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Al filo de la "Operación Luna"

A las 0.30, la emisora del coche patrulla que cruza la plaza de Bilbao no calla. Las órdenes y contraórdenes de los policías se suceden sin pausa. Es un instante en la Operación Luna, donde la actividad policial no cesa en toda la madrugada y en la que 180 agentes de la Policía Nacional y 20 de la municipal trabajan con un objetivo común: atajar las armas blancas y la violencia juvenil en los distritos de Centro y Moncloa, los más conflictivos de Madrid.

El detonante de la operación fue la muerte por apuñalamiento de un estudiante de 21 años el pasado 4 de octubre en la calle de Génova.

La misión del despliegue es compleja: distinguir de entre el medio millón de jóvenes que sale por la capital las noches de viernes y sábado a los que sean peligrosos y porten armas blancas. "Es como buscar una aguja en una pajar", explica José Luis Tabares, jefe de prevención de la Brigada de Seguridad Ciudadana de Madrid.

"H-50 [clave con la que opera el coordinador policial desde la base de operaciones] para todas las unidades. Nos ha entrado una llamada por una supuesta agresión de rapados contra unos jóvenes en la zona de Moncloa". La alerta saltó a las dos de la madrugada. Cuatro alazanes (término que en la jerga policial identifica a los agentes en moto) patrullaban la zona. Uno de los policías sospechó de cuatro jóvenes con la cabeza rapada que estaban sentados en el capó de un coche. Les rodearon y les pidieron el carné de identidad. De inmediato procedieron a cachearles. Los jóvenes vaciaron sus bolsillos sobre el coche. Entre sus pertenencias no había armas blancas. "Resultado negativo", informó un agente a la base.

La emisora juega un papel crucial en la operación. Sirve para coordinar a los agentes. Los policías al mando solicitan información sobre el despliegue para así coordinar los efectivos disponibles sin dejar huecos desprotegidos dentro del entramado urbano. El policía de mando se encarga de distribuir a los agentes en los puntos donde surja la necesidad de una intervención. Los policías se comunican con la base para contrastar datos y averiguar si los sospechosos tienen o no un historial delictivo con antecedentes.

En el intercambiador de Moncloa, dos furgonetas cargadas con efectivos de la Unidad de Intervención Policial (los antidisturbios, o pumas en términos policiales) controlaban el gentío. Se encargaban de comprobar que los grupos de jóvenes más numerosos no perdían el control antes de montarse en los autobuses rumbo a los municipios periféricos. "La noche discurre tranquila", señaló un puma a su superior.

La zona de mayor riesgo es la plaza del Dos de Mayo y sus aledaños. Ahí se ve a la policía como a un enemigo. "El fin de semana pasado nos tiraron cascos de botellas de cerveza. Nos canearon bien", señaló una agente desde el sillín de su motocicleta. Para entrar en esta zona "hay que meterse con muchos efectivos. Así los jóvenes se lo piensan dos veces", explicó un inspector. Dos parejas de alazanes y un zeta cruzaron el pasado sábado en tres ocasiones la plaza. Los propios jóvenes señalaban a los coches patrulla y les gritaban con cierta sorna: "¿Qué? De Operación Luna, ¿no?". Conocían el motivo de su presencia.

Aún no había llegado el peor momento de la noche, entre las 5.00 y las 7.00, según Tabares. "Ahí es cuando la gente sale más alegre de los bares. Sólo hay un paso entre la diversión y la agresión. Pero el desenlace trágico se inicia mucho antes, justo al salir de casa, cuando alguien decide echarse la navaja al bolsillo", añade Tabares. "Pero el peligro no es mayor por beber en la calle. Lo importante es la actitud", explica. Aunque la ley prohíbe llevar armas blancas de hoja superior a 11 centímetros, Tabales señala que "con un filo menor se puede causar igual daño".

A las 8.00 la luna se recogió y la luz del día diluyó el peligro. Hasta el próximo fin de semana.

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