Delitos 'menores'

En un periodo de tiempo relativamente corto he estado cuatro veces en comisaría para denunciar diferentes delitos menores. La primera, una brutal agresión por desconocidos en la plácida Peñíscola; la segunda, un robo de mi material de montaña en la segura Zaragoza, a cuatro manzanas de una comisaría y a una de un cuartel de la Guardia Civil; la tercera, un robo del radiocasete del coche, también en Zaragoza, en la puerta de la Diputación General de Aragón, y la cuarta, una sustracción de coche en el centro de Madrid.El país que delinque unido permanece unido (faltan, hélas, un delito en Cataluña y otro en el País Vasco o Galicia, pero siendo móvil de mi natural, ya llegarán). En todas estas denuncias no he experimentado las pretendidas sensaciones nacionales de indignación por la impotencia del ciudadano ante la impunidad de los delincuentes, ni por la inseguridad en que vivimos, ni hastío por el procedimiento administrativo, etcétera. Sólo he experimentado aceptación del delito y algún abatimiento.

De la misma forma, familiares y amigos sólo han mostrado aceptación del delito. También solidaridad, claro, pero sobre todo aceptación. El delito en la sociedad española actual sólo es una faena. "Sí, desde luego, qué faena". Y eso es todo lo que decimos y casi lo que sentimos. El delito, como faena de escaso calado, se ha equiparado a la inundación de la vivienda, al pinchazo de una rueda o la picadura de avispas en verano, y el delincuente, como agente de la faena, no es ya una figura relevante, o no lo es más que la bañera rebosante, el tornillo en la calzada o la propia avispa. Por algún profundo motivo, hoy, en España, cada uno de nosotros y la sociedad que formamos considera la seguridad del ciudadano y la persecución del delito como fines del Estado de bajo rango.

En consecuencia, y en impecable conclusión de lógica democrática, la acción del Estado en este terreno es una actividad secundaria y residual, desde un punto de vista político y casi presupuestario. En las citadas visitas a diferentes comisarías he encontrado en los policías que me atendieron, junto a amabilidad y trato correcto, la misma indiferencia frente al delito y frente a la figura del delincuente que entre mis conciudadanos. En el trámite en comisaría no es cuestión de comentar la dificultad o imposibilidad de hallar a los remotos autores, sólo importa la documentación de la denuncia y su presentación a la aseguradora, y en el caso de las lesiones, el examen médico.

Así están las cosas respecto de los delitos menores. No están así respecto de los delitos mayores, ya que nuestra sociedad todavía reclama una cierta persecución del delito y castigo del delincuente, y las diferentes policías cumplen con esfuerzo con ello.

El deseo de mayor seguridad en sentido tradicional no va además reñido con el deseo de una mayor igualdad social, laboral, sanitaria y educativa. La indiferencia ante el delito sí va, sin embargo, de la mano con la indiferencia ante la desigualdad.-