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La derecha

La derecha tiene mal cartel. Según van acercándose los compromisos electorales, quienes tienen algo que arriesgar en ellos se desmarcan de esa posición como si ensuciara su imagen o les restara atractivo personal. Aquí ningún político se reconoce públicamente de derechas por mucho que lo sea. Por contra, los del ala izquierda se esfuerzan por situar al contrario para que los electores tengan bien claro dónde está cada cual. Es el caso de Cristina Almeida, cuyo primer mensaje como candidata del PSOE a la Comunidad de Madrid ha consistido en pedir a los ciudadanos que no se dejen engañar por las pieles centristas del presidente regional porque Alberto Ruiz Gallardón es "más de derechas que Franco".Y es cierto que lo es porque Franco, como todos los dictadores, ni era de derechas, ni de izquierdas ni de nada. Los dictadores, en realidad, son sólo de ellos mismos y de lo que más les conviene para someter a los demás y mangonearlo todo. En cualquier caso, sería mucho más preciso decir que Gallardón es un dirigente que procede de la derecha, porque pocos políticos han realizado en este país un esfuerzo mayor por alejarse de ese ámbito y tratar de proyectar una imagen de centro como el actual presidente de la Comunidad de Madrid. Otra cosa es que lo haya hecho por convicción ideológica o por haber llegado a la conclusión de que en este país no es posible prosperar políticamente sin atraer al inmenso y decisivo electorado de centro.

Sea por lo uno, por lo otro, o por ambos, lo cierto es que desde el momento en que accedió al cargo de jefe del Ejecutivo regional no sólo moderó radicalmente el tono en su relación con los rivales políticos, hasta el punto de colgar una medalla a su antecesor, sino que se esforzó en practicar una política de gestos de moderación en abierto contraste con el proceder cuasi gamberro de otros gobernantes de su partido.

Gallardón ha mantenido abierto el diálogo con los sindicatos hasta la extenuación, su política inversora es especialmente cuidadosa con los grandes municipios del sur que gobierna la izquierda y se ha volcado en la extensión del Metro hurtando a las fuerzas progresistas la bandera electoral del transporte público. En definitiva, que el presidente de Madrid puede que sea muy de derechas, pero se afana en disimularlo, y el electorado juzga a la postre por los hechos, no por las suposiciones.

Esa forma de entender su acción política le trajo no pocos problemas en su partido. Un matiz diferencial por el que le puso la proa el sector rudo del PP, el mismo que ha empezado a recular al proclamar José María Aznar la fiebre centrista que le debieron de provocar las encuestas de opinión. Aznar, que tanto exhibió con su proceder el predominio de su mano diestra, manifiesta ahora al diario Tiempo de Bogotá que "es hora de construir una fuerza política de centro reformista de cara al siglo XXI y que eso tiene que hacerlo él".

Alberto Ruiz-Gallardón se ha confesado enormemente feliz con el giro hacia el centro ahora propugnado por el presidente del Gobierno y recordó que eso es lo que él lleva intentando en Madrid desde hace tres años, aunque sin atreverse a decir que el reloj de Aznar atrasa. Con Gallardón en el centro y Aznar centrándose, el que se ha quedado un poco descentrado es el alcalde de Madrid. José María Álvarez del Manzano ha dicho que él también es de centro, pero al pobre no le ha creído nadie. A pesar de proceder de la UCD, don José María tiene una imagen muy nítida de alcalde de derechas. Y quizá no tanto por la gestión municipal como por su marcada adicción a la pompa y los actos protocolarios, el desmesurado apego a la realeza y su manifiesta afición a la cristiandad. "Le quitas las misas y procesiones y se queda en nada", dice de él Juan Barranco. Una crítica algo exagerada que aprovecha aviesamente ese look de meapilas que ciertamente transmite y que tampoco es del todo justa.

Nos encontramos así con una derecha algo vergonzante dispuesta a hacerse un feeling para mostrar su nueva cara de centro en las próximas elecciones. Dicen que bien está lo que bien parece, pero el hábito no hace al monje.

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