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Tribuna
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Una jugada maestra

"Estamos ante un ciclo que termina y otro que empieza", decía el lehendakari Ardanza hace unas semanas para que nadie se escandalizara por haber calificado de obsoleta y anquilosada a la Constitución. El tiempo pasa rápido y aunque en la canción veinte años no sean nada, en la historia constitucional española desde la muerte de Fernando VII pueden serlo todo. Demasiado ha durado ya la Constitución de 1978: liberados de los miedos del pasado, Ardanza invita a los vascos a mirar con arrojo el futuro y a desprenderse de ese traje raquítico y anticuado a que ha quedado reducida la Constitución después de veinte años.Si, en lugar de ir directos al punto 7 de la declaración anexa, se lee todo su largo comunicado, se verá que ETA no dice hoy otra cosa: como el lehendakari, también ETA afirma que se abre una "nueva fase llena de esperanza"; como el lehendakari, y con idénticas palabras, también ETA asegura que "el marco institucional vigente en Euskal Herria está agotado"; como el lehendakari, también ETA se dirige a los vascos como exclusivos depositarios de soberanía. Los redactores del documento, vanguardia de la nueva construcción de Euskal Herria, anuncian su tregua a la vez que dan por liquidado "el autonomismo constitucional" antes defendido por los abertzales extraviados del PNV y proclaman la vigencia del único camino: la soberanía en la autodeterminación y la territorialidad.

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Mientras el PNV afirma sin tapujos el agotamiento de una Constitución siempre combatida por ETA, ETA incorpora a su estrategia política el concepto de alto el fuego siempre solicitado por el PNV. Ésa ha debido de ser la materia de las negociaciones entre el PNV y HB, aceleradas desde el 17 de marzo, cuando el PP y el PSOE rechazaron el plan de paz de Ardanza, y culminadas con la Declaración de Lizarra, que afirma con lenguaje más melifluo lo que ETA dice por derecho y Ardanza propone con retórica castiza: es hora de sentarse a la mesa y "abrir el melón de la Constitución". Que ETA no haya creído necesario cumplir la primera etapa prevista en Lizarra y haya pasado directamente a la segunda indica que el acuerdo sobre el destino del melón es más sustancial de lo que nadie podía sospechar o que ETA tenía prisa en declarar su alto el fuego de manera unilateral.

¿Por qué las prisas? Es indudable que ETA atraviesa un momento difícil, con la pérdida de su aliado irlandés, el acoso del Gobierno francés, el desmantelamiento de sus redes de financiación por la policía española y la creciente irritación de una población cansada de tanto crimen; es cierto también que su brazo político no ha podido responder a la firme acción de la justicia con movilizaciones en la calle. Así las cosas, el PNV, en funciones de hermano mayor, acude solícito para ayudar a que los chicos de ETA dejen las armas sin perder la cara ante sus gentes y de una tacada modifica por completo la escena de la política vasca. La Declaración de Lizarra, seguida a los tres días por la de ETA, ha permitido al conjunto del nacionalismo vasco, arropado por el gallego y el catalán casualmente de gira por Bilbao, recuperar la iniciativa política con una promesa de paz a cambio de Constitución, sin que importe nada lo que digan los "de ahí abajo".

Era fundamental para esta estrategia que las dos bases del acuerdo entre nacionalistas -dejar de matar y proclamar el fin de la Constitución- se hicieran públicas simultáneamente y poco antes de las elecciones. Los nacionalistas inician la campaña insuflando esperanzas, mientras el PSOE y el PP se enzarzan en su peor trifulca a cuenta de la guerra sucia y sus secuelas. Así se demuestra que la paz y la soberanía es asunto que concierne exclusivamente a los vascos, que deberán pronunciarse sobre la cuestión dentro de unos días. Bloqueados los partidos de ámbito estatal, los nacionalistas, perplejos hace un año, pasan a la ofensiva y convierten una debilidad orgánica en un triunfo estratégico. Su nuevo ciclo comienza con una jugada maestra.

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