_
_
_
_
_

La difícil tarea de ensayar la paz

Los ciudadanos vascos vivieron ayer la víspera del alto el fuego entre el escepticismo y la ilusión ante la posibilidad de que el final del conflicto sea real

Será un día difícil de olvidar. El avión de Iberia aterrizó en el aeropuerto de Sondika, a las afueras de Bilbao, a eso de las once de la mañana, con un cuarto de hora de retraso. Junto al aparcamiento de los coches de alquiler, un hombre mayor, muy mayor, le da palique al viajero. Hace sol. "¿Qué? ¿Forastero?". Sí, señor. "¿De turismo?". No, de trabajo. "Pues eligió usted un buen día; hoy le comprarán lo que venda". ¿Y eso? "Por lo de la tregua de ETA. La gente está contenta, aunque no lo digan a voz en grito. Los de un lado y los de otro, ¿sabe usted? Después de tantos tiros no estaría mal una temporadita de tranquilidad, digo yo". ¿Y usted cree que...? "Yo no creo nada, pero le digo una cosa y me gustaría que la recordara". Dígame. "Mire ese árbol de allí abajo. Da sombra, ¿no? Pues eso es lo que importa. Qué más da quién lo plantara. Lo importante es que nunca le falte la humedad. Pues con la tregua lo mismo". Dice que se llama Alejandro Muñoz, que tiene 82 años, que vive recogido en un asilo y que cada mañana viene al aeropuerto porque le gusta ver volar a los aviones. "A mí me tocó la guerra en la zona nacional y...". Se le ve que está contento, ilusionado: "Fíjese usted, a mi edad y con lo que yo he visto".Alejandro regresa al asilo, mirando con el bastón lo que las cataratas no le dejan ver. A las once y media, los políticos de Madrid, también los de Vitoria, siguen en la radio intentando explicar, explicarse, por qué ETA ahora, después de 30 años de crímenes, de coches llenos de explosivos y de tiros en la nuca, ha mandado parar sus pistolas.

En Lezama, antes de bajar a la autopista que lleva hasta Francia, hay una de esas cafeterías pequeñas -degustaciones las llaman en Vizcaya- donde se compra el pan y los bollos de mantequilla y, de paso, se toma un café. Dos mujeres hablan. La dependienta tercia de vez en cuando. Se percibe una cierta confianza recién descubierta -fruto quizá de la euforia del día- para hablar de ETA. "¿Y a ti qué te parece? ¿Crees que durará la tregua?". "No lo sé", duda la amiga. "Ojalá sea verdad. No creo que el Gobierno les dé todo lo que piden. Pero, qué quieres que te diga, mientras sigan hablando no matan".

La paz, aunque sea la paz incierta de la tregua de ETA, se escribe con las letras minúsculas de la vida de cada día. La paz, para las dos amigas de Lezama, consistía ayer en la temeridad -antes nunca ensayada- de hablar sin tapujos delante de un extraño; para la familia de un policía, poder esperarlo sin encomendarse a todos los santos, sin tener el alma en vilo; para la madre de Miguel Ángel Blanco -ayer la vieron subir al cementerio a rezarle a su hijo, como tantos días desde julio de aquel año-, llegar a creer que tanto sufrimiento no fue inútil.

La paz en Euskadi -aunque sea difícil entenderlo visto desde fuera- puede ser algo tan simple como arrancar un coche sin contener la respiración, como pasear sin desconfiar de la propia sombra. Hay familias -muchas en el País Vasco, casi todas- en que la paz transitoria también significa sentarse juntos a la mesa y hablar sin pasar de puntillas por ningún tema, sin callarse por no herir.

Ángel Yáñez es concejal en Tolosa (Guipúzcoa) y su hija María José en Ikaztegieta. No sólo es un problema de distancia, apenas unos kilómetros. Lo más duro es que Ángel, el padre, es concejal del PP y María José, la hija, de Herri Batasuna. Dice el padre que la tregua de ahora "hay que tomársela con cautela y ver si cumplen lo que dicen, pero es lamentable que haya tardado tanto, después de tanto dolor y tanta sangre innecesaria". Debajo del escepticismo de Ángel se vislumbra un tono de esperanza. "A partir de ahora", habla el padre, no el político, "quizá podamos hablar de lo que nos hemos callado para no hacernos daño".

