Un fallo
Han descubierto en los ordenadores un defecto gracias al cual usted podría, a través del suyo, entrar en el disco duro del mismo y comerse mi Menú, además de hacerse sus necesidades en Mi Maletín. Puede usted, en fin, invadirme, entrar en la novela que tengo a medias y cambiarle el argumento, o quitárselo. Tampoco le sería difícil, aunque no le creo tan generoso, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, volcar en mis archivos una obra maestra mientras yo me dedico a la meditación trascendental.El fallo informático en cuestión es deslumbrante, como todos los errores, y abre una grieta insospechada a la solidaridad o la barbarie. La noticia ha tenido poca repercusión porque la gente no cree todavía mucho en la cibernética, e incluso a quienes tienen ordenadores les parece increíble que, mientras ellos duermen, un señor de Zamora esté manipulando su Fastopen. Pero imagínense que un error de fabricación en las neveras permitiera que yo me introdujera en la suya. En otras palabras, que abre el refrigerador y ve que de la pared del fondo sale una mano que toma un yogur y desaparece con él como por arte de magia. Seguramente se llenaría de pánico, hasta advertir al menos que a través de una rendija del suyo puede usted alcanzar las viandas del mío.
Más aún, imaginemos que un error en la fabricación de las camas diera lugar a que con una sencilla operación pudiera usted aparecer en la de su vecina y viceversa. El escándalo haría época y sería titular de primera página en todos los periódicos. Sin embargo, la noticia de los ordenadores ha aparecido en un borde de la sección de Sociedad, como si careciera de importancia. Lo que revela la poca fe que tenemos en el disco duro, al que confiamos sin embargo nuestra cuenta corriente y nuestro diario íntimo. Qué raro.
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