El presidente defrauda al electorado femenino que le llevó a la Casa Blanca
Uno de los elementos fundamentales en la victoria de Clinton en las elecciones de 1992 -las primeras que ganó- fue el voto femenino. Buena parte de esos votantes se sintió atraída por un cartel electoral que prometía más mujeres en política, más mujeres en altos cargos y, sobre todo, más respeto para las mujeres. El caso Lewinsky le puede costar a los demócratas esa fracción electoral de la que depende en cierta medida el resultado de las próximas presidenciales.
De todos los lamentos y condenas que Clinton ha escuchado dentro de su partido, la crítica de las mujeres senadoras y congresistas es la que más daño le hace. La condena personal ha llegado a tal punto que incluso la familia política del presidente (política en ambos sentidos) se ha mostrado defraudada. La senadora californiana Barbara Boxer es conocida no sólo por ser una de las caras que acompañaron a Clinton en sus campañas electorales; mucha gente sabe que la hija de Boxer está casada con el hermano de Hillary Clinton. La senadora ocupó la tribuna para lamentar el comportamiento del presidente. "Acepto que esté arrepentido por su relación con Lewinsky", dijo Boxer, "pero ojalá se hubiera arrepentido antes de que la relación empezara".La campaña electoral de 1992 giró en torno a varios conceptos que marcaban el discurso de los demócratas: regeneración, ilusión, modernidad y, por encima de todo, respeto a las mujeres y a su papel. Los discursos de Clinton y de los demócratas hicieron bandera de un hecho que la población tenía fresco en la memoria: la acusación contra el juez Clarence Thomas por acoso sexual a Anita Hill.
Hace tres años, las mujeres con mayor poder en el Partido Demócrata, incluida Boxer, hicieron todo lo posible para acabar con la carrera de un senador acusado de acoso sexual, Bob Packwood. Las críticas y los hechos acabaron obligándole a dimitir. Ahora muchos republicanos y algún que otro demócrata han acusado a esas mujeres del partido de Clinton de haber sido demasiado consideradas con el comportamiento del inquilino de la Casa Blanca.
Carol Moseley-Braun es otra de las senadoras demócratas que han reconocido haberse sentido engañadas por Clinton. "Me dolió porque yo iba por ahí diciéndole a todos que estaba segura de que el presidente decía la verdad", dice Moseley-Braun: "Me quedé planchada cuando admitió que nos había mentido".
Peor será ahora la reacción de la senadora Boxer, que dudó públicamente de su capacidad para creer en lo que diga el presidente, por mucho que sea su familia política. "Esperaré a leer el informe del fiscal", dijo Boxer antes de saber que los documentos se harían públicos. Por si fuera poca su previsión, Boxer aseguró que del informe depende en buena medida que las mujeres "voten demócrata" en las próximas elecciones.
A lo largo de la semana, Clinton ha ido recibiendo a compañeros de partido y miembros del Gobierno para pedir perdón personalmente a cada uno de ellos. Prácticamente todos han hecho al presidente el favor de comparecer después ante los medios para explicar por qué aceptan las excusas y por qué deben aceptarlas los norteamericanos. En esos encuentros la crítica más feroz llegó con la ministra de Servicios Humanos, Donna Shalala. Sus compañeros en el Gobierno le pedían con la mirada que tuviera cuidado con lo que decía en el Despacho Oval, pero ella expresó a Clinton sin recato lo que pensaba: que no le importaba tanto la mentira como el hecho de que hubiera mantenido la relación con Lewinsky. Clinton permitió a Shalala que se extendiera en la crítica, pero la cerró con un argumento infalible: si ese principio se hubiera aplicado hace 28 años, Kennedy nunca habría ganado a Nixon en las elecciones de 1960.
Una de las personas más cercanas a Clinton, la secretaria de Estado Madeleine Albright, tuvo también un gesto muy significativo con el presidente que la nombró para el cargo. Albright prefirió salir por la puerta de atrás de la Casa Blanca y remitir a los periodistas a su oficina de prensa. Lamentablemente para Albright, sólo había pronunciado tres palabras sobre el caso en los últimos ocho meses. Tres palabras, y se equivocó: "Creo a Clinton".
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