Moderación
Los hormigueros cicatrizan en esta época del año al modo de una herida: primero cesa la hemorragia y a continuación los labios de la llaga se aproximan hasta cerrar la boca. En unos días, apenas queda sobre la tierra una señal. Más interesante es lo que sucede luego en el interior de la úlcera, donde las hormigas no paran de hacer cosas útiles, desde enterrar a sus muertas hasta ventilar las despensas o amamantar las larvas. El asunto está estudiado y seguro que hay algún documental del National Geografic donde se puede ver cómo pasan el invierno estos curiosos animales, aunque es preciso advertir que tienen costumbres muy de mesa camilla. Si por algo dan miedo, es por lo normales que parecen. No busque usted nada excéntrico en ellas: son como nosotros. Podríamos decir, pues, que estos bichos han alcanzado el ideal político del centro. Ahora bien, si se ven obligadas a hacer alguna crueldad, la llevan adelante sin problemas, una cosa no quita la otra. De hecho, algunas especies son capaces, por ejemplo, de robar las larvas de otro hormiguero para producir esclavas que emplean en las tareas más incómodas. Pero lo hacen de una forma monótona, moderada, como si estuvieran dotadas del sentido común de José María Aznar. Y les va bien con esa política, no nos engañemos: están más extendidas que los fungairiños. Son una multinacional.
Lo curioso es que a la gente le gusta este comedimiento extremo. De hecho, el mundo es hoy, globalmente hablando, de centro. Y gracias a esa moderación nos parece normal, sin ir más lejos, que 225 personas acumulen la mitad de la riqueza de todo el universo. Somos igual que las hormigas, que es además como nos decían en el colegio que teníamos que ser. Hemos triunfado, en fin, sólo que a costa de vivir, como ellas, en el interior de una llaga.
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