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Las incertidumbres del cuentoFERNANDO VALLS

Si el cuento, después de sobrevivir a tantos avatares, goza hoy de tan buena salud, al menos literaria, a pesar de que suele decirse lo contrario, quizá sea debido a esa tendencia al masoquismo de sus cultivadores, a ese extraño placer que parece ser que sienten los narradores al ponerse constantemente en cuestión y replantear unos postulados preestablecidos. Lo que no ocurre, al menos con tanta frecuencia, ni en la poesía ni en la novela, y el teatro navega por otras órbitas. Pero esa constante insatisfacción ha convertido al género en un territorio ideal para la experimentación, en el que el autor se mueve a sus anchas, menos pendiente de los avatares del mercado y de la opinión de críticos, editores y lectores más o menos ocasionales. Pero mucho me temo que los cultivadores del cuento (relato, narración, historia o novela corta) suelen parecer seres pesimistas que andan cavilando en lo difícil que les va a ser convencer a su habitual editor para que les publique unos relatos que éstos juran vender mal; y en la poca atención que les van a prestar los críticos, que -en sus ejemplares más primarios- suelen considerarlo un entrenamiento para lo que piensan que son empeños más ambiciosos, lo que no es más que una manera tosca de decirles que se dediquen a un género con más enjundia (se supone que económica), o sea, a la novela. E incluso los editores más comprensivos y literarios, ¡ya sé que hay excepciones!, publican un libro de cuentos siempre que el autor haya tenido éxito con una novela anterior, pero en contadas ocasiones se arriesgan a incluir en su catálogo a un escritor cuya tarjeta de presentación sea un libro de cuentos. Y en aquellos casos intermedios, en los que un autor se presenta con un volumen de cuentos, cuando menos, arrugan la nariz. No acaban aquí las lacras del género, pues, a lo dicho, podría añadirse que nadie parece poder distinguir un cuento de un relato, más allá de unas cuantas vagas apreciaciones, más o menos subjetivas. Y no digamos ya si lo que se disputa es cuándo y por qué mecanismos literarios un texto narrativo breve deja de ser un cuento y empieza a sustanciarse en una novela corta. Aunque esta indefinición siempre se había visto como un inconveniente para el desarrollo del género, hoy casi nadie duda de que esa hibridez o posibilidad de contaminación ha sido uno de los caminos principales para su enriquecimiento y una vía de salida para esos ya tópicos cuentos fantásticos con final sorpresivo. Un par de buenos ejemplos serían los artículos que en la última página de este diario publican Millás y Manuel Vicent, a menudo tan cercanos al relato o a la fábula. El caso es que a pesar de todas las pejigueras que ha padecido, en las tres últimas décadas, los autores no han dejado de cultivarlo y aparecen sin cesar libros de cuentos y, con las excusas más inverosímiles, todo tipo de antologías. Pero como de lo que quería hablar era de literatura, al final, lo que de verdad importa, es que en estos años han aparecido y se han consagrado autores de cuentos tan importantes como Juan Eduardo Zúñiga, Javier Tomeo, Álvaro Pombo, José María Merino, Juan José Millás, Javier Marías, Luis Mateo Díez, Enrique Vila-Matas, Antonio Muñoz Molina e incluso los más jóvenes Antonio Soler y Luis Magrinyà. Y sólo cito a los que me parecen indiscutibles, pero podrían aducirse más nombres hasta completar un plantel bastante rico y variado. Si siempre se había dicho que la característica fundamental del cuento español contemporáneo, en castellano, era la discontinuidad de su tradición, en estos últimos 30 años parece que nos hemos librado de esa extraña maldición. Más que la publicación de este libro o de aquél (aunque sean novelas tan interesantes y logradas como las de Juan José Millás y Almudena Grandes), me inclino a pensar que la mejor noticia del inicio de esta nueva temporada es la aparición de una nueva colección de Relatos, dirigida por Ana María Moix, que edita Plaza & Janés a un precio muy asequible. Si a ello le añadimos la salida casi simultánea de cinco volúmenes de cuentos, de autores españoles e hispanoamericanos, en la editorial Anagrama (Álvaro del Amo, el cubano Pedro Juan Gutiérrez, dos escritores catalanes: Miquel de Palol y Sergi Pàmies, y la antología que he preparado junto con J. A. Masoliver, Los cuentos que cuentan), los hechos no pueden hoy venir mejor dados para un género siempre necesitado de especiales mimos y cuidados. Entre los primeros relatos de esta bien gestada colección hay un poco de todo. Desde un clásico español imprescindible como Pedro Antonio de Alarcón (La mujer alta y La Comendadora) hasta autores tan distintos pero con un prestigio unánime reconocido como Ana María Matute, Cristina Fernández Cubas y Javier Marías, del que se publica Mala índole, inédito en libro. Si a estos nombres le añadimos el de uno de los grandes cuentistas hispanoamericanos de esta segunda mitad del siglo, el peruano Julio Ramón Ribeyro (al que pese a los empeños de la editorial Tusquets no se le ha prestado la atención que merece) y a cuatro grandes clásicos, como son Flaubert, Chéjov, K. Mansfield e Isak Dinesen, la nómina parece más que sugestiva. Sí, quizás el cuento, cuyo pariente más cercano es la poesía, y no la novela como suele creerse, sea la prueba de fuego para un narrador, pues en unas pocas páginas debe cocinar con exacta precisión unos ingredientes que, para que el resultado sea apetecible, no admiten fallo alguno. A diferencia de la novela, el cuento no acepta zonas de descanso, debe ocultar más de lo que muestra, y a la condensación y emoción de la trama debe añadir el arranque y el final más adecuados y el estilo, ritmos y efectos que exija la historia que se quiere contar. Nada más y nada menos.

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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