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Aniversario

Hay un indeleble hilo conductor que une Sevilla con América. Desde el 92 de Colón hasta el de Pellón la ciudad ha estado estrechamente vinculada a los avatares más risueños y más desconsolados de aquel continente. Creció a golpe de oro, plata, añil y tabaco que desde los puertos más ruidosos y ricos de América llegaban hasta el Guadalquivir. Y se sumergió en un letargo regresivo y ombliguista cuando la tierra firme y las islas del ultramar cambiaron de dueño y de sueños. Si América tosía, Sevilla se resfriaba. Si América cantaba, Sevilla bailaba. Tan estrecho fue este vínculo que, en la actual centuria, con América bajo un orden político diferente y en permanente búsqueda de su identidad y plena soberanía, la ciudad ha vuelto a crecer sin perder de vista el argumento evolutivo de casi siempre. Fueron las exposiciones del 29 y del 92 las que cambiaron la fisonomía de la ciudad esgrimiendo como estandarte su vinculación americana. Hace poco más de un mes, el 14 de agosto, Sevilla celebraba, a cuarenta grados a la sombra, el inicio de los negocios mercantiles americanos en la Casa Lonja. La Casa Lonja, para los desavisados, es el edificio que ocupa en la actualidad el Archivo General de Indias, un sólido y confiado galeón, de una sobria belleza y que Alonso de Morgado, en las postrimerías del siglo XVI, intuyó que, una vez acabado, se convertiría en uno de los heroicos y famosos edificios del orbe. En aquella inicial Casa Lonja, wall street de la época, se hicieron fortunas que hoy harían temblar las piedras y fue tal el poder económico que llegó a manejar que, en la exposición que sobre este aniversario se puede ver en el Archivo, se exhibe un documento de Carlos II en el que, entre alabanzas y lisonjas de su puño y letra, pedía dinero al consulado de mercaderes para aliviar la tesorería imperial, exhausta por su incapacidad para multiplicar los bienes que venían de Indias y acorralada en los mares por el bandidaje y pirateo de holandeses y franceses. La exposición, pensada, ordenada y diseñada por el técnico del centro Antonio J. López no tiene desperdicio. Y el visitante que la entienda y la sepa enlazar con los anales de la ciudad convendrá en concluir, entre otros aspectos, que la Sevilla de antes y la de hoy, sin América, no hubiese entrado en la historia por un río grande, sino tal vez por un modesto afluente.

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