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El largo viaje de los lodos Los metales pesados de Aznalcóllar han terminado por incorporarse a algunos seres vivos

Aunque al asunto se le ha restado gravedad, la aparición de metales pesados en algunos seres vivos de Doñana y su entorno es uno de los fenómenos que más preocupación ha causado entre los científicos que analizan las consecuencias del vertido de Aznalcóllar. Los últimos análisis, efectuados por especialistas de distintas universidades y centros del CSIC, muestran cómo estas sustancias tóxicas se han introducido en las cadenas tróficas, es decir, como han pasado, del suelo y el agua, a las plantas, y de éstas a los animales. El documento presentado el viernes es un breve resumen de los intensos debates que durante tres días celebraron más de 80 especialistas en un hotel de El Rocío (Huelva). En general, los expertos consideran que la situación no es alarmante, pero advierten que habrá que estrechar la vigilancia sobre determinadas poblaciones vegetales y animales, para ver como evoluciona la dispersión de los contaminantes y poder predecir así posibles efectos en la salud humana. Al mismo tiempo, señalan, deben intensificarse los trabajos de retirada de lodos y limpieza de suelos. Uno de los datos más llamativos fue el referido al propio cauce del Guadiamar, donde las diferentes comunidades de seres vivos han quedado literalmente arrasadas. Sólo unos pocos animales invertebrados empezaron a recolonizar el río en el mes de agosto, aunque sus organismos presentaban concentraciones de cinc y cobre hasta tres veces superiores a los valores normales. Repercusiones Aunque se aportaron datos sobre la presencia de metales pesados en plantas y aves de Doñana y su entorno, el capítulo más delicado, por sus repercusiones sanitarias, económicas y sociales, fue el referido al estuario del Guadalquivir, zona en la que habitan y se reproducen numerosas especies de elevado valor comercial. Los análisis efectuados en el agua y los sedimentos del río, un mes después de la rotura de la presa, mostraban elevadas concentraciones de zinc. En menor proporción se encontraron residuos de cadmio, plomo y hierro, y trazas de arsénico y cobre. Si bien la mayoría de los peces y crustáceos recolectados en el estuario en el verano estaban libres de sustancias tóxicas, se localizaron algunas especies comestibles que sí habían acumulado metales pesados. En todos los casos se trata de animales que viven ligados a los fondos y, por tanto, están muchos más expuestos a los sedimentos contaminados. Los ostiones, por ejemplo, presentan concentraciones de cobre y cadmio por encima del valor máximo permitido por la ley, lo que, a juicio de los investigadores, "los hace inaceptables para el consumo humano". En el caso de las bocas, un cangrejo igualmente comestible, se advierten valores de cobre y plomo "bastante elevados", y en lo que se refiere a la denominada "coquina de fango" también se desaconseja su consumo "debido a las altas concentraciones de cobre y cadmio que presenta". Esta última especie nada tiene que ver con la popular coquina y, además, se trata de una especie cuya captura está prohibida, aunque en algunas poblaciones ribereñas se consume a pequeña escala. Bocas, ostiones y coquinas de fango han acumulado, además, cantidades variables de arsénico. Para que se manifestaran problemas de salud en estas circunstancias, explicaron los científicos, habría que ingerir una gran cantidad de animales contaminados y hacerlo durante un largo periodo, aunque también advirtieron que los niveles de arsénico se incrementan una vez que estos productos son cocinados. Los científicos no se atreven a asegurar que los contaminantes detectados en estos animales del estuario procedan en su totalidad del vertido, ya que apenas existen referencias científicas anteriores al suceso y no pueden compararse los datos. A pesar de todo, se han llevado a cabo algunos experimentos para tratar de determinar la influencia real de los lodos tóxicos en estas comunidades de seres vivos. Una de estas pruebas consistió en trasplantar ostiones de la Bahía de Cádiz, libres de contaminación, en diferentes puntos del Bajo Guadalquivir, lo que permitió comprobar cómo, en pocas semanas, empezaban a acumular importantes cantidades de metales pesados, sobre todo cadmio y zinc. Las autoridades sanitarias no han tomado ningún tipo de medida para evitar el consumo de estas especies, y el consejero de Medio Ambiente anunció que no se iba a limitar la caza, la pesca ni el marisqueo en la zona.

Centinelas biológicos

La ausencia de niveles preocupantes de contaminación en algunas especies particularmente valiosas, como el langostino, no debe servir como excusa para rebajar la vigilancia, dando por supuesto que se han librado de los efectos del vertido. Este crustáceo, al igual que ocurre con peces como el boquerón, el lenguado o la dorada, sólo acuden al estuario para reproducirse, de tal manera que la mayoría de los ejemplares analizados hasta el momento eran individuos adultos que, procedentes del mar, habían penetrado en el río para criar y, por tanto, no han estado sometidos al impacto de los contaminantes como lo van a estar los alevines que sí han nacido en el Guadalquivir. Dicho de otra manera, los especialistas consideran fundamentales los análisis que se efectúen en la primavera de 1999, cuando los individuos que se pesquen sean los nacidos durante el episodio contaminante. En el resto de especies, sobre todo moluscos que viven enterrados en el fango, la evolución de su carga tóxica va a depender de los aportes de metales pesados que se produzcan durante este invierno, cuando las lluvias arrastren los lodos que no hayan podido retirarse. Los especialistas han propuesto la aplicación de algunos métodos de vigilancia en las zonas de especial interés pesquero. Por ejemplo, se podrían utilizar bioindicadores, organismos vivos que actúan como centinelas, señalando, de forma temprana, la presencia de determinadas sustancias tóxicas. También podría recurrirse a los biomarcadores, alteraciones que, a nivel molecular y celular, presentan algunos animales afectados por la contaminación, una especie de primera alarma que se enciende antes de que los daños comiencen a ser irreversibles y se manifiesten a un nivel superior.

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