Peatolandia
Hay más viandantes que automóviles aunque aparenten ser muchísimos más por estar en continuo mov>imiento, y lo hacen porque buscan un lugar donde detenerse. Cuando se hallen aparcados parachoques con parachoques, sin solución de continuidad, será imposible moverlos y, con el tiempo, llegarán a soldarse unos con otros formando un indisoluble cinturón de hierros. Habrá también coches taponando el acceso a los garajes privados y los aparcamientos públicos, de modo que los que vengan de fuera, al no encontrar un solo hueco, volverán por donde vinieron. La ciudad, entonces, será de los peatones. Aún no hemos llegado a esa situación, que tiene su reflejo y ensayo todas las fechas de la semana, excepto sábados, domingos y puentes de guardar.Durante los días feriados pongo en marcha el propósito, trucado cada lunes, de dar largas caminatas por Madrid, ciudad de transitar, llena de cuestas y desniveles que raramente se remedian con puentes o viaductos. Es preciso aprovechar los escasos espacios llanos que pillen cerca, pues no se trata de hacer deporte violento, ni echar el bofe, bastante deteriorado. El sujeto urbano ha de explorar el territorio circundante, a fin de hallar el lugar idóneo para esta actividad, intermedia entre el paseo y el trotecillo. Resulta incómodo hacerlo a solas, sin levantar suspicacias entre los vecinos, a poco se abandone uno al soliloquio y pueda comprobarse que no va hablando por un teléfono móvil. El paseo es plácido cuando se acomete en compañía restringida: tres, cuatro a lo sumo, si nos inclinamos por la conversación itinerante. Entre dos, mediando vínculo matrimonial o semejante, surge un excelente motivo para mantener silencio, que puede ser melancólico o rencoroso.
Como actividad individual, el paso habrá de ser armónico, acompasado, sereno, la respiración diafragmática y la vista puesta en el pavimento, para prevenir, tanto la desigualdad de las baldosas como la abundancia de baches y las deyecciones caninas, tan típico en nuestro Madrid. Procede, pues, buscarle las vueltas al barrio, localizar las amplias avenidas, los bulevares, la sombra oxigenada de los árboles. Quede para la gente garrida y motorizada llegarse hasta la Casa de Campo, el Retiro o alguno de los numerosos y desconocidos parques que ornan la Villa.
Vecina de mi casa tengo a La Castellana hacia la que bajo serpenteando por esas calles aristocráticas del barrio de Chamberí que hay a su izquierda, rúas recoletas, de raro comercio, sede de embajadas y compañías de seguros, desiertas en las fechas referidas y siempre poco frecuentadas. El buen tiempo, lo mejor del año mesetario, hace de la excursión un rato delicioso, aunque nunca podremos equiparnos con ciudades de paseantes, como Ginebra o San Sebastián, que parecen hechas expresamente para ellos.
A estas alturas aún sobreviven las terrazas veraniegas, en reposo matinal de sillas y veladores caídos. Quizá una superviviente clientela residual de la noche del sábado permanece, a pie de barra, tomando la espuela, o un brebaje reconstituyente. Eran poco más de los once de la mañana, cuando, a mi paso, alguien proponía: "Ahora, unos martinis", que yo entendí, de primeras como "Es la hora de maitines", y eso no podía ser cierto. La caminata se alargó hasta los Nuevos Ministerios, donde tuvo origen, hace más de sesenta años, lo que los madrileños llamaron "el tubo de la risa", hecho realidad en el enlace subterráneo Chamartín-Atocha. Allí volví grupas -confieso que hecho fosfatina, previendo unas posteriores agujetas de garabatilllo- para recalar y tomar un tentempié en Embassy, oasis dominical donde encontramos a todos los conocidos que hemos visto cada día de la semana. Allí van a parar los que están solos, les han dejado solos, quieren o no tienen más remedio que estar solos. Volvemos a verles en esta no concertada cita -como las bolas de billar americano se reúnen en una primorosa partida- durante estas fechas de bonanza, cosa excepcional, ya que mucha gente salió la víspera o embuten dentro del utilitario a la parentela para yantar en las afueras.
Pero ¿y cuando los automóviles queden inmovilizados? No me atrevo a imaginar una Peatolandia desbordada por mujeres, hombres, niños y militares profesionales, vagando de un lado a otro.
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