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Fiesta, pero menos

Otro 9 d"Octubre y van ya no sé cuántos de fiesta oficial de las valencianas y de los valencianos, de fiesta autonómica y nuestra, de la Comunidad, que es una fiesta como las otras, pero un poco menos. Una fiesta que no es mucha fiesta. Diluido su sentido reivindicativo y nacionalista, y reducida ésta a no sé cuántos canapés, a unas cuantas sonrisas de manual y a las correspondientes fotografías oficiales y a los reportajes de las televisiones tomboleras y locales de los respectivos actos que el gremio y allegados celebra, me pregunto qué representa este día y esta fiesta para el conjunto de la sociedad valenciana y qué debería de representar. En general, hemos sido poco atentos con nuestras fiestas más valencianas y populares, con aquellas que de una manera colectiva compartíamos los valencianos de allá y los de acá, fiestas como la de Sant Vicent o la de Sant Jaume, pongo por caso, celebradas conjuntamente por decenas de ciudades del País Valenciano siguiendo tradiciones propias y centenarias. Desde hace algunos años, éstas y alguna otra de gran arraigo entre la ciudadanía han salido del calendario festivo, impreso y oficial, del conjunto de los valencianos, y han quedado reducidas a celebraciones muy puntuales de algunas ciudades. A veces, a causa de la llegada de otras fiestas más recientes. El 9 d"Octubre, en su proyección comunitaria, aparte de ser una fiesta nueva para el conjunto de los valencianos y de las valencianas, desde su institucionalización se vio solapada por la del Pilar, de la Benemérita y de la raza hispana, que es mucha fiesta. Le ha pasado como al invento de la fiesta de la Constitución, que en un Estado laico sigue a la sombra de la Inmaculada Concepción. Por ello, fuera del personal que en un gremio u otra forma parte de la Administración pública -que sólo diferencia entre días rojos y negros-, una fiesta y otra despiertan pocos sentimientos entre los vecinos y las vecinas de cada población quienes, en general, acaban renunciando a una de las dos porque difícilmente pueden disponer de dos días de fiesta, más el fin de semana. ¿A qué renunciarán? A la recién llegada. Quizá es por ello que, por ejemplo, la mayor parte de la industria del Baix Vinalopó opta por parar el día 12, y trabajar el día 9, bien como horas extraordinarias, bien como jornada normal. ¿Y nuestra fiesta, la fiesta de los valencianos, qué? ¿Cómo dice...? ¿A cuála? La situación, creo, no es muy diferente en otras comarcas valencianas, industriales o no. Quizás una parte del problema de esta fiesta, su novedad al margen, está en el hecho que las sucesivas administraciones autonómicas, han puesto el acento en su institucionalización y gravedad, y poca cosa más: unas cuñas publicitarias en radio y televisión, unas páginas en diarios y semanarios, recepciones en los respectivos ayuntamientos, que mayormente se realizan la víspera, bien porque el día 9 hay que fichar en Valencia, bien porque la parroquia se va de puente. Esto sucede con los responsables políticos de la Administración actual, PP+UV, más interesados en alinearse con La Rioja, Murcia o Madrid, que con las autonomías llamadas históricas; pero también sucedió con los responsables de la Administración anterior, el PSOE, que pusieron tanto empeño que no consiguieron ni valencianizar su propio partido. El fracaso de proyectar el 9 d"Octubre como fiesta propia e identificativa del pueblo valenciano ha sido y es evidente. En la mayoría de ciudades los actos programados para este día son insignificantes, cuando no absurdos, y la indiferencia del vecindario absoluta. Quizás, el ejemplo más penoso de este fracaso -planificado o no- lo constituye el presidente de la Diputación de Alicante, don Julio de España, quien con su visión singular del ser y sentirse valenciano, contribuye al espíritu gregario del 9 d"Octubre celebrando en junio el Día de la Provincia de Alicante. En la ciudad de Valencia la fiesta tiene un gran amigo por tratarse de una celebración centenaria y por tener un matiz particular a partir de finales del siglo pasado, con el homenaje al rey Jaume I y, a partir de los años veinte, con la institucionalización de esta procesión ofrenda. Y, sobre todo, por ser también el día de Sant Dionís, que según el folclorista Joan Amades, era invocado contra los poseídos por el demonio para que expulsase el diablo de sus cuerpos, aunque hoy día tiene atractivos más dulces. Después de todo, no deja de ser su fiesta, la de ellos. Y a pesar de esta popularidad, el fracaso de esta celebración desde el punto de vista comunitario evidencia más si cabe el fracaso de la ciudad de Valencia que no ha sabido ni querido erigirse en capital de esta tierra, de todos nosotros. Y además, ha dejado evaporarse la proyección, poca o mucha, que tenía desde antaño sobre todas las ciudades y pueblos valencianos. Las autoridades valencianas, empezando por el President y acabando por el último edil del último Ayuntamiento del nomenclátor deberían preguntarse por qué esto sigue siendo así; por qué nuestra fiesta sigue siendo tan poca fiesta, tan casi fiesta; por qué todos sus actos oficiales apenas si llegan al portal de la calle; por qué en los diarios sus fotografías constituyen los mandobles previos que hay que dar hasta llegar a las páginas deportivas; por qué todos sus discursos son un puro fracaso, pura pirotecnia verbal y gestual, y, frecuentemente, de segó.

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