Timidez
Todo el mundo lleva una semana hablando de la timidez. Hace un par de años, por estas fechas, hablábamos de los dinosaurios. O sea, lo que manden. Hace un par de años, los ciudadanos se dieron cuenta de que los dinosaurios no existen. Llegaban con 200 millones de años de retraso, pero nunca es tarde; por algo se empieza.La actualidad de la timidez ha sido por mor de una píldora, que, según dicen, la cura. La actualidad de los dinosaurios fue por una película. Se ve que la gente anda excesivamente ocupada con sus asuntos y necesita estímulos para pararse a pensar en el mundo que la rodea.
Los dinosaurios no son el mundo que la rodea, pero esto es lo grave, pues desearía tenerlos a la vista, pasarles la mano por el lomo, hacerles cucamonas. Por cómo reaccionó la ciudadanía habrían sido -de subsistir- uno de esos regalos de la naturaleza que dan sentido a la vida y alegran los corazones. La gente se lanzó a comprar libros, fotos y muñecos virtuales de dinosaurios y, cuando programaba sus vacaciones, quería ir al parque Jurásico.
La timidez es un problema que creen padecer multitud de ciudadanos, pero da la sensación de que casi nadie se había percatado de ello. La timidez, sus causas, sus síntomas y sus efectos, ha sido motivo de conversación y de controversia, de estudio y de preocupación durante toda la semana. Psiquiatras y psicólogos cobraron especial relevancia y se los disputaban los medios de comunicación -especialmente radios y televisiones- para que explicaran en qué consiste la timidez, qué perjuicios causa a quienes la padecen, su repercusión social, y cuáles son los más efectivos remedios.
Un servidor contemplaba la movida no sin sorna, pues le daba la sensación de que son como niños. Un servidor -con perdón- tiene su particular criterio acerca de la timidez -antónimo de la temeridad y la intimidación- que no es de ninguna de las maneras enfermedad, a salvo casos de fobias y agudas depresiones.
La mente -sostienen acreditados especialistas- es el órgano corporal que con mayor propiedad define la naturaleza humana. No sólo eso, sino que constituye el instrumento que los seres humanos ponen en funcionamiento para hacer posible la solución racional de los problemas.
Un problema es una incógnita, evidentemente. De manera que, si el ser humano ha de enfrentarse con una situación nueva o imprevista, se le plantea un problema. Y es entonces cuando pone en funcionamiento la mente para encontrar una solución.
En estas circunstancias, cada uno hace lo que puede, por supuesto. Pero cuanto más inteligente es el ser humano, más desarrolla sus potencialidades mentales.
De manera que, ante el problema -no hace falta que sea el descubrimiento de la pólvora; una entrevista con el jefe basta-, aviva todos sus registros cognoscitivos, contrasta la situación con la experiencia, abre el abanico de los recuerdos, extrae del subconsciente las impresiones más profundas, plantea las posibilidades que se pueden presentar, tiene en cuenta las variaciones que producirá la incidencia de los elementos concomitantes, matiza la influencia de los factores anímicos, aplica los mecanismos de la lógica para obtener sus consecuencias.
A la vista de todo ello, el ser humano inteligente toma conciencia de su insignificancia y de su indefensión ante los avatares de la vida.
Es el hombre temeroso, o sea, el tímido, en contraposición con la audacia del hombre temerario, que es un botarate.
La píldora esa acabará con las potencialidades reflexivas, por tanto con la timidez, y provocará una catástrofe, pues desaparecerán los tímidos. Y dentro de 200 millones de años, los seres humanos se darán cuenta de que no hay tímidos, de que alguien los borró de la faz de la Tierra. Y comprarán libros para saber en qué consistía la timidez. Y querrán ver tímidos, pasarles la mano por el lomo, tener uno encima del televisor. Y los ecologistas se pondrán levantiscos.
La que se va a armar dentro de 200 millones de años.
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