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Corazón sano

Celebré a mi aire el sábado pasado la cuarta edición de la Marcha Corazón Sano, etcétera. Las gorras que regalaban al colectivo de participantes no encendían mi concupiscencia, la camiseta que hubiera podido tocarme en algún sorteo o refriega con aquéllas no sería, seguramente, de mi talla, y no tenía muy claro qué parte de mi apolíneo cuerpo era la más adecuada para adosarme la bonita pegatina para el nene o la nena que acaso habría podido también corresponderme, no obstante lo cual deseo dar mi más cordial y sincera enhorabuena a los organizadores por su iniciativa. Siempre es bueno inducir a los madrileños a caminar, aunque sea para venderles zapatillas deportivas, anhelo, por otra parte, plenamente legítimo y hasta inevitable en esta época mercantilista que nos ha tocado vivir. Andar es bueno, sí, y juraría que no se trata de la primera vez que hago proselitismo de tan sencillo y asequible ejercicio desde esta columna. "Quien mueve las piernas, mueve el corazón", y dicen que el pequeño gran hombre Deng Xiaoping consiguió llegar a nonagenario y llevar a la inmensa China desde el totalitarismo maoísta al presente totalitarismo neoliberal, rara avis más próxima a lo considerado políticamente correcto por las potencias occidentales, a base de endilgarse grandes caminatas cotidianas. Cuando el peatón saltarín se ha convertido en objetivo prioritario del aparato punitivo municipal, conviene recordar -antes de que comiencen a mermar irremisiblemente las "vocaciones"- la fórmula salutífera del longevo Deng Xiaoping y, profundizando un poco más en el tema, que la marcha moderada, según las posibilidades y el fuelle de cada uno, no sólo resulta óptima para el sistema cardiovascular, sino que quema azúcares y grasas, "regula el nivel de colesterol", lubrica las articulaciones, mejora el riego sanguíneo, estimula el cerebro, restituye la euforia a los corazones decrépitos o estresados, suaviza las melancolías otoñales.

No lo duden ustedes, don Pionio, doña Orosia: si sentaditos en su casa por esta época, inmóviles y solitarios, les acomete la tristeza estacional y la mente se les llena de pensamientos horribles, tales como la muerte, el largo y negro invierno, "les feuilles mortes" o amores perdidos, las injusticias y oprobios sufridos a lo largo de su existencia, el hamletiano dilema sobre el más allá o el más acá, el efecto invernadero, el agujero de ozono, la contaminación de los mares, la desaparición de las selvas en Brasil, Indonesia, etcétera, el régimen talibán, el excmo. Ayuntamiento madrileño, renuncien inmediatamente al sedentarismo, den un brinco o cojan su garrotilla y láncense a la calle.

Métanse una buena caminata en el cuerpo y al final serán otro don Pionio, otra doña Orosia, con el cerebro totalmente despejado de nubarrones. Y si entonces se topan con la "policía del ejercicio", seguro que su nuevo espíritu indomable, su inédita confianza en sí mismos, les dictan la respuesta cívica adecuada al acoso de los malandrines. Que puede ser (a título de modesta sugerencia) abrirse la camisa y gritar "¡al pecho!", ofrecerles en magnífico gesto las muñecas para ser esposados o atacar en legítima defensa con la garrotilla enhiesta.

Y qué hermoso es, retomando el hilo de las primeras líneas, pasear en otoño por Madrid. Yo me conformé el día de autos con el parquecito próximo a mi casa, ornado ya por las primeras hojas amarillas de los plátanos sobre la hierba, felizmente off-limits del Ayuntamiento y sus genocidas tubos expeledores de estruendo, polvo, porquería y variopintas miasmas. Paz y silencio en el jardín, poblado tan sólo por unas cuatro personas y tres canes a lo sumo. Amenizado por el rumor de las fuentes y el tembloroso aroma vegetal del otoño. Y caminé a gusto, sin prisa pero sin pausa. Un, dos, tres (aquí, abombamiento de barriga para llenar de aire los pulmones desde abajo, como está mandado), inspiración gradual, naturalmente por la nariz. Un, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho pasos para espiración, naturalmente por la boca, hasta dejar los pulmones vacíos, y llenarlos otra vez, un, dos, tres, cuatro, aire. No se lo digan a nadie, pero andar individualmente resulta más saludable para guardar los ritos y ritmos de la respiración. Para, en fin, curar el spleen.

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