Vértigo en Tirana
DE NUEVO, ciudadanos armados en las calles de Tirana y alarmas sonando en la OTAN y la Unión Europea. Sin restañar una sola de las heridas que llevaron al país al caos hace año y medio, y añadida la explosiva crisis del fronterizo Kosovo, Albania desciende otra vez a un ajuste de cuentas de consecuencias impredecibles. En 1997 fue la evaporación de los magros ahorros de muchos en el desplome de los fraudulentos bancos piramidales, propiciados por el régimen autoritario del destronado presidente Sali Berisha. Ahora es el asesinato de un lugarteniente de éste en el Partido Democrático, la principal fuerza opositora, el que ha echado a las calles de Tirana a miles de personas, muchas armadas, pidiendo la cabeza del primer ministro, el socialista Fatos Nano. Nano denunciaba ayer desde un paradero desconocido un golpe de Estado, mientras las huestes de su enemigo se hacían momentáneamente con la televisión y entraban en el Parlamento a punta de pistola.Casi nada en la frágil, pequeña y pobre Albania tiene que ver con los usos políticos civilizados. Su clase dirigente funciona más con criterios de clan -odio, rivalidad, protección- que de servicio público. El partido derechista de Berisha, con un breve paréntesis, boicotea desde julio de 1997 el Parlamento que perdió abrumadoramente en las elecciones; en su lugar instiga el enfrentamiento callejero. Nano, con serias dificultades entre los suyos, ha sido incapaz de desarmar a una ciudadanía que el año pasado asaltó cuarteles y arsenales.
Kosovo es, al final, el polvorín de la nueva mecha prendida en Tirana. Mientras Nano ha mantenido prudente distancia respecto de las reivindicaciones independentistas de la maltratada mayoría albanesa del vecino territorio serbio, la envalentonada gente de Berisha coreaba ayer un oportunista apoyo incondicional a la guerrilla del Ejército de Liberación. Por sus obvias implicaciones, la UE y Estados Unidos, que tienen las palancas en su mano, deben evitar a toda costa una nueva desestabilización de Albania.
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