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El gran desfile

El otro día, con parecida publicidad que una carrera ciclista de barrio, tuvo lugar un gran desfile militar por las calles de Madrid. Jornada meteorológicamente luminosa, lunes 12 de octubre, uno de los quizá últimos eventos de este jaez. Lástima, porque resulta un atractivo espectáculo para la población civil, muy partidaria de contemplar las evoluciones de los soldaditos, y debe ser objeto de reflexión para nuestras autoridades políticas, de cara a la instalación del Ejército profesional que se avecina. La verdad es que cada año les salen mejor las evoluciones masivas, que si no tienen la grandiosidad de aquellas paradas que tantas veces vimos en la plaza Roja moscovita, hacen papel lucido ante otras comparaciones. Nos queda, en Europa, esa sanguinaria y cutre guerra en los Balcanes, ejemplo de que la estupidez sigue firmemente enraizada, quizá para servir de coartada para ese incontable caudal de dispendios que es la OTAN. Lo que parece sobrevivir es el exhibicionismo, la demostración coreográfica de lo que se puede hacer con unos millares de jóvenes y unos centenares de blindados. Personalmente soy partidario de los desfiles, porque tengo comprobado que les gustan a los niños y a buena parte de la gente adulta que tiene pocos complejos. En tiempos ya remotos, este género de demostraciones servía para deslumbrar a incautos y llevarles no sólo dócilmente, sino con entusiasmo, hasta los banderines de enganche y la nómina de la carne de cañón; en la Europa central del siglo pasado la guerra fue una actividad que empleaba transitoriamente a la mano de obra campesina, harta de la agricultura o de que les incautaran las cosechas. Por los pueblos austriacos y magiares hacían folclóricas tournées grupos de supuestos militares, resplandecientemente uniformados de húsares, dragones, coraceros, ulanos, con altas y lustrosas botas, dolmanes sobre el hombro, alamares dorados, sables refulgentes, corceles piafantes. Pongan a la gaya tropa bailando csardas o cualquier danza regional que secuestrase los corazones femeninos y tendríamos a la mocedad de las aldeas alistándose como un solo combatiente. Hoy necesitarían descoyuntarse interpretando el rap en la discoteca de las afueras y afortunados serían si no recogiesen algún navajazo.

El sistema hoy ha de ser otro y en ello imagino a los creativos publicitarios, que ya difunden las muchas ventajas de la vida castrense en el Ejército profesional que viene, imaginando cuarteleras facetas atractivas. En el último desfile del que hablamos, se echaron de menos algunas cosas. Por ejemplo, ¿qué fue de la cabra o el carnero que acompañaban el paso de la Legión, que parece, mal comparado, el de Chiquito de la Calzada muy apresurado? Los que vieron la retransmisión televisiva, o sus resúmenes, escucharon la referencia a la presencia femenina, pero, la verdad, me temo que falló la imagen. Comprendo que hayan dejado a la mascota, si aún existe, en el acantonamiento para evitar innecesarios disgustos con los amigos del carnero, pero no que hayan privado a la afición de una muestra más abundante de las mujeres en las Fuerzas Armadas, aunque su número sobrepase el millar, según datos oficiosos.

Hice coincidir mi cotidiana marcha matinal por el andén izquierdo de la Castellana y puedo dar fe de la cálida curiosidad del pueblo de Madrid, cubriendo la carrera y mostrando su agrado con aplausos ante las unidades de mayor marcialidad. Quizá por la ausencia del animalito, el Tercio tuvo una tibia acogida; fue celebrada la mayestática imagen de los tabores de Regulares que representan a Ceuta y a Melilla. El número de las flameantes capas blancas, cayendo desde los marciales hombros, habría hecho la felicidad de cualquier creador de la moda, desde Balenciaga a Vitorio & Luchino. Cuatrocientos metros más allá hubiéramos disfrutado de una singular pasarela Cibeles. Se quedó en la plaza de Colón, punto final de la cabalgata, presidida por nuestro Rey, cada vez más parecido a las estatuas que coronan el palacio de Oriente y ciertos paseos del Retiro. Reitero la opinión favorable sobre estos desfiles, alternando con algún maratón, marcha ciclista y manifestaciones reivindicativas. Son el pueblo de uniforme. Una vez al año no hace daño.

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