El aeropuerto de Melilla
En muy diversas partes del munto ha ocurrido muchas veces, por falta de una correcta información, que la opinión pública ha creído que un aeropuerto, por sus características, ha sido el causante directo de una catástrofe aérea.La lista es interminable, pero se ha comentado hasta la saciedad que el aeropuerto de Los Rodeos, de Tenerife, fue el causante de la mayor tragedia de la historia de la aviación comercial cuando, simplemente, el comandante holandés inició su despegue creyendo que había sido autorizado, habiéndole indicado la torre de control precisamente lo contrario.
Que la situación geográfica de Medellín provocó el siniestro del Boeing 757 cuando fue la tripulación la que, al confiar sólamente en sus sistemas informáticos de navegación, simplemente no advirtió que el avión iniciaba un giro hacia las montañas.
Que los sistemas de aproximación de Barajas provocaron el impacto contra el terreno, en Mejorada del Campo, del Jumbo colombiano cuando sencilla, aunque trágicamente, los pilotos abreviaron indebidamente la maniobra y descendieron entre nubes hasta 2.300 pies, en vez de 3.200, a causa del más elemental error al ajustar un instrumento.
Y cientos de casos más.
Sólo la comisión investigadora determinará oficialmente las causas de la reciente tragedia; técnicas, humanas, casuales, imprevistas, evitables o inevitables. Pero lo que hay que asegurar, sin lugar a dudas, es que las instalaciones, los sistemas de guía y aproximación, las dimensiones, la localización geográfica y las demás peculiaridades del aeropuerto nada tuvieron que ver con el terrible suceso, sin olvidar una evidencia trascendental: en el aeropuerto de Melilla no se ha producido ningún accidente.
Los usuarios de ese aeropuerto deben seguir utilizándolo seguros de que, en todo el mundo, los aeropuertos, para decirlo sin tecnicismos y de la forma más sencilla posible, son lo que son, de acuerdo al sitio que sirven, pero todos serán regulados exactamente por las mismas normas internacionales de aviación civil. Y todos son, aunque para el profano en la materia sea asunto difícil de comprender, igualmente seguros.
El aeropuerto Kennedy, de Nueva York; el Orly, de París, y para no citar a todo el resto del mundo, los de Barajas, Málaga y Melilla tienen el mismo nivel de seguridad. Para quienes, leída la frase anterior, con los ojos muy abiertos de asombro e incredulidad, se estén preguntando ¿cuál es la diferencia entonces?, observen los lectores qué cosa más simple: la diferencia radica en el nivel de restricción al porte y cualidades operativas del avión que utilice cada aeropuerto y a los valores mínimos de visibilidad y altura de nubes que deben ser admitidos con cada sistema de guía a la aproximación y al aterrizaje.
Un Boeing 747 aterriza en la larga pista de Gatwick, en Londres, sin ver el suelo, con su ILS categoría 3, y un avión del tipo Casa 235 o BAE 146, cumpliendo las normas oficiales, se posa en Melilla con idéntica seguridad, aunque deberán para ello existir mejores condiciones meteorológicas.
Entonces, ¿para qué quiere Melilla un VOR o un ILS? Todo pretende ser simple en este artículo y todo lo que se aleje de esta explicación es pura especulación de quien no sabe o no quiere decirlo cómo es. Cuando Melilla tenga un ILS, un VOR o, mejor aún, ambas cosas, se suspenderán menos vuelos, quizá se volará de noche, pero la seguridad en modo alguno aumentará. Lo que habrá de aumentar, y en alto grado, será la regularidad y la puntualidad, disminuyendo los retrasos y las cancelaciones. La seguridad no aumentará, sencillamente, para repetir el mismo adverbio una vez más, porque no puede ser mayor que la actual, con los medios de que se dispone hoy en el mundo. Quien esto escribe, desde el más profundo dolor, afirma que Melilla es un pequeño gran aeropuerto.
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