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Tribuna
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La cárcel

El ingreso de Vera y Barrionuevo en el penal de Guadalajara se ha tratado como un suceso consternador. Los redobles de las primeras páginas, el acompañamiento de los miles de militantes, las mil palabras propagadas por las ondas, han querido engrandecer el hecho, pero, al cabo, no han sido capaces de superar lo que ya es un entendimiento común: la cárcel no es lo que era. Antes se entraba en prisión y sobre la figura del proscrito se apegaba una infamia que no lograría remediar en toda su vida. Ser un presidiario conllevaba un estigma que la colectividad imprimía a fuego sobre la piel del condenado y sólo una demostración ulterior de su inocencia lo podía curar.Las cosas, sin embargo, han cambiado. Ahora ingresa en prisión casi cualquiera: diputados, empresarios, futbolistas, presidentes, ministros,banqueros, policías, ciclistas del Tour, guardias civiles, magnates, alcaldes, humoristas, jueces, bailaoras. Con una adición capital: entran en la cárcel y salen de ella sin que, a diferencia de lo acostumbrado, mengüe su reputación o se les caiga el mundo encima. A las estampas de gentes importantes o famosas que se disponen a franquear las penitenciarías suceden pronto las fotografías de los mismos señores o señoras desfilando airosos hacia el coche que les aguarda a las puertas del penal. Se trata, en suma, de haber pasado un periodo relativamente corto entre rejas y del que nadie sale quejándose, sino más bien convirtiendo el episodio en una nueva oportunidad para excitar la atención de los medios.

Sería un disparate inducir, a partir de los altos personajes encarcelados, que quienes no lo han sido todavía sientan rebajada su cotización, pero la cárcel no es lo que era: en sus aledaños se ha montado un plató que decide quién, de verdad, cuenta y quién no cuenta en el mundo actual.

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