Hacia un nuevo orden económico
En estos dos últimos siglos las bases de la vida social han cambiado gracias al aumento del saber, las posibilidades tecnológicas y el creciente nivel de vida. La reorientación del mundo laboral se ha mostrado, en este sentido, especialmente dificil. Y puede decirse lo mismo de las estructuras y reglas tradicionales de nuestro sistema económico. Los sistemas que resultaron eficaces en el pasado ya no garantizan, ni mucho menos, un futuro asegurado. Ante unas premisas totalmente distintas, las reglas de funcionamiento deben actualizarse con el planteamiento de nuevos objetivos y actitudes. A largo plazo, ningún país, ninguna cultura podrá eludir esta necesidad. Y resulta cada vez más obvio que las jerarquías que dan más importancia a la conservación del statu quo y al cumplimiento de las normas establecidas no son capaces de configurar este proceso de transformación que está iniciándose. Sin embargo, los Estados democráticos no deben mantenerse al margen de este proceso de adaptación fundamental. Debemos, pues, reflexionar sobre esos nuevos objetivos y actitudes.
La delegación de responsabilidades constituye una técnica de gestión básica en este renovado horizonte, puesto que lo que decidirá sobre el éxito en la competencia entre las economías nacionales y los demás sistemas que estructuran la sociedad será el potencial de creatividad. La labor difícil e inmensa a la que se ve enfrentado el mundo empresarial -y la sociedad- sólo podrá tener éxito si los empleados -y los ciudadanos- consideran que también forma parte de su deber reflexionar sobre cómo mejorar las tareas de las que son directamente responsables.
La identificación con su labor profesional y la motivación de los colaboradores es otra de las nuevas metas a perseguir. En nuestros días, el buen ambiente laboral y la actitud positiva de los empleados se han convertido en una premisa imprescindible para lograr el éxito. Una vez que las empresas comprendan esta interdependencia, deberán crear las condiciones para que los empleados estén dispuestos a identificarse con los objetivos empresariales.
Pero, ¿cuáles son esas condiciones necesarias para que un colaborador se identifique con los objetivos empresariales? La primera de ellas, un salario justo y que redistribuya la riqueza de un modo satisfactorio; además, la existencia de una buena comunicación con los empleados, buena comunicación que no se limita a informarles, sino que también requiere entablar un diálogo; la existencia de expectativas de mejora y formación y de realización personal en el trabajo; el apoyo de la descentralización, la especialización y la coordinación que caracterizan hoy las funciones de la dirección, que son desempeñadas colectivamente por personas que ya no están legitimadas en virtud de su posesión de capital, sino gracias a su competencia profesional; el fomento, mediante sistemas de participación en los beneficios, de la implicación de los ejecutivos en el éxito de la empresa, o la construcción de la empresa como una comunidad solidaria.
Pero todas estas transformaciones que se perfilan en el mundo empresarial, ¿tienen alguna trascendencia social? ¿Sus conclusiones son aplicables a problemas sociales o a concepciones del Estado?
Un estudio comparativo que estamos elaborando en el ámbito empresarial aportará datos sobre el sistema de dirección participativa, o cooperativa, que serán de gran trascendencia para la ciencia y las aplicaciones prácticas. La demostración de la superioridad de este sistema de dirección resultará convincente para los altos cargos del ámbito estatal y empresarial. Sin embargo, desde el momento en que se reconozcan las ventajas de este nuevo concepto hasta su aplicación práctica habrá que recorrer un largo camino.
Algunos principios que se desprenden de las experiencias realizadas en el mundo empresarial también deberían considerarse en relación con la situación de nuestra sociedad. De manera similar a lo que ocurre en las empresas, estoy convencido de que en el ámbito social podríamos movilizar un gran potencial de creatividad y compromiso si aceptáramos y aplicáramos los siguientes principios:
1. Los objetivos estatales deben responder tanto a las necesidades humanas como a las necesidades de eficacia. Deben basarse en la identificación por parte de los ciudadanos.
2. La gestión centralista y burocrática del Estado debe sustituirse por una descentralización de las responsabilidades y una gestión orientada a los resultados.
3. E1 objetivo de adaptarse a las reglamentaciones debe complementarse con la exigencia de eficacia y capacidad innovadora.
4. Con la ayuda de nuevos sistemas de medir los resultados y de realizar comparaciones, la competencia en función de la eficiencia debe impulsarse también en el ámbito público.
5. Existe una capacidad y disposición de los ciudadanos para asumir responsabilidades, que debe reivindicarse y aprovecharse con más intensidad.
6. Deben incrementarse los esfuerzos por definir y respetar unos objetivos éticos con el fin de reforzar la capacidad de convivencia de nuestras sociedades modernas.
Quisiera señalar otra repercusión posible de la cultura empresarial en el ámbito de los asuntos sociales. Además de los numerosos defectos en la técnica de dirección, otro desafío para nuestros líderes políticos consiste en la reivindicación de los ciudadanos de crear una distribución económica más justa y de combatir el desempleo. En ambas cuestiones, la implantación de la cultura empresarial ofrece una respuesta extraordinaria.
Las exigencias de la competencia global entre sistemas no reparan en las tradiciones, el statu quo y los privilegios establecidos. Quien quiera salir adelante en estos tiempos y asegurar su futuro, deberá preocuparse él mismo por su competitividad. Las formas tradicionales de dirección empresarial se han mostrado incapaces de afrontar esta transformación. Por ello, debemos tener el valor de establecer nuevos objetivos y de explorar nuevos caminos en la sociedad y en el mundo empresarial.
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