Unos minutos después del mediodía, en el peaje de Ermua, la ensoñación está a punto de convertirse en pesadilla. Agentes de la Guardia Civil, fusil en mano, montan un control a toda prisa. Unos metros más allá, otros guardias, de paisano y en coches camuflados, cubren la huida de un hipotético terrorista. ¿Ha pasado algo? "No, es un control rutinario; circule". ¿Pero no había tregua? "La tregua dicen que empieza esta noche, y de aquí a entonces éstos pueden hacer alguna de las suyas. No se pare; circule, por favor".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Con tregua o sin ella, con paz provisional o indefinida, todavía deberá pasar mucho tiempo, años, hasta recobrar una imagen de tranquilidad en Euskadi. De hecho, ayer, unos metros más allá del control de la Guardia Civil, la Ertzaintza había desplegado un dispositivo espectacular. En Goienkalea, una de las calles más céntricas de Ermua, un vecino había creído ver algo raro -el fantasma de la violencia por todas partes- en el vehículo particular de Inés Fernández, la edil del Partido Popular que sustituyó a Miguel Ángel Blanco.

Después de media hora de trabajo, la Ertzaintza levantó el dispositivo. El perro amaestrado para detectar explosivos no había conseguido encontrar nada. Lo que en cualquier otro lugar se atribuye rápidamente a un vulgar robo de gasolina aquí se convierte inmediatamente en una sospecha de atentado. Y empiezan a desfilar, de pronto, uno tras otro, los horrores de un pasado tan reciente. Junto a la puerta del Ayuntamiento, los reporteros de la televisión preguntan a los vecinos su parecer sobre la tregua. Un hombre admite que dio un respingo en su sofá la noche del miércoles. "Estaba viendo el partido de fútbol. La verdad es que me hizo ilusión. Ojalá sea cierto", confía. Luego, y en eso coincidirán otros vecinos, reclama el papel de su pueblo en la decisión de ETA; la reacción multitudinaria, pacífica, ejemplar tras el asesinato de Miguel Ángel; el "basta ya" a las pistolas.

Escaleras arriba, atendiendo por teléfono a los periodistas de todo el país, Carlos Totorika, el alcalde socialista que aquel día tan triste supo convertir en democrática indignación la rabia insoportable de sus vecinos, seguía llamando ayer a la prudencia, frenando a la euforia: "Creo que el anuncio de ETA es positivo, pero no suficiente, porque persiste la espada de Damocles de que vuelva a la actividad terrorista".

Una actividad, una situación, con la que han vivido permanentemente todos los jóvenes vascos menores de 30 años. "Ahora, si es verdad lo de la tregua, tendremos que aprender a vivir en paz", ironiza una estudiante en la plaza de Guipúzcoa. "Mi padre", le replica una compañera, "descorchó ayer una botella de vino muy buena. Él cree que esto es el principio de una maratón. Habrá desfallecimientos, gente que se retire, incluso la tentación de algunos de volver a matar... Pero lo importante es que ya hay una meta señalada donde llegar". Ninguno de los que ahora estudian una carrera o aprenden un oficio o buscan desesperadamente su primer trabajo en Euskadi ha vivido sin el terrorismo; sin la posibilidad de encontrar su barrio ensangrentado en todos los telediarios. "Nos es más difícil imaginar la paz que recordar todos estos años de violencia", confiesan.

Muchos de los vascos que ayer llamaron a la radio para hablar de la tregua pusieron el dedo en una cuestión fundamental. "Si resulta que esto es verdad", se sorprendía un radioyente, "vamos a ser la primera generación de padres vascos que podrá educar a sus hijos en libertad y sin tiros, porque, primero con Franco y luego con ETA, vaya racha que llevamos".

Al atardecer de ayer, junto al hospital Nuestra Señora de Aránzazu de San Sebastián, Unai disfrutó uno de sus primeros paseos. Su padre, Juan Manuel, aprovehó la buena temperatura para estar con su hijo a solas. "Me gustaría que cuando fuese mayorcito, cuando entienda las cosas, pueda explicarle todo esto como una lección de historia. Me parece imposible, pero mi sueño es poder explicarle toda esta guerra como si fuera la de otro país, porque tan malo es el terrorismo de ETA como la guerra sucia del Estado, pero no lo creo".

Juan Manuel reconoce que también a él le sorprendió la buena noticia viendo el partido de fútbol, que al principio se sobresaltó, que sintió una alegría muy íntima. Pero, luego, cuando se fue enfriando, cuando ya acostado le dio una y más vueltas a la cabeza, recapacitó y volvió a instalarse en el pesimismo. "Esta vez", medita, "parece que la cosa va en serio, pero también lo parecía otras veces y fíjate dónde estamos. Yo estoy seguro de que después de esta tregua vendrán más muertos y luego quizá la paz. No se me va de la cabeza el atentado de Omagh. Cuando los irlandeses creían que lo habían conseguido todo, cataplum".

Con un punto de escepticismo todos, pero con ilusión también, una gran parte de los vascos salió ayer a la calle soñando que la paz puede ser posible. Será un día difícil de olvidar. Será una pena si se olvida.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_