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La vía irlandesa hacia la paz

El caso de Irlanda y el del País Vasco son muy distintos, pero quizá se puedan extraer provechosas enseñanzas de la vía hacia la paz en el primero de los casos para el momento presente de la vida española. En Irlanda ha habido muchos más muertos (en sólo 1972, más del doble de los dos años con más asesinatos en España), más sangrienta brutalidad, más fragmentación partidista en las dos comunidades enfrentadas y, a diferencia del caso español, medidas equivalentes a un estado de excepción, con encarcelamientos durante años de personas que no eran juzgadas, entre ellos el propio Gerry Adams. La única ventaja comparativa del caso irlandés con respecto al vasco-español es que en aquél ha podido existir la intervención de una potencia exterior, los Estados Unidos, que ha cumplido un importante papel intermediario. Eso es poco imaginable para nuestro caso porque quizá complicaría el proceso en vez de contribuir a ninguna solución.Pero, en cambio, empiezan por existir dos importantes coincidencias en la pura y simple descripción de la situación existente antes de llegar al proceso de paz propiamente dicho. Tony Blair aseguró que en Irlanda una "fuerza irresistible se enfrentó a un objeto inamovible" y ésa es la más exacta y precisa fotografía de nuestra realidad presente, mezcla de súbita esperanza radiante y virtual incapacidad para imaginar con precisión el futuro deseable, después de la tregua de ETA, en especial en relación con los pasos inmediatos a dar. No creo, además, que resulte exagerado ampliar la semejanza entre los dos casos a lo propuesto por John Hume, el principal líder de los nacionalistas católicos irlandeses que no han empleado la violencia. Recordó que nada de lo que ocurre en el Ulster es interpretable en términos de "liberación nacional", como las luchas por la independencia en los países del Tercer Mundo de los años sesenta. Eso es lo que condujo en su momento por el camino del terrorismo, por paralelismo con la Argelia o el Vietnam de triste recuerdo. Para Gran Bretaña, aseguró Hume, el Ulster no es una colonia sino un "engorro", un costoso quebradero de cabeza sin ventaja económica alguna. No es muy distinto lo que sucede entre el País Vasco y el resto de España. Si se interpreta como una lucha de "liberación nacional", sencillamente no tiene solución imaginable a corto plazo. El problema vasco es un problema entre vascos y eso explica que buena parte de los españoles lo que quisieran es desentenderse de él.

Pero no hay que hacerlo, sino procurar situarse en un punto de partida modesto, que empiece por lo principal, evite problemas dialécticos y tome ejemplo de dónde parece que tiene sentido hacerlo. El primer contacto para la solución de los problemas del Ulster fueron "unas conversaciones sobre las conversaciones": por algo tan elemental hay que comenzar en nuestro caso. Cuando pudo tomarse en serio la posibilidad de solución fue en el momento en que se aceptó, por todas las partes, que los medios para llegar a una solución debían ser tan sólo democrático y pacíficos. Ahí fue el momento en que la intervención mediadora externa resultó decisiva. De eso, no obstante, estamos hoy lejos, por el momento, en nuestro caso, y eso indica la fragilidad del camino que se ha emprendido. Hay otra comparación posible. En Irlanda todas las grandes iniciativas para una solución del conflicto, muchas de ellas fracasadas, han sido de la derecha británica. Fueron, en efecto, los conservadores quienes establecieron el régimen de autonomía provisional y quienes impusieron, luego, el mandato británico, como fue, en un tercer momento, la propia Margaret Thatcher (objeto ella misma de un atentado, como Aznar) quien llegó a un acuerdo con la República de Irlanda para que ésta pudiera desempeñar un papel consultivo en los asuntos del Norte cuando ni siquiera tenían esa posibilidad los propios diputados unionistas en el Parlamento británico de Westminster. Para que la solución pueda ser satisfactoria deberá exigir tal grado de capacidad de convicción sobre la derecha sociológica española, no sólo la vasca, que conviene que sea la política quien la protagonice de forma eminente. Pero, para ello, conviene evitar las argumentaciones dialécticas que contribuyen a hacer inviable cualquier avance. Una interpretación posible de lo sucedido hasta este momento es que, sencillamente, el PNV y EA se han incorporado al MLNV, al menos en los principios y objetivos, aunque no en los procedimientos, constituyendo una especie de "frente pan-nacionalista". Ahora bien, esa misma acusación fue esgrimida en contra de los católicos no violentos del partido socialdemócrata y laborista (John Hume) cuando empezaron a tener contactos con el Sinn Fein de Gerry Adams. Sin embargo, el resultado no ha sido la conversión de los pacíficos en violentos, sino exactamente la contraria. Lo importante no es el punto de partida de cada uno de los componentes del frente, sino hacia dónde se dirige éste. Y eso puede no percibirse en un primer momento y resultar tan sólo claro al final.

