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Oleadas humanas

En la noche del sábado, Ketama se arrancó la espinita que llevaba clavada desde su aún reciente pinchazo en el Palau Sant Jordi barcelonés. Una plaza de Catalunya abarrotada es comparativamente bastante menos público que el que cabe en el recinto olímpico y debe añadirse que esta vez el acceso era gratuito pero, a pesar de todo ello, la sensación de gran éxito y de masas enfervorizadas por su música no se la podrá quitar nadie. Realmente, la plaza de Catalunya se llenó hasta hacer difícil transitar por sus alrededores, y circular de un lado a otro parece seguir siendo uno de los deportes favoritos del barcelonés de a pie en día de fiesta mayor. Gente moviéndose en masa de un escenario a otro o simplemente moviéndose fue la tónica dominante de la noche del sábado, una noche sin lluvia y con una temperatura refrescando por minutos. Hacia la medianoche, atravesar la avenida de la Catedral se convirtió también en un deporte de alto riesgo. El público, a la búsqueda desesperada de un punto con visión del escenario, llegó a ocupar hasta el techo de la entrada del aparcamiento subterráneo (el techo aguantó, pero ¿ya estaba pensado para sostener ese peso?) ofreciendo una imagen a medio camino entre el agobio y el gran acontecimiento. Y el acontecimiento ante la catedral fue grande, pero no tanto: El Lebrijano defendió con soltura su último disco, pero insinuó más de lo que ofreció. Música arábigo-andaluza Hace unos meses, Juan Peña, El Lebrijano, publicó su segunda aproximación a la música arábigo-andaluza: Casablanca, un disco de innegable atractivo y muy difícil puesta en escena, ya que a la voz del cantaor de Lebrija se unía su grupo flamenco y la Orquesta Real de Marruecos. Era difícil, o simplemente muy costoso, conseguir lo mismo sobre un escenario, así que Lebrijano no lo ha intentado y, huyendo de grandes y sofisticadas orquestas norteafricanas y abaratando planteamientos al máximo, ha montado una formación reducida que en ningún momento llega a dar la talla. Cinco músicos magrebíes (dos darbukas, kunum, violín y teclados), batería, guitarra flamenca y tres coristas arroparon la voz de Lebrijano en la avenida de la Catedral, un grupo potente pero a todas luces insuficiente para materializar la magia de Casablanca. Así las cosas, la banda de El Lebrijano primó más los ritmos contagiosos y bailables que los cantes profundos, una treta que sirvió a las mil maravillas en un ambiente de fiesta mayor, pero que hubiera demostrado toda su endeblez en cualquier teatro.

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