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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contar mentiras

EL FISCAL especial Kenneth Starr quiere probar ante el Congreso nortamericano, mediante el abultado sumario recogido durante ocho meses de investigación, que el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, ha cometido perjurio, obstrucción de la justicia y abuso de poder. Por primera vez desde que empezó el culebrón sobre sus relaciones con Monica Lewinsky, el caso toma un rumbo muy negro para un presidente que ha perdido casi todo el caudal de confianza dentro del Partido Demócrata y entre sus colaboradores.Clinton había mantenido hasta su comparecencia ante el gran jurado que nunca había tenido una relación sexual con la ex becaria. Y lo había hecho con tal rotundidad que, según parece, incluso su esposa, Hillary, lo había creído. Ante la amenaza de acusación por perjurio, Clinton reconoció los hechos ante el gran jurado. Y acto seguido explicó públicamente que en realidad había tenido una relación que calificó de inadecuada. De nada le sirve a la ciudadanía, dispuesta en su mayoría a perdonar veleidades adúlteras, que Clinton pueda ampararse en una determinada definición del término relaciones sexuales, porque el presidente ha cambiado la versión de los hechos. Y por mucho que acompañara sus explicaciones de un tímido arrepentimiento y que haya seguido luego dando muestras de contrición, el problema ha cambiado ya de naturaleza porque el presidente ha mentido bajo juramento.

El caso empezó como una investigación inquisitorial sobre la vida privada de Clinton por parte de un fiscal reaccionario movido por intereses oscuros y que ha entrado a saco en terrenos de rigurosa intimidad, pero ha devenido en una cuestión de credibilidad del presidente. Muchos ciudadanos creen que se ha abusado de su buena fe. Incluso los dirigentes de su partido se sienten engañados. Las mentiras de Clinton no cambian la valoración que merece la actitud de Torquemada Starr, que se niega a aceptar que las personas son dueñas de su intimidad. Pero el voluminoso sumario preparado por Starr hace temer en la Casa Blanca que no haya terminado el número de mentiras en las que se ha visto pillado el presidente.

Al tiempo que Clinton va perdiendo el favor de la opinión pública empieza a ser abandonado por los suyos. La Iglesia baptista, cuya religión profesa, le anatematiza. Personalidades de peso en el Partido Demócrata dicen que no puede seguir gobernando en estas condiciones. Probablemente la dimisión está más cerca que el impeachment o la destitución, aunque sólo sea por razones tácticas. Los republicanos saben que sus expectativas para las próximas elecciones mejoran sólo con dejar que corra el caso. No tienen prisa. En un mundo en el que suenan señales de emergencia por todas partes, una Administración americana medio paralizada por los problemas judiciales de su presidente no ayuda a resolver las cosas. El contenido de los documentos de Starr será determinante. Su propio partido, en función de lo que digan los papeles, puede exigirle la dimisión en los próximos días para salvar sus expectativas electorales. Clinton, especialista de la ambigüedad, puede caer víctima de su propio estilo.

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