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"Ocho y medio" recibe elogios entre la gente que conocía los filmes del realizador por televisiónLA SECCIÓN OFICIAL

El público más joven se muestra deslumbrado por Fellini y destaca la imaginación de su cine

La mayoría de los espectadores que aún no habían nacido cuando Federico Fellini ya había realizado tres obras maestras como La dolce vita, Amarcord u Ocho y medio se manifestó ayer deslumbrado al término de la proyección de esta último película en la Mostra. Es el caso, por ejemplo, de Rodrigo, de 21 años, quien, advirtiendo que no es "el típico cinéfilo a la hora de hablar" dijo estar "alucinado" por la imaginación del realizador, al igual que otros jóvenes consultados. El ciclo de Fellini está siendo uno de los más concurridos del festival, como demuestra la asistencia a las tres películas referidas.

La sala donde se proyectó Ocho y medio (realizada en 1963), una de las mejores películas del realizador italiano y un auténtico hito en la historia del cine, estaba repleta de espectadores con una edad comprendida entre los 20 y 30 años. "Yo conocía a Fellini de leer cosas sobre él, de la televisión y del vídeo, pero no había visto nunca una película suya en el cine", comentó Antonio, de 21. Nacho, de 20 años, sí que había visto algunos filmes en algún pase de la Filmoteca y dijo ser un gran aficionado de su cine. De Ocho y medio destacó sobre todo la escena de la playa de "la señora gorda", el personaje femenino de Saraghina, a quienes los niños, entre ellos Guido, le pagaban para que bailara en la playa, lo que le costó al protagnista del filme interpretado por Marcelo Mastroniani el castigo de los curas del colegio cuando fue descubierto. Ya convertido en un aclamado director de cine, pero inmerso en una crisis creativa, emocional y vital, Guido rememora esas escenas de su niñez. Precisamente, esas imágenes de la infancia son las preferidas por los espectadores consultados. Como Jorge y Nacho, quienes también subrayaron las secuencias oníricas del harén, en las que Guido se imagina en su casa rodeado de todas las mujeres de su vida que le colman de atenciones y le obedecen. "Es un momento muy imaginativo que retrata muy bien esa forma de pensar tan mediterránea. Además, lleva implícita mucha autocrítica y un sentido del humor muy ácido", comenta Jorge, quien considera también muy mediterráneas las referencias religiosas y sexuales. A pesar de la visible huella que la película dejó en el público, algunos, como Lorena, de 22 años, o Chimo, de 24, reconocieron que en ocasiones perdieron el hilo argumental debido a la mezcla de imágenes reales, oníricas y del pasado. "Me parece importante el final, cuando el protagonista sigue agarrado a la ficción a pesar de que se han desenmascarado todos sus fantasmas", opinó por su parte Berta, de 27 años. Miriam, de 20 años, se sintió muy atraída por la descripción de la "irracionalidad de las personas", Fernando, de 28, centró su elogio hacia el "mundo femenino felliniano" encarnado en Ocho y medio por Claudia Cardinale, Anouk Aimée y Sandra Millo, entre otras actrices. Sucede a veces con los maestros de cualquier cosa: su apellido es utilizado por sus admiradores para sustantivizar con alguna exageración lo que consideran rasgos definitorios de su obra. Como ocurre siempre, ese tipo de magnificación acaba por convertirse en muletilla incapaz para designar nada con certeza. Lo felliniano se vincularía con lo desmesurado, de manera que un par de tetas enormes están para siempre condenadas a recibir ese pintoresco apelativo. Como es natural, lo felliniano no existe, y bien lo sabe Woody Allen cuando en vano trató de imitar Amarcord en su tediosa Días de radio. Antes de que Fellini se internara por las desmesuras del desarrollismo físico hizo una obra maestra absoluta, La dolce vita, que ayer se pasó en la Mostra en una sala abarrotada. Una película que contiene la desmesura de durar tres horas, cosa nada habitual en 1959, con la que Fellini se anticipa en unos 10 años a la desgana propia del sesentayochismo y que es como la bisagra que le permite distanciarse de su obra anterior para emprenderla sin falsos rubores, tres años después, con Ocho y medio. Hasta entonces, el pesado lastre de la concepción cristiana de la caridad hacia el prójimo, sobre todo a los más desventurados de ellos, pesaba como una losa en la obra de Fellini, de modo que el futuro genio no siempre sabía escapar a los peligros de la moralina final. Resabios tal vez de su notable contribución como guionista al neorrealismo. En La dolce vita el ajuste de cuentas con la variante católica del cristianismo está en trance de cumplirse, y por eso se abre con un Cristo que sobrevuela la ciudad colgado de un helicóptero: el advenimiento se da por cumplido y sirve para poca cosa, así que mejor pasamos, de manos de los reporteros, a algunas de las crónicas que suceden en la tierra.

Un asunto de mujeres en medio de este desierto

La sección oficial de la Mostra continúa su particular travesía por el desierto. Nunca esta expresión describió tan fielmente la realidad como en esta edición en la que, además de asistir a una generosa muestra de la cinematografía (y la geografía) del Norte de África, el paisaje en las salas es semidesértico. Las sesiones en las que sobran más butacas corresponden a la maltratada sección oficial, incluso en el único fin de semana de esta caótica edición. Para acabarlo de arreglar, ayer se suspendió la proyección de la película egipcia Licor de dátiles, de Radwan El-Kashef. Los pocos e ilusos espectadores que nos acercamos al pase matinal nos encontramos con la sorpresa de comprobar cómo el licor de dátiles egipcio se había quedado por el camino y no se serviría en esta Mostra. Debió de habérselo bebido algún desesperado aspirante a estrella en una noche loca. Menos mal que, por la tarde, pese a que también se suspendió la proyección del filme italiano Siroco, la competición nos deparó un soplo de aire fresco. El realizador marroquí Saab Chraibi presentó un filme femenino y feminista sobre el papel de la mujer en la cada vez más occidentalizada sociedad marroquí. A través de la amistad de cuatro mujeres, Femmes... et femmes nos revela las contradicciones de un mundo en el que la mujer juega un papel secundario del que quiere escapar a toda costa. Las relaciones de pareja se nos muestran crudas, con una dureza excepcional, desde la privilegiada mirada de una reportera de televisión (una mirada explícita desde los créditos iniciales de la película) que escruta el exterior en busca de la denuncia, de dar a conocer al ciudadano los malos tratos del hombre a la mujer. Femmes... et femmes tiene una primera hora excelente. En ella, las mujeres ocupan el papel protagonista sin ninguna sospecha de afán propagandístico, tan habitual en películas de denuncia como ésta. La amistad como motor de la acción nos desnuda limpiamente el contraste entre las vidas de cuatro amigas con una formación semejante. Pero, a partir de la huida de la periodista a casa de sus padres a causa de un desengaño amoroso (con un galán que parece un imposible cruce genético entre Django y El Puma), pierde fuerza. Deviene una historia intimista, llena de falsa poesía, que menoscaba el acabado de la obra. Tan sólo la brutal reaparición de la violencia, siempre acechante en todo el filme, nos reconcilia con una cinta que eleva considerablemente el listón de la calidad en esta sección.

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