Llegados a este punto -de momento los españoles no estamos en él-, será preciso empezar a hablar y que en las conversaciones estén todos, en escenarios y con temarios distintos, de modo que se sepa que se está hablando aunque no se conozcan en sus precisos términos las alternativas de la discusión. La clandestinidad absoluta tenía sentido hasta el impulso inicial, pero no lo tiene ahora; la discreción, en cambio, tiene su fundamento porque, caso de no existir sobre algún punto concreto, puede poner en peligro el resultado final, sobre todo si se aísla esa parcela de todo el conjunto. En cuanto a la temática y los escenarios de la discusión, quizá sea bueno recordar que en Irlanda ha habido una discusión en tres ramas o foros relativos respectivamente a la nueva estructura de Irlanda del Norte, las relaciones del Norte con el Sur y las futuras entre las dos islas. Es una idea aprovechable, al menos sobre una posible relación entre Navarra y el País Vasco. ¿Y la solución? Estamos, por el momento, a años luz de ella en el caso de España y el País Vasco. Pero, de nuevo, Irlanda nos puede dar pistas. John Hume, el dirigente católico, recordó en su momento que "la palabra soberanía, que está en el corazón de nuestra disputa, ha perdido su significado tradicional". Lo argumentó asegurando que en el estado actual de

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Javier Tusell es historiador.

La vía irlandesa hacia la paz

Viene de la página anterior Europa lo que existe es una amplia serie de círculos de soberanías compartidas, superpuestos los unos con los otros. Sólo esta realidad permite explicar la cuidadosamente redactada Declaración de Downing Street, origen del proceso de paz e inconcebible en los términos precisos y concretos del Estado-Nación de otros tiempos.

De acuerdo con ella, el derecho de autodeterminación le corresponde a la población de toda la isla de Irlanda, pero la futura Irlanda no se puede diseñar sin el consentimiento de la mayoría en Irlanda del Norte. Ya se puede imaginar lo difícil que resulta convertir esta fórmula en realidad.

¿Era esto, como parecía a primera impresión, un galimatías? Quizá pudo merecer ese nombre, pero lo que importa es el resultado. Las 67 páginas que recogen el acuerdo sobre la paz en Irlanda testimonian su dificultad, pero también la posibilidad de que triunfe el acuerdo cuando el esfuerzo es tenaz y persistente. Tenacidad en todo -también en el error- no le ha faltado al pueblo vasco. A fin de cuentas, para los diversos sectores políticos que lo componen vale también lo dicho para Irlanda: "Lo más parecido a un nacionalista de Irlanda del Norte es un unionista de Irlanda del Norte". Los otros españoles deberíamos mostrar tanta apertura en la actitud como tenacidad en el mantenimiento de lo esencial. Fue Edmund Burke, de nuevo un irlandés, quien describió que aquellos Estados que quieran conservarse deben crear los mecanismos para su propio cambio.

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