a la meseta, pero la aleja de Lyón, París y Francfort. El proyecto aplaza el trazado de ancho europeo hasta Francia. Unas vías por las que debían salir las mercancías del puerto hacia el norte. Esto ocurre cuando la economía catalana se ha transformado potenciando su capacidad exportadora hacia Centroeuropa. España ya no es una unidad de mercado que diera sentido a los raíles hacia el sur. Sus empresarios venden más allá de los Pirineos. El Ayuntamiento de Barcelona hizo bandera de todas estas infraestructuras mientras que el Gobierno de la Generalitat se mostraba más preocupado por aspectos del país interior. Se diría que las fuerzas que regían el municipio se presentaban como defensoras del progreso tecnológico mientras que las que ocupaban el Palau de la Generalitat preferían soñar con el mundo rural. Y de pronto, hace unos meses, destacados dirigentes convergentes, con Jordi Pujol a la cabeza, empezaron a reclamar todas estas infraestructuras como si fueran su estandarte de toda la vida. Un resumen de ello es la exposición Ara és demà. Parecía que CiU, convencida de que los pactos con el PP iban a repercutir en miles de obras en Cataluña, tratara de dejar sin bandera a los socialistas. Pero el PP se ha mostrado como un hábil negociador, capaz de prometer y no dar trigo. Los años pasan y las obras que CiU anunciaba no sólo no se inauguran, sino que ni siquiera se licitan. Pujol empezó a quedarse sin discurso. Peor aún: cada vez que CiU lanzaba una promesa, está se aguaba, se atascaba, se desdibujaba. Ha pasado con los peajes, rebajados tarde y mal; con el aeropuerto, donde el pacto sobre la tercera pista no se traduce en apenas nada; con el desvío del Llobregat, que parece habérselo llevado el agua; con el AVE, que cuando al fin se presenta no se parece a nada de lo esperado. Mientras, el resto de mundo no espera. Génova y Marsella celebran que el AVE se convierta en una nueva Ciutadella, una barrera que cercene el camino de Barcelona hacia el norte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_