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O Calcuta

Pese a que lo hice el otro día, ganas me dan también de comenzar esta sopa de letras con la palabra antes, ya que, de creer a los expertos, las frases que comienzan así organizan el gran y mayor chisporroteo cerebral que se pueda imaginar. Acaba de publicarlo la revista Nature: basta decir antes para que el lóbulo frontal izquierdo se convierta en una auténtica tormenta de rayos y centellas. ¿Y por qué lo haría, digo lo de producirles el gran chispazo aun a riesgo de cortocircuitarles la sesera? Porque me gustaría hablarles de la pobreza, y no es justo que mientras hay dos millones de pobres que mueren anualmente debido a las inhalaciones del humo que producen sus propios y toscos hogares -alimentados a veces con excrementos secos- no queramos arriesgarnos ni a una microelectrocución, que siempre será más limpia y, sobre todo, más moderna. Antes -¿han notado el fogonazo?- de pasar adelante, convendría recordar que hay por ahí gentes capaces de ganar 35.000 millones de pesetas al año haciendo humor a costa de las flaquezas humanas -léase Seinfeld, el del show- mientras otros hay, por ejemplo los mozambiqueños, para los que constituye toda una humorada hacerse con las 13.000 pesetas anuales que componen lo que no se puede llamar, sin temor a partirse la mandíbula de risa, su renta per cápita. Y lo digo menos como demagogia que como demografía, ya que Seinfeld hay uno y mozambiqueños o haitianos muchos, por lo que siempre les tocará a menos. Y más después de habérnoslo comido todo los ricos, vamos, quienes aun sin serlo, pero deseándolo, pertenecemos a los países de primera división. O sea, el 20% de la población mundial acaparando el 86% del consumo. Claro que tampoco nos vienen dadas, me refiero a las aptitudes para la rapiña. Estas cosas se aprenden. Y en las mejores escuelas; si no, ¿de qué iban a dejarse arrebatar los pobres el pan sabiendo que se morirán de hambre? Tanto es así que siempre estamos aprendiendo. Y más si es para fastidiar. Ahora resulta que nos hemos sacado de la manga el concepto de pobreza humana, como así figura el informe que sobre la cosa han presentado las Naciones Unidas y constituye el objeto de estas líneas. Igual lo hemos hecho para darnos vértigo, porque si ya la cifra de indigentes racionales mareaba, ¿qué no ha de ser si extendemos el cómputo a la pirita o a las anchoas? Aunque estaría bien pensado, pues si hay animales multimillonarios -aquellos a quienes sus dueños legaron fortunas con tanta liberalidad como desprecio por sus semejantes (humanos)-, ¿por qué no iba a haber animalejos miserables? Más vale que también estén en el inframundo compartiendo nicho ecológico con sus compañeros de viaje bípedos. Carezco del dato, aunque supongo que sólo con lo que nos gastamos en mascotas daría para mucho país. Pero como no se trata de mandarles la comida de las tortugas ni el champú del pitbull -aunque sólo fuera porque entonces se incrementarían aquí los gastos en atención psiquiátrica pese a disminuir los de limpieza de las aceras-, convendría pensar en algo. Parece claro que la vía lady Di no conduce a ninguna parte, ya que pese a la mucha caridad que hizo se le niega incluso la beatificación. Tampoco parecen buenas las del Banco Mundial ni las del FMI, porque Rusia y los tigres asiáticos -¡a ver! también hay animalitos emprendedores, por muy de papel que hayan resultado- se hunden. Otrosí Indonesia. O Calcuta. La única solución viable es la que les recomendó el presidente de Brasil a sus pobres: seguid siéndolo, porque los ricos se aburren y no merece la pena que os saquemos de ello para que os amuerméis. Entre eso y los bien probados métodos de autorregulación a base de mortalidad infantil, catástrofes naturales, hambrunas, pandemias, pateras y unos cuantos conflictos interétnicos muy localizados, podremos mantenerlos en el umbral de lo tolerable. Sin olvidar que de algún sitio tenemos que sacar las materias primas y en alguno tendremos que abandonar los residuos tóxicos así como nuestra mala conciencia. Pero hay un dato halagüeño. Las Naciones Unidas certifican que Euskadi es poco pobre y poco analfabeta. Pese a contar con dos lenguas, oiga.

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