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EL 'CASO LEWINSKY'

La Casa Blanca intenta ganar tiempo

La mayoría de los estadounidenses cree que el presidente no debe dimitir ni ser destituido

Bill Clinton jamás dimitirá. El presidente de Estados Unidos pasará un otoño horrible -con un momento muy crítico en noviembre si se confirma la anunciada derrota del Partido Demócrata en las elecciones legislativas- y resucitará en invierno. Entonces, el Congreso salido de las elecciones de noviembre no se atreverá a destituirle por el caso Lewinsky. Ése era el mensaje que ayer transmitía la Casa Blanca, mientras los norteamericanos leían y digerían con sentimientos contradictorios el durísimo informe del fiscal Kenneth Starr. A tenor de las declaraciones a la prensa y las primeras encuestas, una mayoría de norteamericanos se inclina a pensar que la dimisión o destitución es un castigo demasiado severo para Clinton.Millones de personas leían ayer en las pantallas de sus ordenadores, las copias en papel de sus impresoras o las páginas de los diarios el texto completo del informe de Starr, en el que su presidente es acusado de 11 hechos susceptibles de constituir delitos de perjurio, obstrucción a la justicia, coacción de testigos y abuso de poder. Un texto que contiene sórdidos detalles de nueve felaciones y una masturbación con un puro en pleno Despacho Oval.

Las reacciones eran contenidas y contradictorias. Iban desde la repulsión a la piedad por el presidente, pasando mayoritariamente por el deseo de que los niños no se enteraran. Clinton será juzgado en los próximos meses por el caso Lewinsky por dos jurados: el de la opinión pública y el del Congreso. Si el primero termina absolviéndole o exigiéndole una penitencia menor, el segundo se lo pensará dos veces a la hora de destituirle. Pues bien, el jurado popular seguía sin condenarle mayoritariamente.

Una encuesta de CNN-Gallup realizada después de la difusión del informe afirmaba que sólo un tercio de sus compatriotas -el 34%- cree que Clinton debe abandonar, aunque más de la mitad -el 58%- piensa que debe ser censurado moralmente por el Congreso. El resto no se pronunciaba. Pero CNN-Gallup precisaba que sólo un tercio de los 631 entrevistados había leído el informe del fiscal independiente, por lo que "cabe la posibilidad de que la figura de Clinton sufra mayor daño".

Otra encuesta de urgencia, la de la cadena de televisión ABC, permitía sostener esa última idea. El 59% de los 510 interrogados decía que Clinton debería ser destituido si el Congreso encuentra probada la acusación de que empujó a Lewinsky a mentir. Eso supone un aumento de 14 puntos en relación a las respuestas positivas a esa pregunta cuando fue efectuada el 21 de agosto, poco después de la incompleta confesión televisada del presidente. Y el 59% cree que Clinton violó la ley, un incremento de 17 puntos.

Lo cierto es que, mientras que, según uno y otro sondeo, la aprobación del trabajo político de Clinton sigue alta, entre el 56% y el 62%, crece su impopularidad personal y la convicción de que en el caso Lewinsky no sólo cometió adulterio sino quizá también delitos. El debate norteamericano se centra ahora en saber cuál es la sanción que merece.

La hora del Congreso

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Ahí entra en juego el Congreso, que debe decidir si las acusaciones de Starr tienen fundamento y si constituyen esos "graves delitos y fechorías" que permiten al Legislativo destituir al presidente. El caso, como ocurrió con el del Watergate, está ahora en manos del Comité de Asuntos Judiciales del Congreso. Pero sus trabajos pueden durar meses y se verán interrumpidos por las elecciones legislativas de noviembre. Será, pues, el Congreso que se constituirá en enero el que tendrá que decidir."Si Clinton aguanta las presiones para que dimita en los próximos tres o cuatro meses, y, sostenido por Hillary, aguantará, está salvado", declaró ayer Dick Morris, el asesor que pilotó la resurrección política del presidente tras el desastre electoral demócrata de 1994 y que terminó siendo apartado de la Casa Blanca al descubrirse su relación con una prostituta de Washington.

El equipo político de la Casa Blanca apostaba ayer por la tesis de Morris: resistir y esperar el efecto de una combinación de hastío popular por el caso y de una gran iniciativa interior o exterior del presidente que de nuevo lustre a su liderazgo

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