La procesión va por dentro
LA CASA POR LA VENTANA. No está probado todavía que la afición local por los actos procesionales tenga relación con el pesado tránsito intestinal de la paella, aunque igual tiene que ver con la propensión a los viajes. Villaescusa hace de tombolero en Cannes, Joan Monleón clausura el día nacional de la patria valenciana y Julio Iglesias se nos hace abogado.
JULIO A. MÁÑEZMe perdonarán que empiece por una metáfora que acaso alude a los tropezones emotivos del tráfico intestinal, pero es que me pasma que nuestros emprendedores empresarios no reparen todavía en el despilfarro que supone la adicción procesional de nuestros ciudadanos, siempre dispuestos a desfilar con más orden que concierto a la menor ocasión. La de horas que se pierden caminando para nada. Procesión, la de la Senyera el 9 d"Octubre, nada menos que dos horas dando vueltas por las calles más céntricas, con un Alfonso Grau en plan portador olímpico de una bandera que debía pesarle algo así como una falla bien plantada. Menos mal que Ana Noguera -sonrisa y tobillos al aire fresco del otoño- se ganaba su ya próxima candidaturas ayudando con el grácil gesto de sotener sin desmayo la cintilla durante todo el recorrido. Que Santa Rita le sea propicia. Y hablando de la otra Rita, la Barberá, la auténtica, provista por una vez de traje oscuro en ese día, ¿no será que su frenesí por cercar con vallas las aceras aspira a prepararnos para el difícil arte de procesionar en fila india? La procesión de interior había empezado poco antes, con el desfile de autoridades hacia el Palau de la Generalitat como quien dice de uno en uno, hasta que irrumpió el Consell en pleno, con Eduardo Zaplana al frente. ¡Qué caras, Dios mío! ¿Hasta cuándo, en una ciudad tan alegre, se va a confundir la solemnidad del acto institucional por excelencia con el engorroso dolor de tripa? Y eso que ya tenían en sus manos la alentadora demoscopia publicada de buena mañana por este periódico. Bien es cierto que antes de que J.J. Ripoll abriese el acto con su incierta palabra, los acomodados (en sus asientos) invitados no paraban de chupar cámara charlando sistemáticamente con los del banco de atrás por ver de entrar en foco, de manera que todo el mundo estaba como de espaldas a la importancia presidencial de la cosa. Pero fue hablar Ripoll y enmudecer todos. Hasta yo mismo, descuidado como soy, puede escuchar la de veces que decía Consel por Consell, un tanto a la manera de Matías Prats padre, en lo que el conseler emulaba con ventaja la dicción de Zaplana y Grisolía juntos, aunque justo es reconocer que no así la de María Abradelo. Ganas tengo de que se forme de una vez la Academia Valenciana de la Lengua (que Carlos Fabra, en uno de esos lapsos propios de quien se le amontona la faena, dio por constituida) para ver de estalviar en sofocos lo que se gane en respeto. Tiene razón Zaplana cuando dijo en su discurso que falta mucho por hacer. Un discurso que dosificaba las trivialidades genéricas con la oscilación entre la reforma del Estatuto y el respeto a la Constitución. Breve pero sobradamente aburrido, "lejos de polémicas estériles que sólo benefician a quienes las provocan", pasaje en el que Zaplana se mostró como un maestro consumado a la hora de aludir sin nombrarla a María Consuelo Reyna. ¿Será por eso que la compostura de su gesto institucional quedaba más próximo a la tristeza que a la severa solemnidad del acto? En fin, con los premios de este año fueron agraciados, como ya sabe el lector, el magnífico ex futbolista Puchades por no haber militado jamás en equipo distinto al Valencia C.F., el estudioso Andrés Amorós por hacer de valenciano en Madrid y de madrileño en Valencia, Santiago Grisolía por tener cara de ser exactamente Santiago Grisolía, el Consell Valencià de Cultura por haber encarrilado el pollo que le soltaron en su día, y Fernando Abril Martorell. ¿Por qué el señor Abril Martorell? Por su notable habilidad para crispar en su momento lo que ahora se tranquiliza. No se lo iban a dar a María Consuelo. Gracias a la numerosa presencia de empresarios en el recinto, no se echó en falta ninguna cartera al terminar el acto. Mientras tanto, el sastrecillo valiente Villaescusa trata de vender el paquete de Canal 9 y su fastuosa herencia de sangre a los gabachos de Cannes, el Consell decide celebrar en 1999 el Año del Audiovisual Valenciano como pretexto para desentenderse del asunto al terminar el milenio, Joan Monleón cierra la noche de nuestro Día con su comprensible reaparición autotelevisiva como rey de la casa y Julio Iglesias concluirá en Murcia sus estudios de Derecho. ¿Tanto necesitará Zaplana contar también con sus servicios como abogado? Distinciones de la Generalitat."La procesión de interior había empezado poco antes, con el desfile de autoridades hacia el Palau de la Generalitat como quien dice de uno en uno, hasta que irrumpió el Consell en pleno, con Eduardo Zaplana al frente. ¡Qué caras, Dios mío!"
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