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Política sin ciudadanos

Que el ciudadano no haya tenido la oportunidad de seguir el debate de Política General es un hecho que merece todas las descalificaciones, por parte del ciudadano, hacia sus representantes políticos. Sin embargo, más allá del contrasentido del hecho, más allá de la indignación inmediata que produce en cualquier ciudadano, incluso para el más alejado de los intereses políticos, merece al menos una reflexión más pausada. Vivimos una época en que la información, los medios de comunicación, las noticias más alejadas de nuestro propio entorno, invaden nuestras vidas y nos llegan al margen de nuestra voluntad y de nuestro deseo. Una época de explosión de las tecnologías de la información, donde los estudiosos del tema no han tardado en detectar posibles efectos perversos, al menos en el campo de la política. Se sabe que la invasión de los medios de comunicación en el terreno político, no sólo puede desplazar a los partidos de las decisiones vitales para ellos y para los ciudadanos, sino que además contribuye de forma importante a modificar la competición por el poder político y, lógicamente, también altera los hábitos, las preferencias y las orientaciones políticas del ciudadano. Los psicólogos suelen estar de acuerdo en que la llegada de los medios de comunicación, principalmente con el impacto de la televisión, ha exagerado la tendencia a personalizar la política. Como ocurría en la vieja historia que se enseñaba en las escuelas, producen la impresión de que la política y el poder es una cuestión de grandes héroes, de líderes individuales y aislados. Parece que la vida política se resume en la figura de un líder, actor y protagonista de todo lo que ocurre. Además, la posibilidad que ofrece la televisión de llegar a todos los ciudadanos obliga a los políticos a desarrollar unos discursos y una retórica política cargada de banalidades, como si se tratara de un eslogan publicitario: para llegar a muchos es necesario lanzar mensajes que atraigan a todos. Los contenidos políticos han acusado el golpe de la tecnología, puesto que cada vez tienen más envase y menos contenido. Más aún, como el acceso a la televisión se pretende distribuir entre todos los competidores políticos y todos se ven obligados a decir y hablar de forma trivial, la única manera de distinguirse y de llamar la atención es dar golpes de efecto. Para impactar al ciudadano, inundado de mensajes y de retórica política más o menos uniforme, parece casi inevitable recurrir a la estrategia del impacto. Sensibilizar a base de efectos teatrales, recurriendo cada vez con más frecuencia a cierto histrionismo político. Si unimos a estos efectos, más o menos perniciosos, la desaparición de los viejos enclaves políticos, tales como la afiliación política y el posicionamiento ideológico, nos vemos abocados a una cultura política dirigida más por las preferencias personalistas que por los contenidos políticos, más por la identificación con un determinado medio de comunicación que por la lealtad a una orientación política, más por el efecto teatral de la noticia inesperada que por las conductas y compromisos cumplidos de los políticos. Los acontecimientos y debates que el ciudadano puede presenciar en directo son un importante paliativo de estos efectos perversos, aunque sea a distancia y a través de la retransmisión televisiva, pero en los que la personalización está mitigada por el debate en vivo y el ciudadano puede ver cómo se defienden sus representantes, las formas y las maneras que cada uno de ellos exhibe en el juego pacífico del poder, así como los argumentos que desarrollan. Esas situaciones acercan al ciudadano y al político. Nuestros políticos valencianos, unos y otros, nos privaron de seguir su labor de todo un año. El debate de Política General es un resumen y valoración de toda nuestra vida colectiva, importante para el gobierno y la oposición, pero también para el olvidado ciudadano. Le recuerda que eligió a unos representantes y le permite ver hasta qué punto son fieles a lo pactado en el compromiso del voto. Que el ciudadano no tuviera acceso a las Cortes en el debate de Política General, no sólo es una grave omisión en el juego democrático, no sólo privó al ciudadano del derecho a estar informado y a saber qué se dice de él, sino que también es una oportunidad perdida por parte de los representantes. Los políticos valencianos perdieron tanto como los ciudadanos. Perdieron la oportunidad de que supiéramos valorar sus esfuerzos, reconocer las dificultades y tropiezos con los que se enfrentan en su actividad política. Pero sobre todo, perdieron la oportunidad de ofrecerle al ciudadano argumentos para poder elegirles nuevamente, de proporcionarle información que les orientara en su decisión electoral, sin tener que agarrarse al último efecto teatral o a las últimas encuestas divulgadas, para poder diferenciar entre unos u otros. Los políticos valencianos parecen no haberse dado cuenta de la oportunidad que tenían de influir en sus ciudadanos, esos a los que tanto reclaman el voto, de la oportunidad que tuvieron para sensibilizar al ciudadano hacia aquellos temas relevantes para la política valenciana. En cualquier caso han fomentado que el valenciano se aleje cada vez más de la política y de los políticos que la representan. Si todo esto es sobradamente conocido, ¿qué les impide rectificar de una vez y cambiar estos vicios políticos?

Adela Garzón es directora de la revista Psicología Política.

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