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Tribuna
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Divina Comedia

Los obispos andaluces se han reunido en Chiapas, perdón, perdón, quiero decir en Chipiona, para denunciar la escasa presencia de valores espirituales en el actual sistema educativo. Me imagino una reunión de palabras entonadas sigilosamente con pronunciaciones purpúreas y labios plastificados en el olor de una trastienda íntima. Las eses silban en la boca de un obispo como las mañanas de invierno en los mármoles de las catedrales. Los curas de pueblo sudan mucho, mantienen la energía telúrica de las mañanas de sol y la morcilla, pueden incluso sufrir en su conciencia algunas bombas de relojería calibradas por don Miguel de Unamuno. Los obispos han aprendido a no sudar. El frío limpio de sus palabras pertenece al psicoanálisis de la burocracia, al más allá de sus secretos. Cuando Francis Ford Coppola quiso hacer una película sobre el peligro verdadero, se olvidó de la guerra del Vietnam y culminó la saga de los Corleone con El Padrino III, dedicada a la muerte imprevista de un Papa y a las finanzas del Vaticano. ¿Qué valores sueñan los obispos andaluces de ahora? Supongo que los mismos ideales exaltados y defendidos por Juan Pablo II a lo largo de los veinte años de su mandato. Insensibilidad ante la pobreza, autoritarismo dogmático contra la teología de la liberación, apoyo al Opus Dei, beatificación de dudosos personajes colaboradores con la Alemania nazi o con el golpe de estado franquista y un conservadurismo moral excesivamente cruel. ¿No es un acto de crueldad denunciar el uso pecaminoso de preservativos en países asolados por el sida? Si el Papa, los obispos andaluces y la Iglesia se contentasen con difundir la verdad de Dios entre sus fieles, las opiniones del Papa y los obispos serían problema de los católicos. Pero los sacerdotes siguen confundiendo los límites que existen entre los pecados y los delitos, y procuran imponer sus ideas morales como leyes públicas, como órdenes de obligado cumplimiento por la ciudadanía en general. El alegato reciente de la Iglesia española contra el aborto ha sido ejemplificador, porque no iba encaminado al pastoreo de sus feligreses, sino a impedir la aprobación de una ley pública destinada simplemente a respetar la libertad de conciencia de la población. Los obispos cumplieron su papel. ¿Por qué extrañarnos? La Iglesia católica ha defendido siempre la indignidad del ser humano, su condición de pecador y de desterrado en un valle de lágrimas, la necesidad del dolor y las humillaciones. La religión católica cuestiona por pura coherencia la felicidad terrenal, la autoridad moral de los hombres y las mujeres sobre sus destinos. ¿Cómo va a estar la Iglesia a favor de la libertad de conciencia? Los valores espirituales que exigen los obispos en la enseñanza no pueden ser sino un nuevo ataque contra el verdadero sentido de las humanidades. Dedicados a exaltar los festejos clericales, el costumbrismo antropológico de la Semana Santa y las infinitas romerías, el tipismo localista de las procesiones, nos estamos olvidando de lo que en realidad significan la religión católica y sus obispos. Sería oportuno que la izquierda recordase los motivos históricos de su anticlericalismo.

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